El nudo gordiano catalán

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FOTOGRAFÍA. BARCELONA (ESPAÑA), 24.05.2021.Pere Aragonès García (c), investido presidente de la Generalitat el pasado viernes con los votos de ERC, JxCat y la CUP, interviene durante su toma de posesión en un acto institucional en el Palau de la Generalitat. Efe

Redacción.- Barcelona (España), miércoles 16 de junio de 2021. Cuenta la leyenda que los habitantes de Frigia (una parte de la actual Turquía) tuvieron que elegir un nuevo rey y, para ello, consultaron al oráculo del templo de Zeus. Según el oráculo, el nuevo rey sería el que entrase en la ciudad con un carro, tirado por bueyes, y sobre el cual estaría posado un cuervo. Fue un labrador, llamado Gordias, el que entró de esta guisa y, por lo tanto, fue nombrado rey. Como agradecimiento, fundó la ciudad de Gordio y ofreció a Zeus el carro y el yugo, que ató al carro con un nudo tan complicado que nadie podía desatarlo. El que lo consiguiera conquistaría todo el Oriente. En el 334 a. de C., cuando se dirigía a conquistar el Imperio Persa, Alejandro Magno pasó por Gordio, donde fue retado a desatar el nudo de Gordias. Después de mucho reflexionar, Alejandro desenvainó su espada y, con un certero tajo, lo cortó, al tiempo que dijo: «Monta tanta cortarlo como desatarlo».

Hoy, con el sintagma «nudo gordiano», se hace referencia a una dificultad o a un problema o a un obstáculo de muy difícil solución o desenlace, como el sempiterno «nudo gordiano catalán», por poner sólo un ejemplo. Y la expresión «cortar el nudo gordiano» significa resolver tajantemente y sin contemplaciones un problema: da igual cómo se haga, lo importante es que se resuelva.

El nudo gordiano catalán y los anti-Alejandros

Los ciudadanos y visitantes de Gordio se enfrentaron al nudo de Gordias, sin éxito, hasta que pasó por allí Alejandro Magno. Los españoles, desde hace décadas, nos enfrentamos al «nudo gordiano catalán», que se resiste a ser desatado. En la confección y el fortalecimiento del mismo, no ha habido sólo un Gordias sino que han colaborado varios: desde el inicio de la Transición, todos los presidentes del Gobierno de España no han dudado en complicar y en fortalecer el «nudo gordiano catalán», para poder llegar al poder y/o para mantenerse en él.

En efecto, desde A. Suárez hasta P. Sánchez —pasando por F. González, por J. M. Aznar, M. Rajoy y J.L. R. Zapatero— en 10 de las 15 legislaturas, los aspirantes a presidentes de Gobierno se vieron obligados a buscar el apoyo y a entenderse con formaciones nacionalistas (CIU y PNV, principalmente). Los nuevos partidos estatales (UPyD, C’s, Podemos y Vox) no han conseguido eliminar esta decisiva y nociva dependencia e influencia. Ahora bien, ante el apetito patológico de poder de los candidatos a presidentes del Gobierno de España, el apoyo de los nacionalistas catalanes (y también vascos) nunca fue altruista sino un auténtico chantaje o una cascada de jaques o una serie de órdagos para exigir y obtener contrapartidas de todo tipo.

Entre estas contrapartidas y sin ánimo de ser exhaustivo, F. González concedió la corresponsabilidad fiscal (15% del IRPF) y el desarrollo del estatuto de autonomía catalán con las consiguientes transferencias. Aznar, con el nefando «Pacto del Majestic«, incrementó la corresponsabilidad fiscal (cesión del 33% del IRPF, del 35% del IVA, del 40% de los impuestos especiales), propició importantes transferencias (tráfico, educación, justicia, agricultura, sanidad, empleo, puertos y aeropuertos,…), eliminó la figura del Gobernador Civil, concedió importantes inversiones para ampliar el puerto y el aeropuerto de Barcelona y para financiar el AVE Madrid-Barcelona, evitó que la «ley de Política Lingüística» fuese recurrida ante el TC, … y entregó, en bandeja de plata, la cabeza de Alejo Vidal-Quadras, la mosca cojonera para los nacionalistas. Con Zapatero, las concesiones continuaron y prometió aceptar el nuevo estatuto, hecho a medida por los y para los nacionalistas, que saliera del Parlamento catalán. Con Rajoy, la deriva nacionalista e independentista condujo al referéndum ilegal de autodeterminación (1 de octubre de 2017), a la declaración unilateral de independencia (27 de octubre de 2017) y, como no podía ser de otra forma, a la condena de los patrocinadores.

Con el goteo de las sucesivas concesiones y traspasos de competencias a Cataluña, durante 40 años, ya no queda gran cosa por transferir. Por eso, para los nacionalistas catalanes, ha llegado el momento de dar el jaque mate al Estado de Derecho. Así, ahora, con Sánchez, se temen nuevas e importantes concesiones, lesivas para el Estado de Derecho y para la soberanía de los españoles: en primer lugar, la concesión del «indulto» a los políticos independentistas condenados con sentencia firme y presos; luego o en su lugar, según algunos analistas, vendría la concesión de la «amnistía» para ellos; y, para rematar, se permitiría la convocatoria de un referéndum de autodeterminación vinculante y la proclamación de la independencia de Cataluña y de la república. Ante la deriva de los Gobiernos de España, más de uno se pregunta si, con Sánchez en La Moncloa, se dará la puntilla letal a la unidad de España.

Se necesita un Alejandro expeditivo

Los sucesivos presidentes de Gobierno de España, ávidos de poder a cualquier precio, han complicado y consolidado el «nudo gordiano catalán», como dice Ignacio Varela, mediante «políticas de apaciguamiento», que se han limitado a hacer concesiones y más concesiones, para que los nacionalistas-independentistas depongan su actitud, pero sin exigirles nada a cambio. Y éstos han considerado las concesiones como una debilidad de los poderes del Estado y como la confirmación de que sus objetivos son razonables, justos y realizables. Ahora bien, precisa I. Varela, estas políticas de apaciguamiento no serán efectivas si no van precedidas, acompañadas y/o seguidas de políticas disuasorias, tan determinantes y contundentes como las agresiones sufridas.

Durante 40 años, los nacionalistas independentistas catalanes se han regido por el adagio popular de que «el que no llora no mama». Además, han seguido a pies juntillas el consejo, acuñado por J. Pujol, que reza así: «Hoy, paciencia; mañana, independencia». La paciencia parece que ha terminado y el momento de la autodeterminación y de la proclamación del Estado catalán ha llegado. Ante el jaque mate y el órdago de los nacionalistas, ha llegado también la hora de que un nuevo Alejandro coja este toro por los cuernos y dé una solución urgente y definitiva al nudo gordiano catalán. Como dijo Alejandro Magno, «Monta tanto cortarlo como desatarlo», es decir es igual cómo se haga (siempre en el marco de la legalidad), lo importante es que se haga.

Como dijo Einstein, «si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo». Por eso, no se puede seguir, como hasta ahora, con las políticas de apaciguamiento. Es necesario el nuevo Alejandro —audaz e inteligente como el genuino— que haga respetar, caiga quien caiga, la legalidad vigente y que haga caer todo el peso de la ley sobre aquellos que se atrevan a poner en peligro nuestra convivencia. La casta política no puede seguir por el camino trillado de los último 40 años ni debe olvidar la historia: los estragos provocados por las contemporizaciones con Hitler. Si la olvida, podremos recordarle los presagios de Churchill cuando Chamberlain presentó, en la Cámara de los Comunes, los Acuerdos de Múnich: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra (…), elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra». ¡Que tomen nota!

Manuel I. Cabezas González