Educar o no educar, esa es la cuestión que muchos no tienen clara ¿verdad Sra. ministra?

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FOTOGRAFÍA. MADRID (ESPAÑA), 20.12.2020. La ministra de Educación, Isabel Celaá, analizó este domingo el sistema educativo español desde la transición hasta la aprobación de la LOMLOE. Efe

Pero esto no es un alegato, es una honda reflexión fruto de mucha experiencia y en connivencia con la realidad más humana. Los niños, nuestros hijos, cuando nacen son como envoltorios plegados que hay que desenvolver con muchísimo cuidado (educación), con mimo para no dañar ninguno de los innúmeros mensajes —mensajes cifrados en clave genética— que debemos descifrar, traducir, interpretar para diseñar, elaborar, construir y proyectar la persona que queremos tener como versión preciosa, esa maravilla personal que trae consigo el envoltorio de carne, huesos y nervios, ocultando un código que puede llegar a ser mucho, todo, o bien reducido a miseria, según lo que hagamos mientras él se va desarrollando.

«Cada niño tiene una canción dentro de sí. Nuestra labor es conectar el volumen» (Nancy Kopman). Esa canción, ese puzle maravilloso contienen miles de notas y miles de piezas, infinitas formas y melodías posibles que padres y educadores van colocando pieza a pieza y cada nota para configurar una maravilla de persona o una escoria social, —también caben todos los intermedios—, pero del paquete original en ningún caso sale un cubo que haya que llenar de escuela para que resulte una computadora llena de datos más o menos irrelevantes.

Los padres necesitamos el complemento de esa figura existente pero tapada, neutralizada: educadores infantiles (no maestros) para niños con sus padres. Expertos acompañantes de niños con padres educadores. Expertos que conocen las piezas y colocan las notas, maestros de obra que orientan a los padres constructores del edificio educativo que tarda en 6 y 7 años antes de estar disponible para el complementario medio escolar, enseñante, decorador de interiores bien armados —pero solo de los bien armados—.

Los otros, sin cimientos-educación de base, se pueden llenar, sí, de escuela, de datos, conceptos y contenidos convencionales, incluso de ciencia y titulaciones; pero en edificio agrietado que oscila sobre arena, cuyas paredes rechinan, desajustadas puertas y ventanas, paredes humedecidas, pinturas descorchadas… Niños mal montados, personajes agrietados por cimientos desnutridos de educación fundamental, esa que hace personas sólidas que, a su vez, consolidan sociedades.

Entre seis y siete años de Educación; no de información, no de conocimientos, no de escuela; pero sí familia + educadores especialistas. Educadores para niños y familia. Educadores que rezuman cariño, libertad y respeto, que son ejemplo de colaboración en ciudadanía y bienestar social. Hablamos de seres humanos con responsabilidad, con criterios de justicia, de bien y verdad, con gran capacidad de observación para señalar caminos. Educados en valores, en solidaridad y en legalidad que es lealtad; no en ideología y confusión desleal.

Todo ello es naturaleza y como tal, sus tiempos de siembra, de cuidadoso cultivo y de crecimiento. Se siembra Educación en los años de infancia, desde que nacen, en su primavera, cuando puede arraigar, en tierra sana familiar. Su cultivo requiere cuidados muy especiales de afecto, modelaje, vivencias naturales, movimiento en libertad, contacto con la realidad, trato ejemplar y control corporal. «Los niños florecen cuando se sienten conectados» nos dice la Dra. Laura Markhan.

No recortemos infancia, no limitemos movilidad, juego, disfrute, afecto, contacto, experiencias y valores. Con las prisas borramos una parte de la partitura, perdemos piezas y se rompe la magia, esa magia natural que es la niñez. No rompamos los cimientos con escuela y menos con ideologías que habitan en las buhardillas.

Educar es respetar al niño y moldear su respeto de persona entre personas, sus vivencias serán sus fortalezas. Oliver Sacks se refiere así a la escuela antes de tiempo: «El Creador nos da la infancia junto con la vida y la sociedad nos la arranca antes de que tengamos la oportunidad de seguir los impulsos de nuestras almas, creativas por naturaleza».

El cultivo lleva tiempo; entre 6 y 7 y más años, es entonces cuando se combina con otros modos de relación, de comunicación, de aprendizaje, de convivencia y limitaciones. Es la escuela, la etapa o tiempo escolar que amplía educación si construye sobre sólidas bases de humanidad. Pero si faltan bases sólidas de educación, la escuela llenará cubos humanoides para rodar a patadas de la vida por las calles empedradas de peligros.

No es lo mismo educación y escuela. Las bases, como cimientos indispensables en toda construcción, son anteriores y son indispensables. Cuando faltan cimientos sólo podemos construir cabañas, movidas por cualquier viento.

La educación de base, que solo puede ser firme en el seno familiar (con todas las ayudas que sean posibles y necesarias), es temprana, es larga y tiene caracteres que no se dan en la escuela —por muy infantil o pública que esta sea—. Sí necesitamos oasis, jardines de infancia, centros infantiles que ayudan a padres y suplen a padres y educan también a padres con sus hijos. Aquí, los más cualificados especialistas son necesarios. Es la labor social y humana más importante de cuantas son indispensables en nuestra sociedad. ¡Y merece la pena Educar!

Isidro García Getino