Cataluña| El complot catalanista de Prats de Molió: una intriga internacional oculta tras un suceso interno

0
373

Redacción.- Barcelona (España), domingo 26 de junio de 2022. Susana Sueiro Seoane. Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, H.» Contemporánea, t. V, 1992, págs. 385-396 (PDF). La política anti-catalanista que Primo de Rivera adoptó nada más llegar al poder supuso una amarga decepción para el catalanismo conservador, que había confiado en el espíritu regionalista del nuevo gobernante y se vio abocado a una actitud de creciente oposición, aunque pacífica, al régimen. Por su parte, el nacionalismo radical optó por la vía de la insurrección separatista, pero la dificultad de encontrar recursos y apoyos fue posponiendo sine die la revuelta. En noviembre de 1926, Francesc Maciá, dirigente de la organización nacionalista Estat Cátala, decidió por su cuenta y riesgo pasar a la acción sin más dilaciones y poner en práctica el plan que llevaba tiempo preparando en su exilio francés: una expedición de voluntarios armados que atravesarían los Pirineos y provocarían un levantamiento que culminarla con la proclamación de la República de Cataluña, Maciá y su reducido grupo de insurrectos, bastante mal pertrechados y precariamente organizados (1) no llegaron siquiera a cruzar la frontera ya que la policía francesa les detuvo en Perpignan y otros…

(1) Profesora del Depto. de H.» Contemporánea de la UNED. Sobre los escasos recursos y deficiente preparación de la operación, y, en general, para los detalles de la abortada expedición, véase la recopilación de documentos sobre la actuación de Maciá fuera de España: Maciá: la seva actuado a l’estranger (presentado de J. Carter-Ribalta, notes de Ramón Fabregat). México 1952. Véase también: PERUCHO, A., Catalunya sota la Dictadura. Barcelona, Proa, 1930; JARDI, E., Francesc Maciá. El cami de la Ilibertat (1905-1931). Barcelona 1977; VIUSA, M., Francesc Maciá, President de Catalunya. París 1968; la perspectiva de J. Carner-Ribalta, uno de los líderes y protagonistas de la intentona separatista, en: Francesc Maciá. El seu cas personal en el moviment patriótic de Catalunya. Barcelona 1931; De Balaguer a Nova-York passant per Moscú i Prats de Molió. Paris 1972; El complot de Prats de Molió. Barcelona 1987.

Susana Sueiro Seoane

puntos, entre ellos Prats de Molió, pueblo del Pirineo francés donde fue arrestado Maciá y que dio nombre a la intentona (2).

Los autores que se refieren a este suceso suelen aludir a la participación en el complot catalanista de unas cuantas decenas de italianos, e incluso algunos mencionan el nombre de Ricciotti Garibaldi, nieto del héroe del Risorgimento, como jefe de ese contingente. ¿Qué hacían esos italianos entre los españoles reclutados por Maciá, que al ser arrestados en Prats de Molió vestían camisas rojas garibaldinas? (3). Esos mismos autores afirman que se trataba de refugiados anti-fascistas encuadrados en la llamada «Legión de la Libertad», que se puso al servicio de Maciá para luchar a favor de la causa nacionalista catalana y conspirar contra la Dictadura de Primo de Rivera. El líder de Estat Cátala, que se movía en París en los mismos ambientes de emigrados políticos que Garibaldi y que trataba desesperadamente de constituir una fuerza armada para llevar a cabo la sublevación que preparaba, consiguió en efecto la participación de los italianos Garibaldinos, una especie de ejército organizado en Francia por Ricciotti y compuesto por anti-fascistas de variado signo, muchos de los cuales eran veteranos de la Legión garibaldina que había luchado contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial (4). No parecía raro que un movimiento de ideología nacionalista y republicana radical, opuesto a toda dictadura, que albergaba el propósito de invadir Italia para derrocar a Mussolini y que, en definitiva, tantas similitudes tenía con el de Maciá, se asociase a esta aventura.

En las mismas fechas del complot de Prats de Molió, Ricciotti Garibaldi apareció también relacionado con un intento de asesinar a Mussolini. De hecho, confusas noticias sobre ambas conspiraciones urdidas en de Molió territorio francés, contra las dictaduras española e italiana respectivamente, saltaron simultáneamente a la prensa europea.

(2) Aunque el dirigente de Estat Cátala fracasó en su objetivo último, consiguió sin embargo dar publicidad a la causa catalanista en el exterior. Según el embajador británico, Maciá y sus correligionarios estaban satisfechos de lo que el líder catalán llamaba su «gloriosa aventura», porque había tenido el efecto de una valiosa propaganda al atraer la atención mundial, que hasta entonces era ignorante e indiferente sobre la cuestión catalana. Por lo demás, el embajador informaba que la aventura había costado 8.000.000 millones de francos, de los cuales sólo uno había salido de Cataluña. Los otros siete procedían de los emigrados catalanes al otro lado del Atlántico, sobre todo de Argentina, Uruguay, Cuba, Chile y los Estados Unidos (Véase, Horace Rumbold a Austen Chamberlain. Barcelona, 10 de febrero de 1927. PRO, FO 371/12717).

(3) Sobre el uniforme de los detenidos, véase: el embajador británico en Madrid al Foreign Office, 2 de diciembre de 1926, en Public Record Office (PRO), Foreign Office (FO) 371/11936.

(4) Sobre el movimiento garibaldino, véase SANTARELLI, Enzo, Storia del movimento e del regime fascista, 2 vols. Roma 1967. SALVATORELLI, Luigi, y MIRA, Giovanni, Storia d’ltalia nel periodo fascista. Torino 1964. FELICE, Renzo de, f\/lussolini 11 fascista, 1921-29, 2 vols. Torino 1966-68.

La investigación de estos sucesos en los archivos y la prensa y, sobre todo, el seguimiento del proceso de Maciá, Garibaldi y el resto de los implicados, que fueron juzgados en París a comienzos de 1927, proporciona, no obstante, una versión mucho más complicada de los hechos, aportando datos sorprendentes sobre las implicaciones del gobierno fascista. Según revelaciones de altos cargos del Ministerio del Interior de Francia y, en concreto, del director general de Seguridad ^ Ricciotti Garibaldi habla sido contratado hacía tiempo por la policía secreta italiana, en un principio para facilitar información sobre las actividades de los italianos anti-fascistas refugiados en Francia, los llamados despectivament Í por el régimen de Mussolini «fuorusciti» I No le había sido difícil a P – ciotti infiltrarse y hacerse pasar por uno de ellos, llegando a convertirse finalmente en un agente provocador. Sus servicios al gobierno fascista debieron ser muy considerables pues había recibido importantes sumas de dinero, al menos 640.000 liras.

Si bien el descendiente del legendario Giuseppe Garibaldi no había tenido nada que ver con el origen de la conspiración catalanista, en cuanto tuvo conocimiento de ella informó a las autoridades italianas, que le dieron órdenes de poner su «Legión» a disposición del líder catalán. Aunque él mismo no participaría en el levantamiento, enviaría a sus hombres a tomar parte en la acción. Al mismo tiempo, Garibaldi fue encargado de mandar a un antifascista a Italia con unas comprometedoras cartas en las que se revelaba la preparación en Francia de un atentado contra la vida del Duce. ¿Qué se proponía el régimen fascista con todo esto? Pues bien, la policía italiana haría fracasar el atentado al detener en la frontera, en una brillante operación, al agente enviado a Italia, llamado Scivoli, acusando a continuación a la policía francesa de poco celo e incluso de haberle dejado salir del país; y, por lo que se refería a la operación en Cataluña, otro tanto se esperaba que hicieran las autoridades españolas, previamente avisadas por las italianas. El gobierno fascista informó, en efecto, al español de la inminente invasión pero, en cambio, se cuidó mucho de transmitir la noticia al gobierno francés puesto que no estaba en absoluto interesado en que éste actuase.

(5) Véanse los informes del embajador británico en Paris dando cuenta al Foreign Office de sus conversaciones con el jefe de la «SCirété Genérale», PRO, FO 371/11936.

(6) Sobre los refugiados o exiliados políticos italianos en Francia, véase: SCHIAVETTI, F., «II fuoruscitismo», en Fascismo e antifascismo. Milán 1971, vol. II: SANTARELLI, E., Storia del Fascismo. Roma 1973, vol. II; GUILLEN, P., «La question des «fuorusciti» et les relations francoitaliennes (1925-1935)», en Italia e Francia dal 1919 ai 1939 (dirigido por J. B. Duroselle et E. Serra), Milán 1981, págs. 21-38: del mismo autor: «L’antifascisme, facteur d’intégration des italiens de France dans l’entre-deux-guerres, en Recherches regionales, 1982, n.» 1, págs. 55-64; «Le role politique de l’immigration italienne en France dans l’entre-deux-guerres», en Les italiens en France de 1914 á 1940 (dirigido por Fierre Milza). Roma 1986.

Susana Sueiro Seoane

Italia y España aparecerían así como víctimas de viles acciones urdidas en suelo francés y con la protección de las leyes francesas; el gobierno galo podría ser acusado de tolerar e incluso de favorecer conspiraciones contra la seguridad de otros Estados. Desde luego, por entonces era frecuente en Italia el procedimiento de provocar o simular acciones anti-fascistas como medio de presionar a Francia a que accediese a la expulsión de algún exiliado y justificar al mismo tiempo una mayor represión de la oposición interna. Lo que resulta más llamativo es que el gobierno de Mussolini tuviese interés en utilizar esa misma estrategia en España.

En el proceso que se instruyó contra los conspiradores de Prats de Molió quedaron suficientemente demostrados los vínculos de Garibaldi con el régimen fascista italiano, hecho que recogen tan sólo algunos de los historiadores que se han referido al tema \ Sin embargo, hasta donde alcanza mi conocimiento historiográfico, los intentos de explicar las razones de la intervención del gobierno fascista resultan absolutamente insuficientes; en el mejor de los casos, quedan envueltas en una densa nebulosa. Y es que sólo conociendo las relaciones entre los gobiernos italiano, español y francés en aquellos días y, más aún, la política internacional de los años veinte, sobre todo en lo que atañe al Mediterráneo ^ es posible llegar a captar las auténticas motivaciones que llevaron al gobierno de Roma a prestar su apoyo a la intentona catalanista. Para el régimen de Mussolini, el complot de Maciá cumplía dos importantes objetivos, uno específico y otro más amplio y de mayor alcance. El objetivo concreto del Duce era convencer al dictador español —cuya actitud conciliadora con Francia en el asunto de los refugiados políticos le había llenado de indignación— de la «culpabilidad» francesa. Unas semanas atrás, en efecto.

(7) Véase SALVEMINI, Gaetano, Mussolini diplomático. Roma 1945; NOLFO, Ennio Di, Mussolini e la política estera italiana, 1919-1933. Padua 1960; MILZA, Pierre, L’ltalie fasciste devant l’opinion francaise, 1920-1940. Paris 1967; Más recientemente, UCELAY DA CAL, Enric, Estat Cátala: Tlie Strategies oí Separation and Revolution oí Catalán Radical Nationalism (1919- 1933), Pti. D Thesis. New York, Columbia University, 1979; y del mismo autor: El nacionalisme radical calata i la resistencia a la dictadura de Primo de Rivera, 1923-1931, tesi doctoral, Universitat Autónoma de Barcelona, 1983.

Primo de Rivera había tratado de desmarcarse de los intempestivos y airados métodos de su homónimo italiano al formular sus protestas con respecto a los «fuorusciti» exiliados en Francia, asegurando que, en esa cuestión, el gobierno español limitaba sus quejas a un mínimo, porque era «muy consciente de la buena voluntad con que Francia vigilaba posibles conspiraciones, y porque respetaba el alto espíritu de democracia que Francia mostraba con todos los que gozaban de su hospitalidad» (9) Mussolini creía que esta postura condescendiente de Primo no hacía sino debilitar sus propias reclamaciones y protestas con respecto a sus subversivos connacionales, y estaba empeñado en lograr que su colega español adoptase una actitud mucho más firme. Convenía, pues, admirablemente a las intenciones de Mussolini disponer de «pruebas irrefutables» para acusar a Francia ante el mundo, y concretamente ante la Dictadura española, de ser un magnífico coto para conspiraciones contra los países vecinos.

(8) Véase, en este sentido, SUEIRO SEOANE, Susana, «La politica mediterránea de Primo de Rivera; el triángulo hispano-italo-francés», en Espacio, Tiempo y Forma, n.° 1, 1987, págs. 183-223.

Pero, aparte de la cuestión específica de los exiliados políticos, la clave para entender en toda su amplitud y profundidad el significado de la intervención fascista en el complot de Macla hay que buscarla en el contexto internacional del momento. De hecho, como veremos, incluso la actitud «simpática» hacia Francia que Primo había adoptado con respecto al tema de los refugiados tiene su explicación en el ámbito de la política exterior.

Desde el golpe de estado del General jerezano, Mussolini trataba de implicarle en una estrategia conjunta italo-española contra Francia en el Mediterráneo occidental. En principio, España e Italia parecían tener muchos intereses comunes. Una y otra nación veían en Francia a la principal responsable de su frustración como potencias mediterráneas. Ambas se consideraban preteridas, maltratadas, e incluso humilladas por la prepotente vecina en el Mare Nostrum y, en concreto, en su orilla africana. Los españoles llevaban mucho tiempo calificando de anti-española la política francesa en el norte de África, convencidos de que Francia constituía el principal obstáculo para el éxito en sus modestas aspiraciones coloniales, en Marruecos y en Tánger.

Desde la época ya lejana de la distribución de zonas de influencia en África y del reparto de Marruecos, había ido fraguándose en la opinión un sentimiento francófobo ante la creencia de que uno de los principales objetivos del expansionismo francés era expulsar a España de su zona de Marruecos para adueñarse de todo el Sultanato y redondear asi su imperio africano. Por su parte, las ambiciones exteriores de Mussolini chocaban frontalmente con las francesas en diversos escenarios europeos, entre los que ocupaba un lugar importante la cuenca occidental del Mediterráneo, donde la Italia fascista aspiraba a tener un mayor peso e influencia. En Túnez, el Marruecos francés y Tánger abrigaba Mussolini aspiraciones que eran sistemática y tajantemente rechazadas por Francia.

(9) Véase, Encargado de negocios de Francia, Montille, a Briand. San Sebastián, 10, 22 y 24 de septiembre de 1926. Archives Diplomatiques du Ministére des Afaires Etrangéres (ADMAE, París), Serie «Europe, 1918-1929»: Espagne, n.» 61.

Susana Sueiro Seoane

Cuando, a los tres meses del golpe, en noviembre de 1923, el dictador y los reyes españoles viajaron a Italia, se produjo casi una conmoción en las cancillerías europeas y toda la prensa atribuyó gran importancia a una visita que parecía inaugurar una nueva etapa de aproximación entre las dos penínsulas; a nadie se le ocultó desde luego la posibilidad de que ese entendimiento llegase a culminar en una alianza político-militar que sirviese de contrapeso de la política francesa en el Mediterráneo. No obstante, en los dos años siguientes, los síntomas de esa amistad se hicieron menos frecuentes y los alarmados ánimos franceses se fueron disipando, sobre todo una vez que, a raíz del ataque de Abd-el-Krim contra el Protectorado francés, se inició la colaboración hispano-francesa en Marruecos que culminaría en 1926 con la rendición y deportación del líder rifeño Abd-el-Krim.

Precisamente en el verano de 1926, en un arranque de euforia tras los éxitos obtenidos en Marruecos, el dictador decidió que había llegado la hora de lanzarse a una «batalla diplomática» para conseguir no sólo «sentarse entre los grandes» en Ginebra (10) sino también el reconocimiento de la otra sempiterna reivindicación española, esto es, la inclusión de la ciudad de Tánger en su zona de Protectorado (11). Mussolini contempló satisfecho cómo se abría ante sí una nueva oportunidad de obtener ventajas para Italia aprovechando el replanteamiento español de la cuestión tangerina. Italia y España se sentían particularmente unidas en su hostilidad contra Francia a propósito de Tánger; la «arrogante» vecina había herido el orgullo mediterráneo de ambas penínsulas, excluyendo a la primera de las negociaciones sobre el estratégico enclave norteafricano y relegando a la segunda a una posición muy secundaria.

Por las mismas fechas en que España hizo su reclamación sobre Tánger se supo de la firma de un Tratado de amistad hispano-italiano y, como es perfectamente comprensible, en Francia hubo muchos que creyeron que el espíritu afirmativo de ambos dictadores había acabado materializándose en un pacto naval y militar anti-francés. Se suponía que, a cambio del apoyo de Italia a España en el tema de Tánger, España había autorizado a Italia a utilizar las islas Baleares como base militar en un futuro conflicto bélico. Al no resultar inquietante el texto del convenio, una vez que éste fue dado a conocer, se sospechó que ambos países habían suscrito cláusulas secretas. Lejos de ello, lo cierto era, sin embargo, que no había habido ningún acuerdo secreto y que la pretendida entente hispano-italiana había quedado reducida a bien poca cosa, para decepción de Mussolini que achacaba el fracaso de sus intentos de «captación» de Primo de Rivera al «incurable afrancesamiento» de los gobiernos españoles. Tras el estallido inicial de entusiasmo de Primo con respecto a los planes del jefe fascista, el dictador había dado en efecto marcha atrás, no dejándose arrastrar a una aventura cuyos riesgos veía mucho más claros que sus ventajas.

(10) Sobre la reivindicación de un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones, véase, CASTIELLA, F. M., Una batalla diplomática. Barcelona 1976; TUSELL, J., y GARCÍA QuEipo DE LLANO, G., El dictador y el mediador. Las relaciones hispano-inglesas durante la Dictadura de Primo de Rivera. Madrid 1986.

(11) Véase, SUSANA SUEIRO SEOANE, «La incorporación de Tánger, una batalla perdida de la diplomacia primorriverista», en Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, n.° 2, 1989, págs. 69-87.

A pesar de todo, Mussolini no renunciaba a lograr un cierto grado de solidaridad mediterránea con la otra península «hermana». Ya que no era posible contar con España para una estrategia global en el Mediterráneo, el Duce pretendía al menos aprovechar la revisión de la cuestión tangerina para lograr que se convocase una conferencia cuatripartita, esto es, de las cuatro potencias con intereses en la zona del Estrecho (España, Francia, Gran Bretaña e Italia), conferencia en la que Italia pensaba exigir ventajas, no ya en el estrecho marco tangerino sino en el ámbito más general y mucho más sustancioso de Marruecos e incluso del norte de África. La estrategia ideada por el jefe fascista fue prometer a Primo de Rivera el apoyo italiano a su demanda y convencerle del interés de celebrar esa conferencia de carácter general. Pero he aquí que Francia y España, con la aquiescencia británica, acordaron celebrar una conferencia exclusivamente hispano-francesa en la que habría de tratarse en exclusiva el tema de Tánger y cuyo resultado se sometería a continuación a la aprobación de Gran Bretaña e Italia. Mussolini, muy contrariado pero incapaz de rechazar esta fórmula desde el momento en que Italia era tratada en igualdad de condiciones con respecto a Inglaterra, no podía hacer otra cosa que intentar evitar por todos los medios posibles el acuerdo hispano-francés; la solución del litigio tangerino significaría echar por tierra todo su plan, que necesitaba precisamente que las negociaciones entre Francia y España se embrollasen de tal forma que no quedara más remedio, ante el impasse o punto muerto alcanzado, que recurrir finalmente a la ansiada conferencia «a cuatro».

La implicación del Gobierno fascista (de Italia) en el complot catalanista sólo puede entenderse correctamente dentro de su estrategia de suscitar la animosidad de la Dictadura española contra la república vecina para impedir el acuerdo hispano-francés (12) Había que recurrir a cualquier medio para crear dificultades entre España y Francia y sembrar la discordia entre ambas. Para Mussolini, la única posibilidad de conseguir los ambiciosos objetivos que se había propuesto en el norte de África era convencer a Primo de Rivera de que «plantase cara» a los «arrolladores e intratables» franceses, negándose a transigir con el arreglo que le querían imponer en Tánger.

Susana Sueiro Seoane

El embajador en Madrid, Paulucci de Calboli, fue encargado de intentar predisponer al dictador y a sus colaboradores en contra de Francia, explotando el malestar que renacía en España, tras el paréntesis de la colaboración en el Rif. En efecto, el gobierno español estaba irritado ante una actitud francesa juzgada prepotente e injusta (11), no sólo en el tema de Tánger sino también en Marruecos, donde los franceses tendían a atribuirse el éxito de la derrota de Abd-el-Krim, y donde habían surgido desavenencias por la negativa de París a entregar al caudillo rifeño a los españoles, así como por la divergente interpretación de los acuerdos sobre delimitación de fronteras entre ambos protectorados.

Sin embargo, y no obstante las fricciones que volvían a enturbiar las relaciones Hispano-francesas (12). Primo accedió a negociar únicamente con Francia el asunto de Tánger al tiempo que trataba de marcar ciertas distancias con respecto a Mussolini, ya que consideraba que los rumores sobre la amistad hispano-italiana y el alboroto suscitado en Europa al conocerse la firma del tratado habían ido demasiado lejos. En realidad, a pesar de la tan traída y llevada afinidad entre las dos dictaduras latinas y del paralelismo que, tanto en política interior como exterior, se tendió a establecer entre los regímenes de Primo de Rivera y Mussolini, lo cierto es que, en ambos aspectos, dicha afinidad fue mucho más aparente que real. Primo jugó a atemorizar un poco a sus tradicionales aliadas —Gran Bretaña y Francia— con la amenaza de su posible alianza con Italia; su coqueteo con Mussolini fue un recurso para tratar de que adoptasen una actitud más benevolente hacia las reivindicaciones españolas. Sin embargo, cuando se vio en una posición que podía parecer demasiado desafiante, dio rápidamente marcha atrás en sus efusiones de «solidaridad latina» con Roma, preocupado por no herir en exceso las susceptibilidades de París y Londres.

(11) Para una mejor comprensión de las Implicaciones internacionales del «affaire» Garibaldi, véase SUEIRO SEOANE, Susana, Las relaciones diplomáticas hispano-italianas durante la Dictadura de Primo de Rivera. Memoria de Licenciatura, UAM, 1983. Un apretado resumen: «Primo de Rivera y Mussolini. Las relaciones diplomáticas entre dos Dictaduras», en Proserpina, dic, 1984.

(12) Las relaciones tiispano-francesas en el Mediterráneo, tradicionalmente conflictivas, atravesaron durante el periodo de la colaboración militar en Marruecos, una fase de distensión, no carente sin embargo de recelos, desajustes y discrepancias constantes; si la colaboración se mantuvo fue porque ambas naciones estaban condenadas a entenderse para lograr vencer la resistencia rifeña. Una vez logrado este objetivo, las fricciones emergieron de nuevo con fuerza. Véase SUEIRO SEOANE, Susana, España y Francia en Marruecos. La política mediterránea de Primo de Rivera. Tesis Doctoral, UNED, 1991.

Así, tras los desbordados y alarmados comentarios a que había dado lugar el famoso tratado con Italia, y al objeto de calmar los ánimos franco-británicos. Primo quiso dejar claro que no compartía las declaraciones belicosas de Mussolini y se esforzó por demostrar que seguía animado de una sincera voluntad de mantener las relaciones más amistosas con sus «aliadas naturales», esto es, Francia y Gran Bretaña. En este contexto cobran toda su significación sus alusiones a la «actitud leal» y la «buena fe» del gobierno galo en el asunto de los refugiados políticos, que tanto molestó al Duce.

Como hemos visto, Mussolini tenía gran interés en irritar a Primo de Rivera contra los franceses. A las cancillerías europeas no se les ocultó desde luego que el juego sucio de las autoridades italianas en el «affaire Garibaldi» estaba dirigido a introducir elementos de perturbación en las relaciones franco-españolas cuando se ventilaba el contencioso de Tánger que enfrentaba a ambos países. Ahora bien, las intrigas del gobierno fascista fracasaron porque la policía francesa, consciente de la vinculación entre las conspiraciones catalana e italiana, actuó con más rapidez y eficacia de lo que Mussolini hubiese deseado, deteniendo en París a Scivoli, a Maciá en Prats de Molió y a Garibaldi en Niza. ¿Acaso Garibaldi era un doble agente que trabajaba también para la policía francesa? Aunque se puede aventurar esta hipótesis, es igualmente posible que los servicios de seguridad galos sospecharan de Riccíotti, vigilaran sus tratos con sus contactos italianos en Francia, y llegaran a descubrir la naturaleza de sus actividades.

A través de los documentos diplomáticos es fácil percibir la preocupación de Mussolini ante el descubrimiento de su intervención en los sucesos, que desde luego se negó a reconocer, calificando las noticias de los periódicos franceses de «necias mentiras» y de «torpe campaña cuya finalidad es crear desacuerdos y equívocos entre la opinión italiana y española» (14). Sin embargo, y a pesar del gran revuelo suscitado en la prensa francesa al saberse que Garibaldi era un agente fascista (13) el gobierno francés, para alivio de Mussolini, no se mostró interesado en dar gran amplitud y publicidad al asunto. De nuevo es imprescindible atender al contexto internacional para entender por qué razón el incidente no fue aireado ni por los franceses ni por los españoles sino que, por el contrario, se trató de silenciar y de limitar su alcance.

(14) Véase, Mussolini al embajador italiano en Madrid, Paulucci. Roma, 8 de noviembre de 1926. DDI, 7. «serie, vol. IV, n» 478.

(13) A través de la prensa descubrimos que, si Ricciotti Garibaldi y su hermano Sante son considerados por la opinión francesa como traidores y sinvergüenzas degenerados cuyo único móvil es conseguir dinero, muy otro es el juicio que merece la conspiración de Maciá. vista con indudable simpatía, por su romanticismo y por el recuerdo del gran número de voluntarios catalanes, unos 14.000, que hablan luchado con el ejército francés en la Gran Guerra.

Susana Sueiro Seoane

De hecho, los conspiradores fueron juzgados únicamente por tenencia ilícita de armas y condenados a penas muy leves, de dos meses de cárcel a lo sumo, y una multa de 100 francos; puesto que todos habían estado en prisión preventiva más tiempo que el que estipulaba la sentencia, fueron inmediatamente puestos en libertad, aunque se les obligó a abandonar Francia. Garibaldi, a pesar de que la mayor parte del juicio había girado en torno a sus relaciones con las autoridades italianas, no fue acusado de actividades hostiles a Francia ni de complicidad en la conspiración catalana sino, exclusivamente, al igual que los demás inculpados, de posesión y distribución de armas. Briand, animado de un espíritu conciliador, deseaba superar cuanto antes la crisis para evitar tensiones que aumentasen la ya grave rivalidad franco-italiana (16) Un conflicto abierto con el gobierno de Mussolini era algo que no deseaba nada en aquellos momentos.

Por su parte, Primo de Rivera dio orden a la censura de evitar la publicación de artículos que implicasen a Mussolini (17). El embajador británico informaba del mutismo y de las enormes reticencias de los gobernantes españoles a tratar el tema de la implicación italiana, cuyo evidente propósito, no le cabía duda, era proteger al gobierno fascista; «Está claro que el gobierno español tiene más información sobre este asunto de la que permite divulgar, y es muy significativa la ausencia de comentarios en la prensa sobre la vinculación de Garibaldi con el complot. Mi impresión es que la censura se ha ocupado de impedir cualquier comentario hostil o desfavorable para Italia» (18). En la embajada italiana se mostraron desde luego muy satisfechos con la «escrupulosa» actuación del dictador en este asunto (19).

Primo de Rivera estaba, por una parte, encantado con la rápida actuación de la policía francesa al detener a Maciá y sus compañeros, y no dejó de manifestar al gobierno francés su agradecimiento por la diligencia y eficacia demostradas pero, al mismo tiempo, no estaba dispuesto a tomar abiertamente partido a favor de Francia, con quien seguía enzarzado en las negociaciones tangerinas, en las que los delegados franceses daban muestras de una inflexibilidad total.

(16) Véase, el embajador italiano en París, Romano Avezzana, a Mussolini, 9 de noviembre de 1926, informando de que «Briand finalmente ha reconocido que, por razones políticas, convenía silenciar todo». Documenti Diplomatici Italiani (DDI), vol. IV, n.° 481.

(17) A pesar de todo, algunos periódicos publicaron noticias sobre el asunto; véase, en concreto, en El Sol, las informaciones de Corpus Barga, su corresponsal en París, durante el mes de noviembre de 1926.

(18) Horace Rumbold a Austen Chamberlain, Madrid, 2 de diciembre de 1926. PRO, FO 371/ 11936.

(19) Véase, informe del encargado de negocios italiano en Madrid, Viola, a Mussolini, de 13 de noviembre de 1926. DDI, vol. IV, n.° 486. 394

Así, ante los italianos, Primo trató de quitar importancia a las circunstancias en que se había producido la expedición armada de Prats de Molió, asegurando que no daba crédito a la insinuación de la responsabilidad del gobierno de Mussolini en el complot: «Da risa —dijo— creer en una maldad que raya en la ingenuidad» (20).

En cualquier caso, lo que está claro es que el plan italiano de enemistar a España con Francia había sido un rotundo fracaso, que tuvo efectos contrarios a los que se proponía. La desconfianza de Primo hacia el Duce, a pesar de su admiración por su figura y realizaciones en muchos aspectos, aumentó a consecuencia de este incidente. Había tenido ocasión de comprobar el temperamento agresivo y expansionista del Duce y temía verse arrastrado de su mano a temerarias aventuras. El dictador español había comprendido que la amistad con Francia seguía siendo la única razonable y posible, la única prudente y práctica. Era no sólo utópico sino también peligroso pretender salirse de las pautas impuestas por Francia y Gran Bretaña, unidas por una Entente Cordiale y que seguían siendo los actores protagonistas en el escenario mediterráneo de la época. Hasta el final de la Dictadura, Primo seguiría refiriéndose a su amistad con Mussolini para impresionar e incluso inquietar un poco a esas dos potencias hegemónicas del sistema de estados europeos pero, a la hora de la verdad, acabaría plegándose siempre a las exigencias de París y Londres, lo que significaba, por supuesto, renunciar a sus reivindicaciones. España desde luego se quedó sin Tánger y sin puesto permanente en la Sociedad de Naciones.

(20) El encargado de negocios italiano, Viola, a Mussolini. Madrid, 13 de noviembre de 1926. DDI, 7′ serie, vol. IV, n.° 486.