El Congreso entra en año electoral, de insultos a escupitajos de independentistas

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MADRID (ESPAÑA), DICIEMBRE DE 2018. El independentista portavoz de ERC, Gabriel Rufián (i), abandona el hemiciclo tras haber sido expulsado del pleno del Congreso por la presidenta de la Cámara Baja, Ana Pastor, tras ser llamado al orden por tres veces al protagonizar un duro rifirrafe con el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell(d) el pasado 21 de noviembre. Efe.

Lasvocesdelpueblo y Agencias – La expulsión del diputado de ERC Gabriel Rufián quedará para siempre en los feos anales del parlamentarismo, pero no así el salivazo «fantasma» reclamado por Josep Borrell y que nadie acertó a ver en el momento. FOTOGRAFÍA: MADRID (ESPAÑA), DICIEMBRE DE 2018. El independentista portavoz de ERC, Gabriel Rufián (i), abandona el hemiciclo tras haber sido expulsado del pleno del Congreso por la presidenta de la Cámara Baja, Ana Pastor, tras ser llamado al orden por tres veces al protagonizar un duro rifirrafe con el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell(d) el pasado 21 de noviembre. Efe.

Desde siempre ha habido refriegas en el Congreso y aunque hace mucho tiempo que no se llega a las manos ni se esgrimen pistolas, como en aquel incidente de Indalecio Prieto durante la República, el tono áspero ha subido, y mucho, y eso que aún queda por delante todo 2019, año repleto de citas electorales.

2018 se cerró en la Cámara Baja con el espejismo de dos diputados de fuerzas opuestas, Podemos y el PP, lanzándose carantoñas de un lado a otro de la bancada.

Los buenos deseos navideños de Alberto Rodríguez y Alfonso Candón han sido la excepción después de meses de crispación constante. Y lo que queda, a poco más de cinco meses de las elecciones europeas, municipales, autonómicas y, quien sabe, si generales.

El momento culminante de esa escalada de tensión parlamentaria llegó el pasado 21 de noviembre, cuando en apenas unos minutos se expulsó a un diputado del hemiciclo -solo ha ocurrido dos veces en democracia- y un ministro -nada menos- denunció haber recibido un escupitajo.

La expulsión del diputado de ERC Gabriel Rufián quedará para siempre en los feos anales del parlamentarismo, pero no así el salivazo «fantasma» reclamado por Josep Borrell y que nadie acertó a ver en el momento.

Ana Pastor, árbitro de esta legislatura tan convulsa, anunció una investigación interna que, al final, tuvo que cerrar por falta de pruebas.

Rufián, «animador» indiscutible de la legislatura, ha estado presente de alguna u otra forma en casi todos los rifirrafes de los últimos tiempos.

Especial virulencia tuvo el «cara a cara» que mantuvo en septiembre con el expresidente del Gobierno José María Aznar, que volvía al Congreso para dar explicaciones sobre la supuesta financiación ilegal del PP después de 14 años alejado de la primera línea política.

Rufián tildó a Aznar de «señor de la guerra» por la intervención en Irak y de no tener «vergüenza» por ser el presidente de un partido «fundado por golpistas del año 36» que además tiene decenas de cargos condenados por corrupción.

Golpista le llamó también Aznar a Rufián, por representar a un partido como ERC «que quiere destruir el orden constitucional» en España y con personas en prisión acusadas de rebelión y sedición.

Y es que «golpista» o «fascista» son calificativos gruesos que ya son de uso común en la Cámara.

La presidenta del Congreso ha ordenado que se retiren del diario de sesiones cada vez que se pronuncien este tipo de expresiones aunque, de momento, no parece que haya conseguido aplacar los ánimos.

«Imbécil» ha sido otro apelativo de nuevo cuño en el parlamentarismo de 2018, dirigido -como no- a Gabriel Rufián.

La diputada del PP Beatriz Escudero, en un ataque de espontaneidad poco común en la Cámara, se lo llamó a la cara al diputado de ERC, después de que éste, la tildara de «palmera» y al parecer le guiñara un ojo.

Con estos precedentes, este año 2019 se presenta sombrío. Este mismo invierno comenzará el juicio a los líderes independentistas catalanes, y el Congreso se pondrá ya en modo electoral, nada favorable a los acuerdos y a los consensos, tampoco para la actividad legislativa, ya de por sí bastante raquítica.

Desde la moción de censura se ha pasado de los vetos del Gobierno de Mariano Rajoy a las iniciativas parlamentarias de la oposición, al bloqueo sistemático de los proyectos de ley con la ampliación sucesiva de los plazos de enmiendas.

A día de hoy, solo en el Congreso hay más de cuarenta iniciativas paralizadas por este sistema.

El caso más paradigmático es la reforma de la Ley de Estabilidad Presupuestaria que busca sortear el veto del Senado a los objetivos de déficit y que lleva empantanada desde hace meses.

Y el caso más paradójico es la reforma del Reglamento del Congreso planteada por el PSOE el pasado mes de octubre para evitar que una minoría de la Cámara -en este caso el PP y Cs- puedan bloquear la tramitación de las iniciativas ampliando sucesivamente los plazos de enmiendas.

Como la pescadilla que se muerde la cola, la iniciativa ha caído ya en la trampa que intenta evitar. Ya lleva cuatro prórrogas y solo para las enmiendas de totalidad.

En este escenario parlamentario nada favorable, el Gobierno insiste en agotar la legislatura y mantiene su compromiso de traer los presupuestos al Congreso durante este mes de enero para que puedan entrar en vigor antes de la primavera.

Para conseguirlo, Pedro Sánchez tendrá que volver a atraerse el apoyo del bloque que le dio el triunfo en la moción de la censura.

Objetivo muy complejo con el juicio del «procés» a la vuelta de la esquina, en pleno periodo preelectoral y con un nuevo actor político que agita el avispero: Vox.

La crispación en el Congreso y en la clase política es casi ya lo de menos.