Maldición por la brujería

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FOTOGRAFÍA. MUTARE (ZIMBABUE), 11.12.2020. Un estigma social y hasta una maldición por la brujería. Así consideran algunas comunidades de África la sordera de los niños, un tabú que escuelas especializadas intentan romper cada día a golpe de lengua de signos. Efe 

Efe –  Un estigma social y hasta una maldición por la brujería. Así consideran algunas comunidades de África la sordera de los niños, un tabú que escuelas especializadas intentan romper cada día a golpe de lengua de signos. Mutare (Zimbabue), viernes 11 de diciembre de 2020.

En Mutare, en el este de Zimbabue, decenas de escolares de entre 6 y 8 años intentan derribar esas barreras y encontrar autoestima en el Centro para Niños Sordos de Nzeve («oído» en el idioma local shona).

Son solo algunos de los nueve millones de menores sordos que hay en África subsahariana, según la ONG Deaf Child Worldwide (Niños Sordos en el Mundo»).

CREENCIAS PELIGROSAS

La falta de concienciación sobre los factores que causan sordera alimenta incluso la creencia de peligrosos prejuicios, como que las madres de los niños fueron hechizadas durante el embarazo.

«No se realizan pruebas posnatales para detectar una posible sordera», explica a Efe Barbra Nyangairi, directora ejecutiva de Zimbabwe Deaf Trust (ZDT, Fundación de los Sordos de Zimbabue), con sede en Harare.

«Es habitual que sólo se descubra más tarde y entonces la familia se enfrenta a una recriminación: ¿Qué habéis hecho?», señala.

El estigma hace que muchas familias encierren a sus hijos en casa y, además de negarles el derecho a una educación, se les impida ser aceptados -y vistos- por el mundo.

Desde hace dos décadas, el Centro para Niños Sordos de Nzeve enseña a decenas de niños a comunicarse mediante señas con sus padres y hermanos, lo que empodera a los menores, que además reciben clases de lectura, aritmética y arte.

«Las madres también aprenden lengua de signos», explica a Efe Lyne Dirikwe, coordinadora de familias del centro, sobre la celebración de reuniones públicas en las que los progenitores hacen de «embajadores» y hablan de sus hijos a fin de romper el estigma.

«Puedo asegurar que, en las comunidades en las que se ha hecho concienciación, la discriminación ha disminuido», sentencia Dirikwe.

El principal progreso suele reflejarse en el hogar -una vez que los menores pueden comunicarse con su entorno y expresar sus necesidades y anhelos-, y por supuesto, también en su autoestima.

Pero en ocasiones «la estigmatización comienza en el hogar, no se les considera parte de la familia. Los hermanos no saben cómo comunicarse con ellos y realmente se quedan excluidos», detalla la responsable de ZDT.

Solo en el año 2000, el mismo en que se fundó Nzeve, hasta 135.000 niños de educación primaria sufrían problemas de audición en un país de 15 millones de habitantes, mientras que uno de cada mil padecía una pérdida auditiva profunda, según reveló una encuesta.

EL IMPACTO DE LA COVID

La «nueva normalidad» provocada por la pandemia del coronavirus también ha dejado su huella en el pequeño oasis del centro, donde la idiosincrasia del idioma de signos hace que los alumnos no puedan usar mascarillas en clase.

En su lugar, los estudiantes usan un protector facial de plástico transparente elaborado por otros jóvenes con discapacidad que participan en el programa de habilidades vocacionales.

En el exterior, varias cabañas redondas con techo de paja muestran pinturas infantiles con signos del alfabeto: una palma abierta indica la «l» de limón, un dedo corazón doblado hacia abajo y sostenido por el pulgar es la «k» de cometa («kite», en inglés); y un puño cerrado representa la «a» de manzana («apple»).

Las cabañas se construyeron para acomodar a los niños y padres que acudían al centro desde distritos remotos, pero el confinamiento nacional detuvo las clases.

Los niños «no se podían mover. No había transporte. Las regulaciones del confinamiento decían que debían quedarse en casa», recuerda Dirikwe.

La amenaza de la COVID-19 supuso otro problema: hacer llegar a los jóvenes estudiantes los mensajes que la mayoría de zimbabuenses recibían en la radio y la televisión.

«Por supuesto, los padres aprenden la lengua de señas, pero con un vocabulario limitado no consiguen explicar (el coronavirus) para que el niño lo comprenda», cuenta la coordinadora, por lo que el personal de Nzeve se desplazó, tras conseguir un permiso oficial, a las áreas donde los estudiantes estaban confinados.

El confinamiento de Zimbabue se ha aliviado y algunas escuelas reabrieron sus puertas, aunque con poco personal por una huelga.

LLEGAR A SER LO QUE QUIERAN

Aunque esta discapacidad existe en todo el mundo, pocos países africanos ofrecen subsidios, información y opciones laborales a los afectados. Sudáfrica está a la vanguardia, con centros de formación profesional para sordos y un programa nacional de lengua de signos.

Kenia y Uganda también tienen sistemas para ayudar a las personas sordas, pero otros muchos, como Zimbabue, van a la zaga.

Con todo, escuelas como Nzeve están creando espacio para una realidad más equitativa, dando un renovado sentido de autoestima a niños que, por fin, son escuchados por aquellos que más les quieren y que a su vez consiguen emular a otros como ellos.

«Yo estoy aquí para asesorarlos», explica a Efe a través de un traductor Tadiwa, de 21 años y que ejerce como mentora en Nzeve, donde se graduó en un programa de habilidades vocacionales.

«Les digo que pueden ser enfermeras, que pueden llegar a ser lo que quieran», dice esta joven que logró convertirse en costurera.