Él pagó a 2 sicarios por matar y descuartizar a la jugadora de voleibol Ingrid Visser y su marido Lodewijk Severein

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FOTOGRAFÍA. MURCIA (ESPAÑA), 03.10.2016. Juan Cuenca, uno de los acusados del asesinato de la jugadora holandesa de voleibol Ingrid Visser y de su pareja, Lodewijk Severein. Efe 

Efe – El matrimonio, muy llamativo por la estatura de ambos cercana a los dos metros, alquiló un coche en el aeropuerto alicantino y se dirigió a Murcia para alojarse en un hotel. A las ocho de la tarde salieron y no regresaron a dormir. Interesados por cómo les había ido la consulta, la familia, residente en Holanda, llamó al matrimonio varias veces y ninguno contestó. También contactaron con la clínica, que tampoco sabía nada de ellos, pero que, a instancias de la familia, acudió a la comisaría para denunciar la desaparición el 17 de mayo. Madrid (España), domingo 2 de agosto de 2020. 

Juzgados de Murcia, 3 de octubre de 2016. Tras declarar durante hora y media y después de un receso, Juan Cuenca, el principal acusado de los asesinatos tres años antes de la jugadora holandesa de voleibol Ingrid Visser y su marido, pide intervenir de nuevo: no existe ningún mafioso ruso, él pagó a dos sicarios por matar y descuartizar al matrimonio. 

Es casi el punto final del caso Visser que en mayo de 2013 conmocionó a la región de Murcia y que tuvo un gran impacto mediático en Holanda. Ella, de 36 años, ya retirada, era la jugadora que más veces había vestido la camiseta de la selección de voleibol de su país y había jugado dos años, entre 2009 y 2011, en el desaparecido club Atlético Voleibol murciano.

Su marido, Lodewijk Severein, también holandés y veinte años mayor que ella, tenía negocios poco claros de inversiones en varios países. La pareja residía en Holanda, pero ella había iniciado en Murcia un tratamiento de fertilidad para quedarse embarazada.

Y esa fue la razón por la que el 13 de mayo de 2013 Ingrid y Lodewijk aterrizan en Alicante. Tenían programada al día siguiente una cita en la clínica de Murcia, dos días después tenían vuelo de regreso a su país.

La mujer estaba embarazada de muy poco tiempo, según reveló después la autopsia, como recuerdan a Efe investigadores de Homicidios de la Policía Nacional que viajaron desde Madrid para colaborar con las pesquisas.

UNA DEUDA DE 60.000 EUROS, UN POSIBLE SECUESTRO…

El matrimonio, muy llamativo por la estatura de ambos cercana a los dos metros, alquiló un coche en el aeropuerto alicantino y se dirigió a Murcia para alojarse en un hotel. A las ocho de la tarde salieron y no regresaron a dormir.

Interesados por cómo les había ido la consulta, la familia, residente en Holanda, llamó al matrimonio varias veces y ninguno contestó. También contactaron con la clínica, que tampoco sabía nada de ellos, pero que, a instancias de la familia, acudió a la comisaría para denunciar la desaparición el 17 de mayo.

Sus familiares pronto amplían la denuncia. Ya relatan que el club de voleibol murciano le debe a la exjugadora unos 60.000 euros y que iban a aprovechar para hablar de nuevo con «un tal Lorente». La Policía da pronto con él: es Juan Cuenca Lorente, un hombre de 36 años, exgerente y exdirector del club que vive en Valencia.

«Fue colaborador al cien por cien con nosotros. Presta dos declaraciones y nos cuenta que sabía que la pareja iba a venir y que le llamarían para verse, pero que no habían llegado a citarse. También apunta que el marido buscaba inversores rusos, pero que él no quería saber nada de rusos», recuerda uno de los policías.

Ha pasado una semana y la única pista es que el coche de alquiler, en el que no hay nada raro, aparece aparcado enfrente del club de voleibol, mientras que las cámaras de seguridad del tranvía captan a ambos sin compañía.

La colonia holandesa en Murcia se moviliza en busca de noticias sobre su paradero y coloca centenares de carteles con sus fotografías. Al fin y al cabo, ella era una deportista conocida. La Policía tiene varias hipótesis abiertas, como la de un posible secuestro por temas económicos.

ROSA, LA TESTIGO PROTEGIDO QUE DESBLOQUEÓ EL CASO

A los investigadores de Homicidios les sigue sin oler bien el tal Cuenca, «un tipo con un ego… No hace más que repetir que es muy listo, que tiene un coeficiente intelectual elevado», destaca uno de los policías que le interrogó en varias ocasiones junto a otro funcionario especializado en delitos económicos de Murcia.

«No nos da buena espina y se lo decimos al juez, que autoriza pincharle el teléfono». Fue el resorte que permitió resolver las desapariciones, porque la primera llamada que le entró a Juan Cuenca en su móvil fue la que le hizo desde Benavente (Zamora) una mujer llamada Rosa.

Poco después, la Policía de Murcia recibe otra llamada de una mujer, Rosa, que manifiesta que cree que Juan Cuenca está detrás del tema de los holandeses. «Estábamos en Madrid y a las tres de la mañana unos salimos para Benavente y otros para Murcia de nuevo. Había que hablar con esa mujer de inmediato».

El relato de Rosa empieza a alumbrar incógnitas. Ella trabaja para Juan, y es la que alquila para él «La Casa Colorá», un alojamiento rural situado en un apartado paraje de Molina de Segura para tratar de negocios con unos holandeses.

Hasta aquí todo normal. Rosa va con su coche a la casa y detrás le sigue Juan en otro vehículo en compañía de dos hombres «extranjeros», según contó la mujer, que fue la encargada de recoger a la pareja de holandeses esa tarde. Juan le dijo que era mejor que fuera ella en su coche porque así evitaban que se perdieran.

No supo nada más, pero al ver el caso en las noticias llamó al hombre y al 091. Tras escuchar su testimonio, había ya más que razones suficientes para detener a Juan Cuenca e inspeccionar la casa rural, aparentemente muy limpia, pero donde Policía Científica halló muchos restos de sangre.

EL TEMIDO RUSO QUE NUNCA APARECIÓ

Durante varias horas de declaración, el detenido, que le sonaba continuamente el móvil, no se salió de su guión sobre la implicación de «unos rusos» y de que estaba en peligro, pero finalmente les dijo que estaban muertos y los agentes le convencieron para que les llevara al lugar, un extenso limonar situado en el municipio de Alquerías propiedad de un amigo de Cuenca.

«El nos dejó a la entrada de la finca. Un compañero con mucha experiencia en inspecciones oculares empezó por una zona con tierra más movida y, efectivamente, ahí estaban los cuerpos, descuartizados pero vestidos», rememora el agente para Efe la escena del 27 de mayo de 2013, casi dos semanas después de que la pareja llegara a Murcia.

Al día siguiente, dos rumanos, de 47 y 60 años, también fueron arrestados. Hasta el juicio oral, y pese a que los indicios eran más que suficientes para enviarles a prisión, ninguno reveló lo sucedido aquella tarde noche del 13 y el 14 de mayo de 2013.

La Policía nunca llegó a encontrar ninguna pista relacionada con rusos ni con un supuesto Danko, el nombre que Cuenca mantuvo incluso en el juicio como la persona que había estado en el lugar del crimen y al que él mismo tenía mucho miedo.

Tras desmontar él mismo esta historia ante el propio tribunal, lo que quedó acreditado es que uno de los acusados, Valentin Ion, mató a golpes a la pareja y se deshizo de ella. El otro arrestado, también de nacionalidad rumana, quedó en libertad tras cumplir cinco meses de prisión como encubridor.

Juan Cuenca y Valentin Ion fueron condenados en 2016 a 34 años de prisión cada uno. Los negocios turbios entre Cuenca y el marido de Ingrid Visser estuvieron detrás de sus muertes, pero nunca el cerebro del macabro suceso ha desvelado qué problema pudo llevar a acordar unos 15.000 euros como precio a dos vidas. Solo se pagó un anticipo de 1.200 euros.