Ana Maria Torrijos: – Como ciudadana preocupada por mi seguridad no puedo dirigir la atención sólo a lo que me concierne exclusivamente a mí, sino que mis inquietudes se extienden más allá de mi entorno, de la misma manera que le ocurre a otros muchos españoles; personas de origen muy diferentes trabajamos cada día en tareas diversas y nos esforzamos por el compromiso adquirido, aún no sintiendo colmados los afanes que pusimos, otros llenamos las aulas en aprendizajes académicos, arrastrados por una utópica ambición profesional, y algunos, ancianos paseamos por las calles consumiendo las horas sin la tensión que años atrás nos marcaba el horario laboral, convencidos todos de que estamos a tiempo de enderezar el momento inseguro que vivimos.
En los intervalos de las actividades que nos ocupan, llegaban días atrás a nuestros oídos las vibraciones de las frases de los políticos en campaña electoral, campaña muy costosa, aunque a ellos parecía preocuparles únicamente la facilidad con que la manejaban según se ajustase a sus intereses: viajes de aquí allá, una carrera desenfrenada, besos, saludos y espacios grandes o más pequeños, ocupados al final por los militantes con banderita en la mano y con un coro juvenil e incluso ahora más variado, en torno al candidato. Esta retahíla de actos están vacíos de mensajes, “en el partido no cabe la corrupción ni los corruptos” decían, y lo decían cuando tienen demasiados imputados entre sus filas o investigados como quieren que se les llame ahora.
Simultáneamente a esta coreografía escénica, nosotros preocupados por la situación, por nuestras hipotecas, nuestras pensiones, nuestros gastos, por los impuestos, huérfanos de valores al abandonarnos el partido gobernante y desalentados ante la ausencia doctrinal del partido de la oposición, buscamos salidas esperanzadoras con el intento de sortear todos los obstáculos que se interponen al deseo de salvarnos.
La Ley electoral no facilita el relevo, no permite competir en igualdad de condiciones a fuerzas políticas nuevas que deseen incorporarse a regenerar la vida pública. Un país en libertad no puede permitir que la fuerza que gobierna en el ámbito municipal, autonómico o nacional, controle los medios audiovisuales públicos y vete la información e incluso la presencia de partidos recién llegados por si pueden dañarle en las urnas o en la aceptación ciudadana.
Hábitos que han ayudado a deteriorar las instituciones, se han de arrancar de raíz y dejar entrar el aire de renovación que arrastre todo lo irregular; estos son los ejemplos –el límite al libre acceso a la política de nuevos grupos sociales, implantado por la maquinaria de los partidos mayoritarios que eligen cargos o el orden en las listas, un sistema endogámico, apellidos reiterativos, amigos, familiares…,- el sufragio universal fallido cuando la ley que lo regula rompe la posibilidad de elección directa de los alcaldes, de los presidentes autonómicos y del jefe del ejecutivo nacional.
La magia del ministro de Hacienda, como gurú, director espiritual del Gobierno, no falta en este aquelarre, consiguiendo que las facturas falsas del caso Nóos se transformen en «desgravables» y las subvenciones a los partidos pasen de ser ilegales a donaciones «piadosas».
A todo este entramado de subterfugios se suma los nuevos caminos que nos proporciona la ciencia. Nos hemos quedado parados en el tiempo por no haber instado a los mediadores políticos las reformas necesarias que piden los avances de la tecnología; con ella se han roto los contactos tradicionales poniendo las propuestas ideológicas en un espacio al vacío, que las muestra planas, fijas y las catapulta hacia mil direcciones, a un público inconcreto, dispuesto a responder a impulsos repentinos; pues… el medio no permite la reflexión, sólo la rapidez para explosionar el espacio. Ya hemos sido espectadores de la interferencia de las redes en los procesos electorales, con mayor o menor incidencia.
Este nuevo panorama nos implica a abordar con sensatez el momento y adecuar lo que sea necesario para modificar -se buscan personas honradas, con ideas claras, bien preparadas, con propuestas reales, con firme propósito de considerar la política capaz de coordinar la grandeza del hombre con la frialdad y el vértigo de las redes sociales-.