Redacción (Ana Maria Torrijos) – El presidente de Gobierno, señor Sánchez, ha culminado la fechoría más grande que pueda ofrecerse a un país que ha perdido el norte de su destino. Llegar a ocupar el poder del ejecutivo a traves de una ruta secundaria, es lo que le ha hecho «merecedor» de ganarse por vida ese dulce retiro, haya sido buena su legislatura si es que llega a terminarla, o sea nefasta. En su haber se acumulan viajes, poses ante las cámaras y comparecencias sin preguntas de los periodistas, todo ello contrario a lo que cabe esperar de quien decide el funcionamiento de la sociedad. Barcelona (España), sábado 16 de febrero de 2019. FOTOGRAFÍA: MADRID (ESPAÑA), 15.02.2019. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la declaración institucional que ha realizado en La Moncloa tras la celebración de un Consejo de Ministros extraordinario. Sánchez ha disuelto las cortes generales de España y ha convocado elecciones generales para el próximo 28 de abril. Lasvocesdelpueblo
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Un Poder Ejecutivo sin el apoyo directo del voto de las urnas, sólo con el origen anclado en una moción de censura, justificada por la falsa intención de convocar nuevas elecciones, no es la garantía que necesita una sociedad para sentirse segura y más aún cuando ese poder político comparte la acción con los que tienen un único aliciente, destruir el sujeto soberano de la Nación. Nuestra continuidad avalada por siglos, está en el punto de mira de depredadores y por lo tanto ante una posible desaparición, por lo menos tal como se la ha conocido hasta ahora. Algún que otro opinador o cargo político ante tal posibilidad, lo niega, responde con voz profunda que eso nunca ocurrirá, nunca podrá ser. La realidad es aplastante pues se ha dejado gobernar a un adicto al poder, a una persona que no le motiva el interés de los demás, un ególatra.
Las expresiones emitidas que pretenden tranquilizar, se desmontan si somos capaces de echar la mirada atrás y observar el ocaso de anteriores culturas. La Grecia clásica y la Roma imperial son los ejemplos más visibles aunque no hayan desaparecido en su totalidad pues su legado está en nosotros. En el caso particular de España puede ocurrir lo mismo, no estamos libres de los negativos ingredientes que se dieron en aquellas sociedades predecesoras.
No es obligado estudiar todos los entresijos habidos en aquel entonces, es tarea de historiadores y sociólogos, los expertos tienen la palabra en esa rama del saber. Pero lo que sí podemos hacer, es plantearnos por qué no se consigue que las decisiones de los gobiernos nacionales, autonómicos y municipales respondan a las necesidades de los ciudadanos. El sistema institucional que nos dimos es representativo, y son ellos, los partidos o en todo caso su directiva la que se posiciona, legisla y reivindica. Para que el acatamiento de delegar la soberanía esté dirigido al interés común, la sociedad debe transmitir sensaciones, no puede perderse en banalidades, debe estar vigilante, exigir responsabilidades, su opinión cuenta. Circunstancia que facilitaría la afirmación de «Nación de ciudadanos libres e iguales» y realzaría la justicia social amparada por la ley.
Recapacitemos, dediquemos unos escasos minutos a averiguar qué es lo que debe primar en una sociedad consciente de sus actos y de sus inquietudes. La única respuesta más cercana a la realidad, es que sus miembros estén formados y documentados, que tengan la posibilidad de ejercer como seres pensantes que son. Familia, escuela y sociedad son los tres elementos esenciales para que esto se lleve a término. En este complejo momento coyuntural, es algo difícil que esos tres ingredientes se encuentren en buen estado.
La escuela va a ser en esta reflexión el punto central para resaltar el bagaje que llevamos en el imprevisible viaje individual y social. Ante el reto, la democracia nos brinda la oportunidad de comprender la realidad humana: el hombre es el único ser vivo capaz de decidir lo que es. La responsabilidad ocupa en la persona, dentro de los límites de sus capacidades y sus circunstancias, un papel importante y en sus fases mínimas está presente en cuanto se empieza a conformar su cerebro. Por eso el ambiente académico, lo que en las aulas se hace y cómo se hace, es uno de los grandes artífices de la adquisición de determinadas cualidades. La enseñanza se ha generalizado y el que toda persona sin exclusión pueda optar a las aulas ha sido un reto del proceso civilizador.
Si todo lo dicho es evidente y loable, se ha de reconocer que desde ya hace varias legislaturas la enseñanza ha perdido calidad por la nefasta inclusión de un nuevo ingrediente -el igualitarismo-. El principio ajustado a que todos lleguen a la meta no a que todos tengan derecho a estar en el punto de partida, es un postulado contrario a la realidad pues descarta la capacidad y el esfuerzo de cada uno de los estudiantes. Los niveles se desplomaron, los libros perdieron valiosos conocimientos, materias humanistas fueron suprimidas y las exigencias para optar a maestro o profesor se rebajaron. Los resultados de este experimento que retrasaba la edad escolar para acceder al aprendizaje de la lectura y dejaba vía libre a los juegos de las pantallas de móviles u otros artilugios, se han hecho evidentes: falta de comprensión, de vocabulario, de reflexión y de conocimiento de la historia, de la cultura y sobre todo de afición a la información. Durante casi tres décadas, cada uno de nosotros lleva en la mochila este grave problema. Se ha negado a un importante sector de los ciudadanos la capacidad de corregir los posicionamientos de los políticos y de pulverizar con argumentos las patrañas que algunos suelen lanzar; no olvidemos que también la inmensa mayoría de ellos son resultado de esa enseñanza de baja calidad.
El presidente de Gobierno, señor Sánchez, ha culminado la fechoría más grande que pueda ofrecerse a un país que ha perdido el norte de su destino. Llegar a ocupar el poder del ejecutivo a traves de una ruta secundaria, es lo que le ha hecho «merecedor» de ganarse por vida ese dulce retiro, haya sido buena su legislatura si es que llega a terminarla, o sea nefasta. En su haber se acumulan viajes, poses ante las cámaras y comparecencias sin preguntas de los periodistas, todo ello contrario a lo que cabe esperar de quien decide el funcionamiento de la sociedad.
Los ciudadanos al manifestarse en la Plaza Colón de Madrid, con banderas e himno, pedían elecciones ¡ya! y el presidente a kilómetros de distancia, rodeado por sus afiliados, resaltaba su lealtad al gobierno cuando era él oposición y se lamentaba del tratamiento que recibía por la oposición cuando ahora presidía el ejecutivo. Un presidente sin merecerlo y una ciudadanía tardía en posicionarse ante los políticos que no responden.
Se han de acabar los engaños, los malos usos, las incompetencias, todo lo que sea hurtar a la sociedad de su dignidad. El lema de una gran manifestación convocada en cualquier sitio, sea el puesto de trabajo, el hogar, la carretera, el aula, los parques, ha de ser: Educación de calidad, no adoctrinamiento, libertad.
Ana María Torrijos
