«Dictadorzuelos de Hoy», los factores de rotura de la Nación Española vienen de lejos

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 HOSPITALET DE LLOBREGAT (BARCELONA) ESPAÑA, domingo 03.09.2017. Misa de homenaje al sacerdote catalán Custodio Ballester Bielsa (en la derecha de la imagen), tras su expulsión de Cataluña por decir la 'Verdad' y defender la Unidad de España. Un baño de masa se ha dado Custodio, más de medio millar de personas con catalanes que han tenido que esperar fuera de la Parroquia por aforo superado. Lasvocesdelpueblo.

Redacción – Interesante historia de Gerásimo Fillat Bistuer, un cura español de enero 1932, bajo título «Dictadorzuelos de hoy». Es un artículo de la época y su historia en primera persona. En el de Dictadorzuelos puedes poner como introducción: Los factores de rotura de la nación española vienen de lejos. Ya en los prolegómenos de nuestra guerra civil en un pueblecito de Zaragoza, un cura y sus feligreses se enfrentaron al poder arbitrario y anticlerical de un alcalde totalitario. Hospitalet de Llobregat (Barcelona), martes 5 de septiembre de 2017. Fotografía: HOSPITALET DE LLOBREGAT (BARCELONA) ESPAÑA, domingo 03.09.2017. Misa de homenaje al sacerdote catalán Custodio Ballester Bielsa (en la derecha de la imagen), tras su expulsión de Cataluña por decir la ‘Verdad’ y defender la Unidad de España. Un baño de masa se ha dado Custodio, más de medio millar de personas con catalanes que han tenido que esperar fuera de la Parroquia por aforo superado. Lasvocesdelpueblo.

El propio sacerdote, Gerasimo Fillat —Gerásimo Fillat Bistuer, que afirma: «Nací en Barbastro (Huesca) el 5 de marzo de 1902, el mismo año que Josemaría Escrivá, paisano mío por tanto y al que volví a encontrar años después cuando cursábamos teología en Zaragoza—, escribió este artículo explicando la situación. Encontró un periódico comprometido que le dio cumplida publicidad como ahora nosotros lo hacemos.

«Dictadorzuelos de hoy

(El Cruzado Español. Madrid, 29 de enero de 1932)

El lugar de los acontecimientos, Letux, simpático pueblo de la provincia de Zaragoza, donde usufructuamos un alcalde castizo, que, por satisfacer su sectarismo de guante más o menos blanco, ha dado en la manía de imitar los procedimientos detectivescos del celebérrimo Galarza. ¡Lástima de hombre, con la enorme cultura que posee, que se dedique a plagiar procedimientos ya desacreditados, en vez de usar otros nuevos de su invención, que le diesen inmarcesible fama!

Hombre tan fervorosamente republicano hoy, como adicto ayer a la persona de Primo de Rivera, el Dictador, su conversión hacia la democracia (?) no ha sido tan sincera como parece, pues todavía conserva restos atávicos de su innoble convivencia con la Unión Patriótica, a juzgar por la especie de dictadura local que viene ejerciendo sobre los honrados vecinos de dicho pueblo.

Pero la especialidad de José Artigas —que así se llama el alcalde en cuestión— es su preocupación constante por las cosas de la Iglesia. Verdad que cuando fue alcalde en los indignos años de la Dictadura asistía puntual y hasta fervoroso, al frente de la Corporación municipal, a las fiestas religiosas, procesiones y refrescos con que obsequiaba el señor Cura. Pero ¡cuánto han cambiado los tiempos! Hoy ya no se pone contento con simples refrescos. Estamos en plena República, y el hombre ha oído hablar de que existen enchufes de alguna más substancia, y quiere, por lo visto hacer méritos para el día de mañana. ¿Habrá en esto algo vituperable, siendo tantos, además, los que llevan idéntico camino?

Y como hoy, lo mismo que ayer, los méritos se adquieren descristianizando, inmediatamente puso nuestro hombre manos a la obra. Comenzó por exigir que se le pidiese permiso para poder salir el Rosario de la Aurora y demás actos de culto público. Tenía derecho a ello y él no hacía más que velar por el total e inmediato cumplimiento de la Constitución que felizmente acabamos de estrenar. Hay que reconocerlo noblemente. En su consecuencia, el señor Cura solicitó del alcalde la requerida autorización; pero -¡oh, sorpresa, manes de Maquiavelo!- no estaba en el ánimo del alcalde el concederla, y así —entre otros pretextos para negarla— dio el de que no se podían conceder tales autorizaciones a priori y como a nadie le cabía en la cabeza cómo diablos pudiera concederla a posteriori, he aquí que desde ese instante quedó suprimido en Letux, con general sentimiento, el tradicional Rosario de la Aurora. Uno de los mejor organizados de España, y todas las procesiones.

Pero no paró ahí la cosa. Como los rosarieros —que así llama el pueblo a los cofrades del Rosario— decidiesen cantar en lo sucesivo el Rosario por la iglesia en lugar de por las calles y reunirse en algún domicilio particular de sus mayordomos, según costumbre, he aquí que el alcalde sale al paso y les prohíbe terminantemente semejante reunión completamente privada. Obedecieron a la autoridad los rosarieros, sin entrar —¿para qué?— en si el alcalde pisoteaba con tal disposición artículo 38 de la Constitución de la Segunda República española, que «reconoce el derecho de reunirse pacíficamente y sin armas». Aunque realmente parece que sí, republicanamente debe ser que no, porque de ningún modo nos es permitido dudar de la buena fe y, menos aún de la competencia del alcalde, que en estos menesteres de interpretar rectamente los mandatos constitucionales da ciento y raya al más empingorotado.

En vista de esta prohibición, solicitaron los rosarieros y obtuvieron de la autoridad eclesiástica, permiso para ir a ofrecer sus tradicionales cantos a la Santísima Virgen del Pilar, en Zaragoza. Hombres de fe robusta, se impusieron gustosos el sacrificio de los gastos del viaje y no fue obstáculo tampoco lo perentorio de las faenas agrícolas en aquellos días de recolección de la remolacha y de la oliva. Acordaron, pues, ensayar sus cantos en la iglesia parroquial, con el beneplácito desde luego del señor Cura. Pero ni aun allí les dejó tranquilos el alcalde, que, con su mirada de lince, vio en estos ensayos algo sumamente peligroso para la consolidación del régimen de sus amores… de ahora, y, acompañado de guardias y concejales, se personó con ánimo sereno la segunda noche del ensayo ante la puerta de la referida iglesia y allí esperó pacientemente la salida de los rosarieros, a quienes, sin exceptuar al señor Cura, cacheó él mismo escrupulosa e infructuosamente.

¡Oh, dotes policiacas las del alcalde de Letux! ¡Oh, tierra de Aragón, país clásico de la libertad! ¿Cómo no te sonrojas a la vista de estos tiranuelos que, como erupción cutánea, brotan espontáneamente de tu suelo hidalgo? ¿Cómo no te enorgulleces de este nuevo Scherlock Holmes que acaba de revelarse con tanta gallardía? Sospechó él la existencia de gente revoltosa y no es suya la culpa si de buenas a primeras no acertó con el lugar donde tales entes acostumbran cobijarse. Si yo tuviese algún interés, en ello le daría un consejo que tal vez pudiera serle provechoso. A los enemigos de la República, a los díscolos y revoltosos, en vano los buscará en la iglesia, porque saben los cristianos que toda autoridad, aun la que está en manos indignas, viene de Dios y, por tanto, hay que obedecerla y acatarla. No dirán lo mismo sus compañeros de taberna o de café, en los cuales tal vez encontraría fácilmente a los que busca o aparenta buscar. Pero si lo que pretende es acumular méritos que le encumbren en su carrera política, entonces no tema meter la pata más o menos… Sea constante y siga. Siga por ese camino un poco ridículo es verdad y no muy honroso por cierto, pero que conduce directamente al enchufe. Que de tan buena madera es él como otros muchos que ya están enchufados y… ¡satisfechos!

GERASIMO FILLAT

Letux (Zaragoza). Enero de 1932