Capítulo V del Quijote. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro Cavallero

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FOTOGRAFÍA. ESPAÑA, 09.06.2020. Capítulo V del Quijote. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro Cavallero. Imágenes de Luís Torres Piñar. Lasvocesdelpueblo (Ñ Pueblo)

Viendo, pues, que en efecto no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún passo de sus libros, y tráxole su cólera á la memoria aquel de Valdovinos y del Marqués de Mantua, quando Carloto le dexó herido en la Montaña: historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de viejos, y con todo esto no mas verdadera que los milagros de Mahoma. 

Esta, pues, le pareció á él que le venía de molde para el passo en que se hallaba, y assi con muestras de grande sentimiento, se comenzó á rebolcar por la tierra, y á decir con debilitado aliento lo mismo que dicen decía el herido Cavallero del bosque: Donde estáis, señora mía, que no te duele mi mal O no lo sabes, señora, o eres falsa y desleal. Y de esta manera fué prosiguiendo el Romance hasta aquellos versos que dicen: Oh noble Marqués de Mantua, mi tío y señor Carnal.

Y quiso la suerte que quando llegó á este verso, acertó á passar por allí un Labrador de su mismo Lugar, y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el qual, viendo aquel hombre alli tendido, se llegó á él y le preguntó, que quién era y qué mal sentia que tan tristemente se quexaba. Don Quixote creyó sin duda, que aquel era el Marqués de Mantua su tío, y assi no le respondió otra cosa, sino fué proseguir en su Romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la misma manera que el Romance lo cuenta.

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El Labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y quitándole la visera, (que ya estaba hecha pedazos de los palos) le limpió el rostro que le tenía lleno de polvo. Y apenas le huvo limpiado, quando le conoció y le dixo: Señor Quixada (que assi se debía de llamar quando él tenía juicio, y no havia pasado de Hidalgo sossegado a cavallero Andante) quién ha puesto a vuestra merced de esta suerte? Pero él, seguia con su Romance á quanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto, y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vió sangre, ni señal alguna.

Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecerle Cavallería mas sossegada. Recogió las armas hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al qual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su Pueblo, bien pensativo de oír los disparates que Don Quixote decía; y no menos iba Don Quixote, que de puro molido, y quebrantado no se podía tener sobre el borrico, y de quando en quando daba unos suspiros que los ponía en el Cielo, de modo que de nuevo obligó á que el Labrador le preguntasse le dixesse qué mal sentía?

Y no parece sino que el diablo le traía á la memoria los cuentos acomodados á sus sucessos, porque en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del Moro Avindarraez, quando el Alcayde de Antequera Rodrigo de Narváez le prendió, y llevó cautivo á su Alcaydía. De suerte que quando el Labrador le bolvió á preguntar, que como estaba, y qué sentía, le respondió las mismas palabras y razones que el cautivo Avencerraje respondía á Rodrigo de Narvaez, del mismo modo que él havia leído la Historia en la Diana de Jorge de Montemayor, donde se escrive; aprovechandose de ella tan de proposito que el Labrador se iba dando al diablo de oír tanta maquina de necedades, por donde conoció que su vecino estaba loco, y dabale priessa á llegar al Pueblo, por escusar el enfado que Don Quixote le causaba con su larga arenga.

Al cabo de lo qual dixo; Sepa vuestra merced, señor Don Rodrigo de Narvaez, que esta hermosa Xarifa, que he dicho, es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los mas famosos hechos de Cavallerías, que se han visto, vean, ni verán en el mundo.

A esto respondió el Labrador: Mire vuestra merced, señor, pecador de mí que yo no soy Don Rodrigo de Narváez, ni el Marques de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Avindarraez, sino el honrado Hidalgo del señor Quixada Yo sé quién soy, respondió Don Quixote, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas, que ellos todos juntos, y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mías.

En estas pláticas y otras semejantes llegaron al Lugar á la hora que anochecía; pero el Labrador aguardó á que fuesse algo mas noche, porque no viessen al molido Hidalgo tan mal Cavallero. Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el Pueblo y en casa de Don Quixote, la qual halló toda alborotada, y estaban en ella el Cura y el Barbero del Lugar, que eran grandes amigos de Don Quixote, que estaba diciéndoles su ama á voces: Qué le parece á vuessa merced, señor Licenciado, Pedro Perez, (que assi se llamaba el Cura), de la desgracia de mi señor?

Seis días há que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas: desventurada de mí, que me doy á entender, y assi es ello verdad como nací para morir, que estos malditos libros de Cavallerías que él tiene, y suele leer tan de ordinario, le han buelto el juyzio; que ahora me acuerdo haverle oído decir muchas veces hablando entre sí, quería ser Cavallero Andante, é irse á buscar las aventuras por essos mundos.

Encomendados sean á Satanás y á Barrabás tales libros, que assi han echado á perder el mas delicado entendimiento que havia en toda la Mancha.

La sobrina decia lo mesmo, y aun decía mas: Sepa, señor Maesse Nicolás, (que este era el nombre del Barbero), que muchas veces le aconteció á mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los quales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano á la espada, y andaba á cuchilladas con las paredes; y quando estaba muy cansado, decía que havia muerto á quatro Gigantes como quatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio, decía que era sangre de las feridas que havia recibido en la batalla; y bebíase luego un gan jarro de agua fria, y quedaba sano y sossegado, diciendo que aquella agua era una preciosissima bebida, que le havia traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo; mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé á vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediáran antes de llegar á lo que ha llegado, y quemáran todos estos descomulgados libros que tiene muchos, que bien merecen ser abrasados como si fuessen de hereges.

Esso digo yo también, dixo el Cura; y á fé que no se passe el día de mañana sin que de ellos no se haga acto público, y sean condenados al fuego, porque no dén ocasión á quien los leyere, de hacer lo que mi buen amigo debe de haver hecho. Todo esto estaban oyendo el Labrador y Don Quixote, con que acabó de entender el Labrador la enfermedad de su vecino, y assi comenzó á decir á voces: Abran vuestras mercedes al señor Vandovinos y al señor Marqués de Mantua, que viene mal ferido, y al señor Moro Avindarraez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narvaez, Alcayde de Antequera. A estas voces salieron todos, y como conocieron los unos á su amigo, las otras á su amo, y tío, que aún no se havia apeado del jumento, porque no podía, corrieron á abrazarle.

El dixo: ténganse todos, que vengo mal ferido por la culpa de mi caballo; llévenme a mi lecho, y llámese si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate mis feridas. Mirad en hora mala, dixo a este punto el ama, si me decía á mí bien mi corazón del pié que cojeaba mi señor? Suba vuestra merced en buen hora, que sin que venga essa Urganda le sabremos aquí curar.

Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de Cavallerías que tal han parado á vuestra merced. Llevaronle luego á la cama, y catandole las feridas, no le hallaron ninguna; y él dixo que todo era molimiento, por haver dado una gran caída con Rocinante, su cavallo, combatiendose con diez jayanes, los mas desaforados y atrevidos que pudieran fallar en gran parte de la tierra.

Ta, Ta, dixo el Cura; jayanes hay en la danza para mi santiguada, que yo los queme mañana, antes de que llegue la noche. Hiciéronle a Don Quixote mil preguntas, y á ninguna contestaba otra cosa, sino que le diessen de comer y le dexassen dormir, que era lo que mas le importaba. Hízose assi, y el Cura se informó muy á la larga del Labrador, del modo que havia hallado á Don Quixote; él se lo contó todo, con los disparates que al hallarle y al traerle havia dicho, que fue poner mas deseo en el Licenciado de hazer lo que el otro día hizo, que fué llamar a su amigo el Barbero Maesse Nicolás, con el qual se vino á casa de Don Quixote