El Ejército español nunca olvidará esa imagen de kati (Malí) África

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FOTOGRAFÍA. KATI (BAMAKO) MALÍ (ÁFRICA), AÑO 2019. Fotografía facilitada por el Ministerio de Defensa, de la inauguración de una escuela en Mali. Las operaciones en el exterior, que cumplen 30 años en este 2019 que acaba, no solo entrenan a ejércitos de otros países, controlan a los piratas, luchan contra el terrorismo o vigilan a las mafias. También ayudan a la población local en lo que en el lenguaje militar se conoce como actividades de cooperación cívico-militar o CIMIC: las otras misiones. Efe

Efe – A 20 kilómetros de Bamako, en Kati, los minusválidos tenían que arrastrarse por el suelo para ir de un sitio a otro. El comandante Diego Rejón nunca olvidará esa imagen, ni tampoco la de las caras de esos malienses cuando se subieron a una silla de ruedas. Madrid (España), lunes 23 de diciembre de 2019. 

Las operaciones en el exterior, que cumplen 30 años en este 2019 que acaba, no solo entrenan a ejércitos de otros países, controlan a los piratas, luchan contra el terrorismo o vigilan a las mafias. También ayudan a la población local en lo que en el lenguaje militar se conoce como actividades de cooperación cívico-militar o CIMIC: las otras misiones.

«Esto es lo bueno de las misiones». Un militar del Ejército del Aire enseña a otro fotos en el móvil de soldados repartiendo juguetes. En Mali, un tenderete junto a una carretera de salida de Bamako construido con cuatro maderas y un toldo vende banderas españolas.

Tres décadas de misiones han enseñado al Ejército que ganar «las mentes y los corazones» de la población es esencial para la seguridad de la propia operación. Pero también para el ánimo de los soldados. A la pregunta de qué recuerdan con más cariño de sus meses en el exterior, lo tienen claro: las risas de los niños y los guiños de sus padres cuando salen de la base.

Rejón, responsable de este área en el Estado Mayor de la Defensa, el organismo que se encarga de las 18 operaciones que tiene España en marcha, se queda con la imagen de los parapléjicos de Mali.

«Era una simple silla de ruedas que se movía con las manos pero les solucionó la vida, no se podían desplazar ni cinco metros, se iban arrastrando literalmente por el suelo. Una cosa tan banal y tan a la orden del día aquí, allí se cotiza muy caro», explica a Efe.

EL GERMEN

Esta cooperación nació de forma espontánea de la mano de un puñado de militares. Fue allá por 1989, recuerda a Efe el general José Rodríguez, encargado del grupo de siete observadores que viajaron a Angola en la primera misión de España. Decidieron sobre la marcha que podían ayudar a una población paupérrima y asolada por la guerra.

«Habíamos montado un sistema a base de pedir muestras de medicinas a las grandes farmacéuticas y nos mandaban toneladas, que, aprovechando el transporte nuestro por avión, enviábamos a Luanda y repartíamos entre los misioneros y las monjas».

De las donaciones iniciales se pasó con el tiempo a otro tipo de ayuda más sofisticada, resumen Rejón. «Inicialmente estaba muy encorsetado y limitado al envío de ayuda humanitaria, pero ha ido evolucionando porque nos dimos cuenta de que era fundamental».

Hasta el punto de que «ahora no se concibe participar en una misión sin interactuar con la población», que ve así con buenos ojos a los soldados, les da seguridad e, incluso, colaboran en labores de inteligencia. Pasan de ser un ejército foráneo a uno amigo.

MUCHA AYUDA POR POCO DINERO

La idea de las sillas de ruedas se le ocurrió a un sacerdote que llevaba décadas en Mali e iba orientando a los españoles dónde podían ayudar, en lo que se conoce como acciones «de impacto rápido».

Son una de las tres patas del CIMIC. Las que, explica Rejón, comportan poco dinero y se hacen en poco tiempo, pero con una repercusión enorme en poblaciones que no tienen ni agua corriente.

Como un molino para triturar el grano, un pozo de agua o un colegio. Lo sabe bien el comandante Ernesto Pérez Alonso, responsable de estas acciones cívico-militares en Mali que atiende a Efe delante de la escuela de Fegoun, una pequeña población en el margen del río Níger opuesto a la base de Koulikoro, donde los militares españoles entrenan a los malienses.

Los niños pueden ir a clase gracias a la reconstrucción de esta escuela y reciben a los soldados españoles con gritos, risas ruborizadas y curiosidad. Incluso chocando los cinco.

«Estamos aquí no solo para aportarles seguridad, sino también para tener contacto con ellos, saber que nos ayudan y que estamos para ayudarles», explica el comandante tras enseñar las instalaciones y charlar con el profesor, que hace deletrear en alto el abecedario a unos niños más interesados en los uniformes que en la pizarra.

Es bueno para la población… y para los soldados: «Cuando pasamos por Koulikoro, en cuanto nos cruzamos con los niños, se les salta la sonrisa. A los soldados españoles nos saludan con alegría y eso es fundamental cuando estas en una misión, ver que te aprecian y te acogen».

Gracias a estas acciones, foráneos y locales entablan, al menos en Mali, una relación simbiótica. «Nos quieren muchísimo y ves que son personas muy buenas, muy sencillas. Que no quieren que les llevemos nada, solo que estemos por aquí, que les demos seguridad, nuestra mera presencia».

España realiza estas acciones puntuales en siete misiones -Irak, Mali, Líbano, Gabón, Yibuti, Senegal y República Centroafricana-, orientadas a mejorar sus infraestructuras, sus escuelas o insertar a la mujer en el mercado laboral.

JUGUETES EN METROS CÚBICOS

Cada Navidad, centenares de juguetes viajan en los aviones del Ejército rumbo a las misiones. Son la segunda pata de las acciones CIMIC: los donativos de organizaciones humanitarias, empresas o particulares que hacen colectas para que los niños tengan un peluche nuevo o sus familias disfruten de ropa, alimentos, medicinas e incluso ordenadores.

«Nos dicen: ‘hemos juntado medio metro cúbico de juguetes, ¿dónde lo podemos mandar?'», explica el comandante Rejón. Luego los soldados los llevan a colegios o centros de salud, dirigidos casi todos por entidades religiosas españolas. Al año, explica, se hacen una media de 40 donaciones, que se distribuyen a partes iguales entre todas las misiones.

Cervantes, Almanzara, Rocinante o Sancho Panza son los sugerentes nombres de la tercera rama de estas acciones, las colaboraciones con entidades civiles, es decir, centros educativos y culturales y universidades.

En 1999, una década después de la primera misión, se puso por primera vez en marcha en Kosovo el programa Cervantes: militares enseñando español a una población recuperándose de la guerra. Tuvo tan buen resultado que se extendió luego a Bosnia y Líbano.

En este último país se implantó en 2007 y ahora cuenta con 400 alumnos que aprenden castellano cada año en colaboración con el Instituto Cervantes. En 2019 se pretende exportar a Bagdad con un programa piloto.

La idea es «enseñar a pescar», como el programa Almanzara del Líbano, donde universidades españolas ayudan a agricultores libaneses a mejorar su producción de aceite. O Rocinante, que en ese mismo país quiere dar un impulso a la productividad ganadera en una zona cercana a la base Miguel de Cervantes.

Veterinarios de Córdoba y Madrid enseñan allí a los ganaderos durante una semana a desinfectar, vacunar y desparasitar a los animales e, incluso, los universitarios libaneses han aprendido de ellos este 2019.

Año a año, la cooperación cívico-militar crece y busca nuevos caminos (incluso se dan clases de cocina española a estudiantes de hostelería) en una tendencia imparable que permite cambiar la vida de muchos con cosas que en España damos por sentadas.