Padres de asesinados por ETA: El dolor perpetuo que nada ni nadie reparará

0
643
PALMANOVA (MALLORCA) ESPAÑA, AÑO 2009. Miembros de la guardia civil estudian lo zona donde explotó el coche patrulla en el que viajaban dos guardias civiles que fallecieron, en las inmediaciones del cuartel de la Guardia Civil en Palmanova, en el municipio mallorquín de Calviá, en un atentado de la banda terrorista ETA en 2009. Archivo Efe

Efe –  «Las víctimas podemos y debemos perdonar siempre que nos pidan perdón. Y eso es privado. Pero debe ser un perdón real, sin beneficios penitenciarios a cambio y con propósito real de enmienda», manifiesta Antonio. Para José, el padre de José Ángel, el final de ETA es «muy relativo» porque aún debe entregar todas las armas y contribuir con la Justicia para esclarecer los más de 300 crímenes sin resolver. Además, la banda ha pedido un perdón «parcial», como «si hubiera víctimas que «merecieran ser asesinadas», enfatiza. Palmanova (España), domingo 06 de mayo de 2018. Fotografía: PALMANOVA (MALLORCA) ESPAÑA, AÑO 2009. Miembros de la guardia civil estudian lo zona donde explotó el coche patrulla en el que viajaban dos guardias civiles que fallecieron, en las inmediaciones del cuartel de la Guardia Civil en Palmanova, en el municipio mallorquín de Calviá, en un atentado de la banda terrorista ETA en 2009. Archivo Efe

Jose Ángel de Jesús Encinas tenía 22 años y Diego Salva 27 cuando, en fechas distintas, murieron a manos de ETA. Tres días después de que la banda anunciara su disolución, sus padres aseguran que nada ni nadie les reparará por ese «tiro en el corazón», por ese «dolor perpetuo» que ni siquiera desean para los asesinos de sus hijos.

El guardia civil José Ángel de Jesús Encinas fue asesinado por la banda en agosto de 2000 junto a su compañera Irene Fernández Perea al explosionar la bomba-lapa que los terroristas habían colocado en los bajos de un vehículo del cuerpo en la plaza de la localidad oscense de Sallent de Gállego, junto al cuartel.

Diego Salva, también agente del instituto armado, murió nueve años más tarde, al igual que el guardia civil Carlos Sáenz de Tejada, alcanzados por una bomba de ETA en Palmanova, en el municipio mallorquín de Calviá. Ambos fueron las dos últimas víctimas mortales de la banda en España.

Antonio Salva, padre de Diego, relata a Efe el sabor «agridulce» que le ha dejado el anuncio de la disolución de ETA, una «ópera bufa» de los terroristas que ahora quieren aparecer como «los buenos de la película».

Y confiesa que ha sentido como una «humillación» el acto en la localidad gala de Cambo-les Bains, donde el viernes se celebró un encuentro internacional que certificó la desaparición de ETA. Lamenta que Francia no impidiera ese «paripé» validado por partidos como Bildu o el PNV.

Salva ha echado de menos que ETA pidiera perdón a todas las víctimas, pero también cree que deberían pedirlo aquellos que pagaron el impuesto revolucionario, el Estado francés por haber dado cobijo a etarras, «los que se callaron», la parte de la sociedad vasca que «miró para otro lado…».

Para José, el padre de José Ángel, el final de ETA es «muy relativo» porque aún debe entregar todas las armas y contribuir con la Justicia para esclarecer los más de 300 crímenes sin resolver. Además, la banda ha pedido un perdón «parcial», como «si hubiera víctimas que «merecieran ser asesinadas», enfatiza.

Opina José que el anuncio de la disolución responde a una estrategia más, «pactada con anterioridad», y duda de que «no saquen tajada» de ello, como el acercamiento de sus presos, lo que cree también Antonio. «Para ellos (los familiares de los etarras) es lamentable ir a ver a sus presos a 800 kilómetros. Yo voy al cementerio donde está mi hijo y no lo veo nunca», dice José.

«No les perdonaré jamás», asevera a Efe el padre de José Ángel antes de exigir que los terroristas cumplan sus penas íntegras en la cárcel.

Mientras, al progenitor de Diego no le importaría un cara a cara con un terrorista, pero de forma privada, sin prensa ni nadie. «Las víctimas podemos y debemos perdonar siempre que nos pidan perdón. Y eso es privado. Pero debe ser un perdón real, sin beneficios penitenciarios a cambio y con propósito real de enmienda», manifiesta Antonio.

A estos dos padres no se les olvidará nunca el día en el que ETA mató a sus hijos solo por ser guardias civiles.

Relata José cómo a las seis de la mañana de un 20 de agosto sonó el teléfono en su casa. «Lo coges y te dicen que Irene ha muerto en el acto. Me pude imaginar cómo estaba mi hijo», rememora.

Y continúa: «Lo seguimos pasando fatal. Mi hijo fue asesinado vilmente, sin ninguna opción a defenderse, cobardemente. Son cobardes, lo han sido siempre. Nadie ha usado las armas, solo ellos. Nosotros hemos puesto las víctimas».

«Hace dieciocho años que nos mataron en vida. El tiempo no lo cura» porque «los eslabones de la cadena no se pueden romper por el medio, sino por la parte de arriba», manifiesta José para expresar el dolor que ya es «crónico» y la «terrible impotencia» que se siente al perder un hijo de esa manera.

Antonio, por su parte, reconoce que podría reproducir minuto a minuto el día que mataron a Diego. «No se puede describir lo que se siente. Hubiera preferido morir yo. Es como si te pegaran un tiro en el corazón. No se lo deseo ni a ellos».

Porque para Antonio se puede asumir que un agente de una fuerza de seguridad como era su hijo pueda morir en un atraco a una joyería o en cualquier otro servicio, pero no por una «gilipollez», como ha definido las motivaciones de ETA para asesinar.

Como víctimas del terrorismo, estos dos padres consideran que la sociedad no debe olvidarse de ellas. Así, José es tajante: «Si ahora se vive más tranquilamente, se debe también a las víctimas».

De todos modos, Antonio es escéptico ya que, según su opinión, el colectivo de víctimas ha sido siempre «una piedra en el zapato de los políticos». «Somos muy incómodos», apostilla.

José y Antonio no olvidan. No pueden. Su dolor es perpetuo.