Cuando los republicanos reconocían sus crímenes en Cataluña

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CATALUÑA (ESPAÑA), LOS AÑOS 1933-1936. Vista del terror de la República, siempre asesina del pueblo español, que casi 80 años después, los nietos de los asesinos y violadores de jóvenes y mujeres españolas, por ser católicas o del bando nacional, quieren volver a imponer al pueblo español.

Redacción (Javier Barraycoa) – El gran historiador tortosino, Enrique Bayerri, coleccionó a lo largo de los años de la guerra infinidad de recortes de prensa, o notas, que algún día habrían de servir para historiar los acontecimientos que se estaban precipitando. Las encontramos en el tomo IX de su monumental Historia de Tortosa. Barcelona (España), sábado 2 de febrero de 2019. FOTOGRAFÍA: CATALUÑA (ESPAÑA), LOS AÑOS 1933-1936. Vista del terror de la República, siempre asesina del pueblo español, que casi 80 años después, los nietos de los asesinos y violadores de jóvenes y mujeres españolas, por ser católicas o del bando nacional, quieren volver a imponer al pueblo español.

Entre esas notas y recortes descubrimos un escrito del Consejero de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Víctor Colomer, que sorprende por su sinceridad: «Hay compañeros que se complacen haciendo de revolucionarios terribles. Lo que importa es herir al nuevo régimen en los centros vitales sin necesidad de poner cara terrorífica. Esta conducta imprudente ha sembrado el pánico en cierta gente». Parece ser que ya se había desarrollado una dramaturgia del terror y la «pose» de aterrorizar poniendo estos caretos ya era moda.

Un testimonio especialmente importante para el enmarcar la situación que estamos tratando de describir, es el de Jaume Miratvilles, que era hombre de confianza de Companys, ocupó el cargo de Secretario del Comité Central de las Milicias Antifascistas, y por tanto era la «voz» de la Generalitat en este órgano. En su Episodis de la Guerra Civil espanyola, realiza un juicio básico: «A pesar del nombre del Comité del que formábamos parte, creíamos que no se había producido un `movimiento fascista´ y que, por tanto, la represión no podía extenderse a unos estamentos que no habían participado. Ser de la Lliga no era ser fascista, y aún lo era menos ser miembro de la Federació de Joves Cristians, FJC, conocidos por la desafortunada fonética de los fejocistas» (p. 67).

A los pobres militantes de la federación de Joves Cristians (Federación de Jóvenes Cristianos), los fejocistas, los confundían por la fonética con fascistas. Y sólo por ser llamados así ya eran candidatos a la ejecución.

Miratvilles reconoce la desproporción del proceso revolucionario emprendido frente a una sublevación en principio militar. Igualmente reconoce –como cualquier historiador mínimamente serio- que el fascismo en aquella España antes del 18 de julio era un fenómeno más que minoritario. Y por último nos descubre la ignorancia supina de muchos asesinos. A los pobres militantes de la federación de Joves Cristians (Federación de Jóvenes Cristianos), los fejocistas, los confundían por la fonética con fascistas.

VIC (BARCELONA) CATALUÑA (ESPAÑA), LOS AÑOS 1933-1936. Vista del terror de la República, siempre asesina del pueblo español, que casi 80 años después, los nietos de los asesinos y violadores de jóvenes y mujeres españolas, por ser católicas o del bando nacional, quieren volver a imponer al pueblo español.

Y sólo por ser llamados así ya eran candidatos a la ejecución. Un catalanista como Manuel Cruells, en La revolta del 1936 a Barcelona (p. 131), coincide plenamente en lo minoritario del fenómeno fascista en aquella época. Por eso la retórica revolucionaria contra los «fascistas», no tenía más lógica que la de criminalizar a todos los que no fueran ellos. Recordemos que la mayoría de anarquistas y trotskistas represaliados por los estalinistas españoles, fuero también acusados de fascistas.

En resumen, cualquiera que no fuera un entusiasta de la Revolución era un potencial fascista. Claudi Ametlla afirma algo más que evidente: «La revolución fue la persecución de miles de compatriotas, no porque fueran fascistas, sino porque eran de derechas, católicos o burgueses».

Y los catalanistas conservadores, evidentemente, no se salvaron de la persecución. Una vez más, Claudi Ametlla, en sus memorias, no perdona a Companys que fuera colaborador necesario en el asesinato de muchos correligionarios catalanistas. A mediados de agosto, abandonaba la Cataluña revolucionaria y escribía una frase lapidaria: «Volveré cuando los catalanistas [en referencia a Companys y adláteres] dejen de ejercer su catalanismo matando catalanes» (p. 137).

Claudi Ametlla, al abandonar Cataluña afirmó que : «Volveré cuando los catalanistas [en referencia a Comanys y adláteres] dejen de ejercer su catalanismo matando catalanes»

La cosa no era para menos. Federica Montseny, en una frase recogida por John Bradenas, en Anarcosindicalismo y revolución en España (1930-1937), sostiene que: «Es posible que nuestra victoria haya significado la muerte violenta de cuatro o cinco mil ciudadanos de Cataluña, catalogados como hombres de derechas, vinculados a la reacción política o a la reacción eclesiástica».

Lo decía con toda tranquilidad como si la muerte de cinco mil personas nada fuera. ¡Y eso que Federica Montseny, también era considerada una de los líderes anarquistas más moderados! Los asesinatos de miles de personas en pocos meses, no podían menos que causar una honda impresión en aquellos catalanistas, católicos y conservadores, que aún creían en la República. Para ellos se les hacía incomprensible la situación: la República –por la que los especialmente los democristianos habían luchado- ahora permitía la quema de Iglesias, el asesinato de clérigos y la eliminación de sus creencias.

El demócrata cristiano Maurici Serrahima, al escribir sobre esos tiempos, deja un rastro de tristeza y desilusión. Él, uno de los prohombres de Unió Democràtica de Catalunya, acabaría viendo la Generalitat en manos de comunistas que sólo hablaban castellano. Su absurda fidelidad a la República, le mantuvo recluido y medio escondido en Cataluña, tragándose todos los sapos y más. No obstante pudo colaborar en el Socorro Blanco que asistía a sacerdotes y católicos escondidos. Leemos una de sus impresiones sobre el terror: “Aquella primera etapa, aquellos primeros meses en los cuales, en tantos lugares del país, el orden y hasta el poder en la calle quedaron en manos de los comités de barrio y de pueblo, es una etapa que los que la hemos vivido, no podremos olvidar nunca […] era como una forma de vuelta a una pasado superado hacía milenios, a un régimen de tribus”. O quizá, mejor dicho, era la entrada en una nueva época: la revolución moderna.

Para ellos se les hacía incomprensible la situación: la República –por la que los especialmente los democristianos habían luchado- ahora permitía la quema de Iglesias, el asesinato de clérigos y la eliminación de sus creencias.

El terror inicial estaba cumpliendo perfectamente su función: el exterminio, huida o inanición de una clase media, especialmente compuesta de católicos muchos de ellos catalanistas, que hubieran podido apoyar a Companys. Éste, no solo no intentó reorganizar las fuerzas catalanistas, sino que facilitó su huida de Cataluña.

La revolución anarquista, así, se quedaba sin un contrapeso social. Manuel Cruells, el periodista de Estat Català, que escribía en el incautado Diario de Barcelona, nos deja en sus memorias una reflexión sobre la aniquilación –en el orden práctico y funcional- de una clase media catalana también republicana: «Una clase media que estaba al lado del Gobierno de la Generalitat y que, siguiendo una tradición de republicanismo más o menos socialistizante, habría mirado y seguido con simpatía y habría colaborado en una transformación que su hubiera presentado con un mínimo de espíritu constructivo […] Lo mismo sucedió con los grupos católicos catalanes, que también, por tradición, muchos tenían un gran fondo liberal, republicano y catalanista. Todos tuvieron que huir, esconderse, y pasar las fronteras como pudieron, los que sobrevivieron, y con ellos muchos hombres cultos» (La revolta del 1936 a Barcelona, p. 220).

Hasta Josep Massot Muntaner, monje de Montserrat, historiador y catalanista, tiene que reconocer que en su obra L´Església catalana al 36, que: «No es de extrañar pues que muchos católicos consideraran un enemigo irreconciliable a aquella república que había permitido asesinatos en masa, incendios y pillajes indiscriminados y que se vieran abocados a abrazar la causa de Franco» (p. 76).

(BARCELONA) CATALUÑA (ESPAÑA), LOS AÑOS 1933-1936. Vista del terror de la República, siempre asesina del pueblo español. Dice la imagen «Momias expuestas al público a la puerta de la Iglesia de Las Salesas, durante el dominio ROJO en Barcelona.». Los mismos energúmeno que, casi 80 años después, nietos de esos asesinos, violadores de jóvenes y mujeres españolas, por ser católicas o del bando nacional, quieren volver a imponer al pueblo español.

Los testimonios en el mismo sentido son tantos que no cansaremos al lector. Pero que nadie piense que esta persecución sistemática a ciertos sectores de la sociedad catalana era azarosa. El movimiento anarquista no era –perdonen la expresión- una disciplinada Wehrmacht, pero tampoco un Ejército de Pancho Villa. Quizá exagerando lo que eran las fuerzas anarquistas, pero sin alejarse de la realidad, un protagonista de la época nos describe la sensación que tenían los anarquistas de su propio poderío.

Se trata de Josep Peirats i Valls, cenetista que escribió en 1962, sus recuerdos y reflexiones en una obra titulada Los anarquistas en la crisis política española. Ahí leemos: «Éramos una potencia tan formidablemente organizada, usufructuábamos de una manera tan absoluta el poder político, militar y económico en Cataluña, que, de haberlo querido, nos hubiera bastado con levantar un dedo para instaurar un régimen totalitario anarquista». Nada de desorden, nada de caos. Todo estaba pensado y premeditado, sólo faltaba la decisión y oportunidad de ejecutarlo.

El caso es que la desaparición repentina en los primeros meses de guerra de ciertos sectores sociales; o su atenazamiento social, impidieron que la Generalitat tuviera el apoyo social para restaurar el orden. Además, Companys aprovechó el hundimiento de las estructuras del Estado republicano y no puso mucho empeño en rehacerlas, pues eso le daba un protagonismo mayor.

Cataluña quedaba momentáneamente casi aislada de la República, él asumía competencias que no le correspondían y él mismo se creyó líder de una revolución que había de alumbrar al mundo. Evidentemente, eso no podía acabar bien.

Javier Barraycoa

Fuente: Libro: Los (des)controlados de Companys

Los (des)controlados de Companys

Autor: Javier Barraycoa

20,00 euros

Companys y el genocidio catalán

El genocidio desconocido de la Generalitat catalana

Lluís Companys: ¿mártir o verdugo? Por un lado, se quiere crear un mito útil para el victimismo nacionalista.

Por otro lado, innumerables documentos de la época demuestran que buena parte del catalanismo y del republicanismo repudiaban su figura, considerándolo uno de los culpables de la pérdida de la Guerra Civil y del hundimiento del catalanismo.

Una de las causas de esta repulsa fue su pacto con el anarquismo nada más comenzar la contienda.

En pocos meses, bajo su mandato se cometió un auténtico «genocidio catalán»: miles de hombres y mujeres fueron asesinados de la forma más bárbara por comités de milicias integrados no sólo por anarquistas sino también por miembros de Esquerra Republicana de Cataluña y otras formaciones políticas.

Este libro es un esfuerzo por redescubrir la complicada personalidad de Companys y aporta datos irrebatibles sobre su responsabilidad en el genocidio catalán y la lógica del terror revolucionario entre julio de 1936 y mayo de 1937.