Albert Boadella: Si fuera Junqueras ya me habría inventado algo para escapar

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El dramaturgo, actor y fundador de Els Joglars, Albert Boadella. Archivo Efe

Efe – Dice que es «fantástico» que hayan pasado 40 años, que aunque «nota el tiempo» y ahora no sabe si estaría tan ágil para escapar, que no le pongan a prueba: «Soy capaz de todo. A mí me ponen una condena larga y optaría por el suicidio. No resisto estar encerrado». Madrid (España), martes 27 de febrero de 2018. Fotografía: El dramaturgo, actor y fundador de Els Joglars, Albert Boadella. Archivo Efe

Hace 40 años, Albert Boadella huyó de la policía, que le custodiaba en el Hospital Clínic de Barcelona, escapándose por la ventana del baño disfrazado de médico. Estaba condenado por hacer una obra de teatro, «La torna»: «La obligación de todo preso, incluso de Junqueras, es tratar de escaparse».

Eran las cinco de la tarde del 27 de febrero de 1978, el año de la legalización de la píldora anticonceptiva, la aprobación de la Constitución, la tragedia del cámping de Els Alfacs (Alcanar, Tarragona) y crucial en la decidida democratización del país.

Boadella (Barcelona, 1942) había montado con Els Joglars «La torna», que recreaba la última ejecución con garrote vil que tuvo lugar en España, la del polaco Heinz Chez, en Barcelona.

«Los militares se cabrearon y aplicaron la ley que tenían. Nada fuera de lo normal entonces», sintetiza Boadella en una entrevista con Efe.

El dramaturgo, actor y fundador de Els Joglars llevaba en la cárcel Modelo de Barcelona un mes y medio esperando el juicio. El fiscal había pedido para él «casi cinco años» de prisión por el cargo de injurias e insultos a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

«Hice lo que creo que era la obligación de todo preso, incluso de Junqueras, que es tratar de librarse de la cárcel. Es lo que dicta el instinto y aproveché lo que mejor sabia hacer: teatro. Si fuera Junqueras, ya me había inventado algo para escapar», revela.

Su mujer, Dolors, le ayudó a simular una grave enfermedad metiendo su propia sangre en frasquitos que le pasaba su abogado en el locutorio: «Me la tragaba cuando no me veían y luego me provocaba el vómito delante de los funcionarios. El efecto era contundente. Lo hice dos veces y me llevaron de urgencia al Clínic».

«En el hospital empezaron las pruebas, y yo, la comedia. Me tenían esposado a la cama, y lo primero que hice fue ganarme la confianza de todos los turnos de los policías que me custodiaban hasta que conseguí que unos me quitaran las esposas y el resto ya no se atrevió a esposarme de nuevo».

En el hospital estuvo tres semanas. Dejó de tragar sangre, pero «se quejaba» mientras le hacían pruebas «de todo tipo».

«Yo creo que los médicos sospechaban algo. De hecho, en el lenguaje del Clínic ha quedado que, cuando alguien se escaquea de algo, lo llaman ‘hacer un Boadella'».

Uno de esos días consiguió ir al baño sin mantener la puerta abierta, «y ésa fue su perdición» porque, cuando le anunciaron que a la mañana siguiente le llevarían en ambulancia al Consejo de Guerra, su mujer, junto con la ropa para ir al juicio, le llevó en una bolsa de doble fondo una peluca, bigote, gafas y una bata de médico, que dejó en el lavabo.

«Pedí permiso para ir a afeitarme, cerré la puerta, puse la maquinilla en funcionamiento encima de una toalla, me disfracé, salí por el ventanuco, salté a la cornisa -era un quinto piso- y me metí por la ventana del baño contiguo. La habitación estaba ocupada y salí diciéndoles a los que estaban allí, ‘En un momento vuelvo y les paso visita’. Era esencial que no gritaran», se ríe.

Pasó por delante del policía que había en el descansillo de su planta, bajó los cinco pisos corriendo y se metió en el coche en el que le esperaba una amiga.

A los diez minutos, «dieron la orden de bloquear todas las salidas de Barcelona. Tuve que estar un mes escondido. A través de mi abogado, que tenía como cliente a un gran falsificador, me hicieron un documento y huí a Francia».

«De aquello recuerdo, sobre todo, la parte final. La alegría de sentirme libre, de haber burlado a los que me tenían preso y de entrar en el piso franco y encontrarme a Dolors. Fue uno de los momentos más emotivos y amorosos de mi vida. No digo lo que pasó, pero todo el mundo se lo puede imaginar», se ríe de nuevo.

Su huida provocó en el país «un jaleo impresionante», pero a él lo que «peor» le supo fue que habían arrestado a los policías que le custodiaban.

«Les mandé una carta a los de la Policía Armada diciéndoles que habían cumplido todas las normas y que había sido yo el que les había engañado. Pasados unos años coincidí con ellos y me agradecieron la carta, porque en vez de dos cumplieron un mes de arresto».

Dice que es «fantástico» que hayan pasado 40 años, que aunque «nota el tiempo» y ahora no sabe si estaría tan ágil para escapar, que no le pongan a prueba: «Soy capaz de todo. A mí me ponen una condena larga y optaría por el suicidio. No resisto estar encerrado».

«En cualquier caso -precisa- hay algo esencial: yo no tenía ninguna sensación de haber transgredido la ley. Se me aplicó una ley del 77, que no era democrática. Yo hacía mi oficio y haciéndolo me cazaron. No calculé bien la jugada», resume.