Barcelona (Reino de España), domingo 11 de agosto de 2024 (Amaya Guerra).- «Un episodio más en la existencia de un luchador, sólo significa nota nueva en la hoja de servicios a la Patria» (p.14). Confinado en las Hurdes del doctor Albiñana.
«Después de permanecer siete meses preso en la cárcel de Madrid, por no haber querido rendir pleitesía a los modernos señores de establo; después de sufrir constante persecución por permanecer fiel a mi España […], llegó el 11 de mayo de 1932. Era el aniversario de la quema de conventos. […], los comanditarios de esta razón social que llaman República, no buscaron a los incendiarios, que gozan de libertad; no persiguieron a los criminales, acaso por un sentimiento de solidaridad. Me buscaron a mí. [Mi delito era] haber fundado el Partido Nacionalista Español» (p. 18).
«Comienza mi declaración:
– Ponga usted aquí –le digo al oficial- que soy enemigo del régimen; que no me da la gana de defender la República, con el mismo derecho con que los republicanos no defienden la Monarquía. Que uso la bandera bicolor hasta en mis prendas personales […] Ponga usted todo esto […] o no firmaré la declaración.
Y la declaración va al pie de la letra, con la mejor firma que he estampado en mi vida» (p. 20).
«La ley no define que la bandera bicolor sea monárquica [el apartado 6 de la ley de Defensa de la República, ilegalizaba realizar apología de la Monarquía]. La aspiración del Partido Nacionalista Español […] a [reivindicar] la bandera bicolor, está expresada en los Estatutos de dicho partido, aprobados por la Dirección General de Seguridad […]. […], usted, con esta sanción [arbitraria] ha desautorizado a la Dirección de Seguridad, que actuó dentro de la ley. Y en estos tiempos democráticos de violencia y desacato, en los que la abnegada fuerza pública de todos los Cuerpos está siendo diariamente agredida […], reviste gravedad suma que la Dirección de Seguridad, refugio y garantía del orden, se vea desautorizada por su propio ministro» (pp. 24, 25).
«Agradezco, señor ministro, el elevado concepto que le merece mi situación económica al imponerme una multa de tanta cuantía [5000 pesetas]. Pero cúmpleme notificarle, que ni la pago, ni la pagaré, porque no tengo dinero. Soy un humilde trabajador de esta República de trabajadores, tan desinteresadamente defendida por muchos ciudadanos que cobran y no trabajan, mientras en campos y ciudades existen [600.000] obreros hambrientos que quieren y no pueden trabajar» (p. 26).
«[…] se decreta mi confinamiento en la alquería de Martilandrán (Cáceres), por tiempo indefinido. En el documento inquisitorial […] no se me concedía ningún plazo para recurrir contra el despótico, ilegal y arbitrario mandato. ¡Españoles! Aquí tenéis ejemplarizada la gran mentira de la libertad, la justicia y la democracia!» (pp. 27, 28).
«Un puñado de chozas miserables […], una […] humanidad enferma y harapienta […] es toda la compensación que un titulado régimen de libertad y de justicia concede a mis veinte años de estudios universitarios, culminados con la graduación en tres facultades [Medicina, Derecho, Filosofía y Letras]. ¡Estudiantes españoles! No os esforcéis […]. Todo eso no vale nada, si no humilláis la frente juvenil ante el despotismo flagelador. La carrera que comenzáis en la Universidad, podéis terminarla en el establo jurdano […]. Mientras tanto, los calabacines que no lograron aprobar un curso, los estudiantones crónicos, hijos de la vagancia […], triunfan en las alturas oficiales y visten la toga inmune del legislador» (pp. 40, 41).
Sobre el alcalde de Martilandrán
«Triste, ignorante y pobre. Su semblante apacible y pueril, acusa una bondad ingenua. En este hombre, débil de cuerpo y sano de espíritu, no hay más que generosidad y honradez. En sus calzones, de mil remiendos, hay una tragedia de hambre y de incultura. Pero esos calzones […] valen, en el régimen democrático, mucho más que mi toga de Doctor» (pp. 42, 41).
«Soy más grande que vosotros. He abandonado la choza selvática donde pensasteis alojar mi personalidad universitaria, graduada en tres Facultades, prueba intelectual que ninguno de vosotros está capacitado para resistir. Sois mis inferiores académicos, […], los cornetines de órdenes de mi generalato universitario. No podéis seguirme en mi carrera, porque tenéis las piernas cortas; no remontáis mi vuelo, porque estáis clavados en tierra […] Y el día que me dé la gana me marcharé […], porque estoy aquí ilegalmente [no se celebró juicio sobre su destierro, la orden fue acatada directamente del gobierno. Así mismo, el artículo 42 de la Constitución de la II República, afirma que no podrá desterrarse a españoles a más de 250 km. de su domicilio, mientras que el doctor Albiñana se encontraba a más de 300] (pp. 48, 50).
Reacción de la prensa a su destierro
- Periódico ABC. «[La] finalidad [del confinamiento] es preventiva […]. Se está decretando […] como un castigo [por cosas] que, si no tienen sanción judicial, no deberían tener otra; […]. Se intentó resucitar el precedente de los peores tiempos de Narváez con las remesas a Guinea; pero son poco menos inhumanos los confinamientos a Río de Oro y a las Hurdes. Mala siembra es la que se hace con estos rencorosos abusos de poder» (p. 57).
- Periódico La Nación. «Al doctor Albiñana […] se lo podría considerar, a lo sumo, […], como un delincuente político. Y no existe esa delincuencia, porque no hay, dentro de un régimen democrático, partidos ilícitos […]. Si […] el doctor Albiñana empleó […] frases injuriosas, que se le castigue, [pero] con justicia; es decir, que se acuse entre la falta y la pena una proporcionalidad. Podrá ser equivocada o acertada [su] conducta. Lo indudable es que se trata de una conducta […] rectilínea […] Para los delincuentes políticos, la Dictadura [de Primo de Rivera] no tuvo rigores tan extremados. [Rogamos a Casares Quiroga] que no se determinen en las conciencias afanes de venganza y de represalia (pp. 58, 59).
- Periódico El Debate. «En contraste con la política […] para los delincuentes comunes, se ha demostrado en la elección del lugar y las circunstancias del castigo [del doctor Albiñana] una crueldad y un refinamiento que […] cuesta trabajo concebir. […], se están estableciendo precedentes que pueden dar lugar a situaciones indignas de un país civilizado. [Que] cese la paradoja de mantener a un mismo tiempo la Constitución que garantiza los derechos individuales, y la ley excepcional que los entrega todos al arbitrio del ministro» (pp. 60, 63).
- Periódico Informaciones. «[…] la violencia moral que implica su confinamiento en un lugar inhabitable. Su actuación es puramente política, [sujeta] a leyes, que, con evidente inocencia, pensaba que habrían de servirle de amparo. [A las violencias del lenguaje de León Daudet, en Francia], la República no opone un trato como éste. ¿Nos será lícito aludir a [la] Liga de los Derechos del Hombre, muda y sorda ante casos como éste, simplemente por el modo de pensar de la víctima? Esta pasividad en defender la libertad de pensamiento en quienes se han pasado la vida gimiendo cuando decían verlo coaccionado, es algo que realmente asombra” (pp. 62, 63).
«[Hay periódicos que se alegran por estas medidas, sin pensar que con ellas se debilita el gobierno]» (p. 64).
«Como aquí no hay mieses que segar, los jurdanos se remediaban saliendo a […] Salamanca […]. Pero [en el gobierno] republicano-socialista, al crear para el trabajo fronteras municipales, les prohíbe […] que se ganen la vida. A los que se aventuran pasando esas fronteras […] les reciben a palos […]. […], yacen en el hospital de Ciudad Rodrigo dos hombres y una mujer […]. Familias enteras pasan toda una semana sin comer […]. El régimen de Libertad y de Justicia [interrumpió] la construcción de caminos. […] les ha aumentado la contribución de sus míseros patatares. […] la dictadura socialista que pide la abolición de fronteras internacionales y levanta fronteras municipales, les prohíbe que salgan a segar fuera de las Jurdes […]. […] la prohibición del trabajo honrado» (pp. 68, 77).
«Si yo fuera un claudicante […], o un comensal profesional, estaría a estas horas […] adaptado a cualquiera taifa oportunista, disfrutando el biberón correspondiente» (p. 72).
«Me enorgullece pensar que entre tantos millones de españoles, soy el preferido para blanco de las iras dictatoriales y democráticas» (p. 73).
Sobre quiénes han desarrollado acciones en pro de las Hurdes
«En 1684, el obispo don Juan de Porras Atienza […]. Entre los contemporáneos, el obispo don Francisco Jarrín y Moro, el cardenal don Pedro Segura, y el deán de Toledo don José Polo Benito. […] un diputado monárquico, el señor conde Romilla […]. Y a consecuencia de [su] intervención […], en julio de 1922 […] don Alfonso de Borbón [viajó] a esta zona misérrima, donde ninguno de los cinco presidentes de República que ha tenido España, puso jamás su planta» (pp. 74, 75).
«Causa profunda emoción ver la ansiedad con que estos buenísimos niños descalzos acuden a las escuelas, desde algunos kilómetros de camino. Hay que admirar su docilidad y su inteligencia. Humildes […]» (p. 78).
«[…] las fuerzas de derecha son las únicas que sienten el patriotismo. Las izquierdas […] ni sienten la dignidad nacional, ni saben lo que es la Patria, ni quieren tenerla. De ello blasonan […] colocándose al lado de los difamadores de España, […] y mostrándose enemigos y destructores de todo lo español. ¿Por qué [las derechas] están dispersas y no se agrupan para formar la falange salvadora? (pp. 111, 112).
«[…] los jueces y los magistrados actúan coaccionados, pues temen que sus resoluciones […] provoquen medidas de represión [por parte de los gobernantes]» (p. 118).
«[…] la Cruz de las Ánimas […] es el lugar donde antiguamente acudía el párroco a recibir los cadáveres de las alquerías circundantes, para inhumarlos en el cementerio de Nuñomoral. […] los muertos viajando casi desnudos en una artesa o sobre una escalera, a hombros de sus familiares. En cierta ocasión bajó de Martilandrán un zagal, padre de un niño, que murió a poco de nacer. Como la criatura abultaba poco, el autor de sus contados días no encontró mejor sudario que una manga de su chaqueta. […] Rebuscó […] y en ninguna lo encontró. ¡Lo había perdido en el camino! Con la mayor tranquilidad, el jurdano volvió a […] y halló el cadáver inanimado de la criatura […] Y en la misma artesa […], vuelve a amasar la familia la bazofia de los cerdos […]. Miré con piedad [el suelo]. Allí terminaba la triste historia de una humanidad anónima. Y al desfilar frente a tanta tumba ignorada, [oré] descubierto bajo el cielo lacrimoso de la tarde otoñal, por los infelices olvidados, que no tienen quien les rece» (pp. 189-191).
«Con el pretexto de una sublevación militar [10/08/1932, general José Sanjurjo] en la que ningún diario ha intervenido, el gobierno republicano, mil veces liberal y demócrata, ha suspendido en bloque a todos los diarios [de derechas], para que puedan deslizarse en silencio el estatuto catalán y la reforma agraria» (p. 192).
- Periódico El Liberal. «El funcionario que no sienta fervor republicano, que se vaya» (p. 193).
«La injuriada Monarquía respetó la conciencia de los funcionarios […] Díganlo [aquellos] que hoy disfrutan sus prebendas […]. Si la Monarquía hubiera aplicado este criterio inquisitorial de la República, ¿dónde estarían ahora los Azaña, los Unamuno, los Fernando de los Ríos, los Zulueta, los Jiménez Azúa, los Sánchez Román, los Besteiro, los Ortega Gasset, los Marañón? Todos estos señores decían antes que ellos no servían a la Monarquía, sino al Estado. Con igual lógica pueden afirmar ahora los funcionarios que ellos sirven al Estado y no a la República. La República liberal ha planteado a millares de padres de familia […] o me entregas tu conciencia y tu pensamiento, o te quito el pan de tus hijos (p. 194, 195)».
«De tres carreras que tengo, el gobierno de la República de Trabajadores no me permite ejercer ninguna, encontrándome reducido a una condición miserable. Ofrezco este ejemplo a la juventud universitaria para que vea el posible porvenir que le depara un régimen de protección a la cultura» (p. 208).
En el siglo XXI, etarras encarcelados disfrutan de calefacción y aire acondicionado, gimnasio, realización de estudios, llamadas telefónicas y visitas de toda clase, etc. Si desean ponerse en huelga de hambre, el gobierno les traslada a un hospital, aun en contra de su voluntad. Sin embargo, el 9 de noviembre de 1932, el periódico La Nación, reza «[vamos a dar la noticia], cualquiera de estos días, de que don José María Albiñana […], que lleva confinado seis meses en un lugar poco menos que inhabitable como Las Jurdes, sin sentencia judicial, se muera privado de todo auxilio. La enfermedad continúa haciendo progresos. El doctor sigue rigurosamente incomunicado, y los automóviles de las personas que van a interesarse por su salud y a llevarle algún medio de auxilio son detenidos en la carretera por la Guardia Civil, obedeciendo no sabemos qué órdenes […]. El […] ministro envió un médico, cuya exploración clínica confirmó el dictamen de los facultativos anteriores. Y, sin embargo, han pasado dos meses desde el comienzo de la enfermedad, y todavía no se ha resuelto nada respecto del traslado» (pp. 213, 214).
«Lo único que nos ha traído [la II República] es […] una Justicia que aspira a convertir los Tribunales en fábricas de sentencias al dictado y servicio de un solo sector político. La lucha está […] entre el gobierno republicano, que a todo trance quiere que me muera, y yo, que no me da la gana de morirme» (pp. 221, 223).
«[…] un poder tan austero, que […] gasta al año doce millones de pesetas para pasear a los llamados representantes del proletariado hambriento en modestos automóviles de catorce mil duros» (p. 266).
«Por encima de todas las leyes, de todas las defensas y de todas las Repúblicas, está mi conciencia de cristiano y español» (p. 313).
León Daudet denunció el confinamiento ilegal del doctor Albiñana en carta, respaldado por las firmas de varios médicos, abogados e intelectuales europeos, al presidente de la Sociedad de Naciones (p. 326). Poco después de arribar dicha carta a Ginebra, Albiñana fue trasladado a Almería, el 14 de marzo de 1933. Sufría cautiverio desde el 22 de mayo del año anterior, e incomunicado desde agosto del mismo (p. 338).
¿Por qué Almería? Albiñana había escrito un artículo, «Sorpresas del idioma» (sobre la acepción en la RAE de corral, asignada al Parlamento), reproducido en 34 periódicos españoles. Los fiscales de Madrid y Almería lo encontraron delictivo (p. 339).
En Almería permaneció diez días, y en ella fue juzgado y sentenciado a un mes y once días de arresto [en Enguera, su pueblo natal]. El ministro de la gobernación, Santiago Casares Quiroga, le impuso anticonstitucionalmente (sin sentencia jurídica) «la absoluta prohibición de toda actividad política». La defensa alzó el caso al Tribunal Supremo (pp. 351, 354, 357)| Confinado en las Hurdes del doctor Albiñana.