Efe – La organización crecía -hasta el medio millar de militantes, según Borja- y entre 1972 y 1973 dio el salto al conjunto de España, donde pasó a denominarse Organización Comunista de España-Bandera Roja, a la que se alistó la exministra del PP Pilar del Castillo. Pero esa expansión -que conllevó en cierta medida la pérdida de sus esencias fundacionales- fue el preludio de su decadencia: en 1974, Borja y buena parte de la organización en Cataluña reingresó en el PSUC, cerrando así un ciclo político de seis años. Barcelona (España), jueves 27 de diciembre de 2018. fotografía: BARCELONA (ESPAÑA), 27.12.2018. El geógrafo y urbanista Jordi Borja, histórico dirigente del PSUC y de Bandera Roja, durante una entrevista con Efe. Efe
El geógrafo y urbanista Jordi Borja, histórico dirigente del PSUC y de Bandera Roja, advierte de que «la Constitución sola no basta para garantizar los derechos democráticos», sino que «es necesaria la movilización social».
Así se expresa Borja en una entrevista con la Agencia Efe a raíz de la publicación de su último libro, «Bandera Roja. 1968-1974. Del maig del 68 a l’inici de la transició» (Edicions 62), en el que repasa la trayectoria de esta ecléctica organización antifranquista.
Echando la mirada atrás para examinar las lecciones que pueden sacarse de la Transición democrática, 40 años después de aprobarse la Constitución, Borja llega a tres conclusiones.
Primero, observa que las izquierdas, tras décadas operando en las catacumbas de la clandestinidad, «se institucionalizaron» deprisa.
Segundo, constata el «viraje de los socialistas», que «se derechizaron mucho» en sus años de gobierno y abrazaron las reglas del capitalismo, aunque también impulsaron políticas «claramente progresistas» en cuanto a conquistas sociales y derechos civiles.
Por último, subraya que la Carta Magna aprobada en 1978 «permitía muchas cosas», pero el 23F y la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico) dejaron huella y condicionaron a partir de entonces el criterio del Tribunal Constitucional y de los sucesivos gobiernos, que fueron «derechizando la Constitución».
Lo acontecido en estos años demuestra, según Borja, que «el marco legal no es suficiente para garantizar los derechos democráticos», ya que también «es necesaria la movilización social».
Precisamente la movilización en barrios, fábricas e universidades era una de las tareas en las que ponía más énfasis Bandera Roja, una organización nacida en Cataluña en 1968, que llegó a extenderse al conjunto del Estado y que aglutinó a un buen número de jóvenes que posteriormente destacaron como referentes políticos o intelectuales.
El libro de Borja no pretende ser un análisis académico del fenómeno de Bandera Roja -el autor reconoce que no ha utilizado ninguna documentación ni ha consultado a sus excompañeros de filas-, sino el testimonio personal de uno de sus máximos impulsores.
Borja cuenta que Bandera Roja surgió en Barcelona a finales de septiembre de 1968, en medio de la atmósfera electrizante que dejaron las luchas y el entusiasmo irredento del Mayo francés.
Inicialmente eran poco más de una treintena de militantes procedentes del PSUC, entre los que sólo uno, Jordi Solé Tura, superaba los 30 años.
A ellos se les fueron añadiendo, entre otros, el socialista cristiano Alfons Comín, Enric Solé, Francesc Bonamusa, Manuel Pujadas, Eliseo Aja, Teresa Eulàlia Calzada, Ignasi Faura, así como el exconseller y hoy alcaldable por Barcelona Ferran Mascarell, el también exconseller Antoni Castells o la socióloga Marina Subirats.
Bandera Roja, explica Borja a Efe, huía de las «batallitas hiperideologistas» que carcomían y atomizaban las izquierdas revolucionarias, se dejaba guiar por un instinto «práctico» y priorizaba el activismo por encima de disquisiciones teóricas.
Sus ideas, señala Borja, formaban una «nebulosa ideológica revolucionaria», de procedencia heterogénea: bebían de Marx y Lenin, de Althusser y Poulantzas, incluso de Maurín y el Bloque Obrero y Campesino, reivindicaban la III Internacional pero rechazaban de plano el estalinismo y no sacralizaban el maoísmo.
El PCE y el PSUC «eran mucho más fuertes que cualquier otra organización antifranquista», pero Bandera Roja no pretendía ser «la alternativa al Partido», sino que se centraba en los «frentes de lucha», aspiraba a movilizar a las clases trabajadoras y populares penetrando en asambleas de fábricas, asociaciones de vecinos, comisiones de barrio y todo tipo de colectivos profesionales.
Lejos de encapsular a la militancia en guetos clandestinos, se animaba a los activistas a arraigar en su entorno social.
Solé Tura, Borja y media docena más de activistas formaban parte del secretariado, que el autor define como un «núcleo central de coordinación», porque Bandera Roja era una estructura «descentralizada», sin presidente ni secretario general, cuya cúpula se ocupaba de editar la revista que daba nombre a la organización y se coordinaba con los responsables de los frentes de lucha.
«Estábamos muy pendientes de la coyuntura política, pero teníamos un déficit de estrategia, porque no era nuestro objetivo», expone.
La organización crecía -hasta el medio millar de militantes, según Borja- y entre 1972 y 1973 dio el salto al conjunto de España, donde pasó a denominarse Organización Comunista de España-Bandera Roja, a la que se alistó la exministra del PP Pilar del Castillo.
Pero esa expansión -que conllevó en cierta medida la pérdida de sus esencias fundacionales- fue el preludio de su decadencia: en 1974, Borja y buena parte de la organización en Cataluña reingresó en el PSUC, cerrando así un ciclo político de seis años.