Incontables hombres recurren a los servicios de una meretriz, por Amaya Guerra

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FOTOGRAFÍA. MUNDO, DICIEMBRE DE 2018. Pareja caucásica acostado en la cama junto concepto de sexo. Imagen creada por Freepik. Lasvocesdelpueblo (Ñ Pueblo)

Existe socialmente un gran desprecio y rechazo hacia las profesionales de la prostitución y la pornografía (no tanto «los»). En el año 2020, con comodidad muchos reconocen en público consumir pornografía, pero no presentarían con naturalidad a sus amigos o padres a su novia actriz porno. Entonces, ¿juzgamos la actividad o a sus profesionales? Incontables hombres han recurrido y recurren a los servicios de una meretriz, mientras pública y privadamente las han condenado al infierno y reniegan de ellas como de leprosos. Sin duda, continúa existiendo un halo de vergüenza y condena en torno a la utilización rentable del cuerpo propio.

La contemplación de la figura humana y del sexo no es inherentemente indecente ni insana, lo inmoral y enfermizo radica en la forma en que se muestren. Las esculturas de desnudo que se encuentran en el Vaticano, son muestra de la culminación del intelecto humano aplicado a la creación de la belleza. Son una manera más de estudiar anatomía humana y materiales de construcción. Constituyen así mismo un símbolo de Occidente.

Ciertos líderes islámicos, previamente a su visita, han solicitado que las obras de arte del Vaticano sean parcialmente ocultadas para no sentirse ofendidos. Los intolerantes tratan chulesca e irrespetuosamente de imponerse a la cultura que les permite cruzar la frontera, al tiempo que en sus naciones encarcelan o apedrean a una mujer si se muestra públicamente con vestido corto, mientras hacen oídos sordos a las imploraciones de Amnistía Internacional.

Entretanto, viven con el piloto automático del victimismo: así reaccionan cuando Emmanuel Macron afirma que no quiere terroristas en su nación. Tamaño atrevimiento el del francés… Es preferible arriesgarse a perder vidas humanas antes que desautorizar la entrada de ciertos individuos: no existen límites cuando está en juego recibir el insulto satánico «intolerante».

No todos los musulmanes son terroristas, e incluso algunos son ejemplo de conducta pacífica, pero la mayoría de terroristas que han actuado en los últimos tiempos en naciones extranjeras (Francia, Alemania, Austria y España -Barcelona en 2017-), lo hacen en nombre de Alá.

Observemos otro ejemplo de demonización del cuerpo humano y prácticas sexuales: continúa habiendo padres que se escandalizan si su hijo ve una teta en televisión o a dos personas mostrando cariño físico o practicando sexo respetuoso y responsable, en persona o en pantalla. Pero no se les descompone el rostro ante el hecho de pasar los días gritándose el uno al otro delante del niño, tratándose con repugnancia o ignorándose. Eso sí trastorna la mente infantil, eso sí causa llagas y puede destrozar el resto de su vida: es difícil tomar decisiones emocionales correctas, saber buscar o construir amor como adulto, si has pasado la infancia rodeado de ataques personales, agresividad y odio.

Volvamos al tema original de este artículo: pese a que existen comportamientos más abyectos en el Parlamento que en las mujeres que abren el cuerpo a cambio de una retribución económica, la realidad es que las profesionales de la prostitución y la pornografía continúan estando desprestigiadas, incomprensiblemente disfrutan de peor reputación que un político ladrón.

Por ello me he sentido denigrada en las tres ocasiones en mi vida en que un hombre me ha pedido material sexual propio. Entiendo que su intención no era agraviarme, soy consciente de que hoy día esa solicitud está generalizada, pero es humillante que a una la coloquen a la altura de una actriz porno (pese a que la pornografía se haya popularizado y naturalizado). Es ofensivo que piensen que existe una posibilidad de que permita que esa clase de imágenes propias termine en internet (en el caso inusual de que él no las compartiese, todo dispositivo puede ser fácilmente pirateado): un ser humano convertido por voluntad propia en un trozo de carne, para disfrute lascivo de un desconocido en cualquier punto del planeta. Sospecho que los hombres realizan con naturalidad esas demandas de material sexual porque con frecuencia son satisfechas; es lamentable y decepcionante que no existan más mujeres con el valor del respeto hacia sí mismas.

Cuando esos tres hombres me efectuaron semejante petición, inmediatamente y con dureza afirmé que no tolero enviar ni recibir fotografías ni vídeos de carácter erótico o pornográfico (tras mi negativa, sólo uno de esos hombres se disculpó, porque se dio cuenta de que me había molestado). Nunca en esos tres casos he argumentado mi imposición, porque quedan pocas personas, sobre todo menores de cincuenta años, que conozcan el significado de tener principios morales.

Amaya Guerra