¿Cómo podemos ser una sociedad tan gilipollas?

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FOTOGRAFÍA. 04.03.2020. El presidente del Parlamento Europeo, David Maria Sassoli (d), recibe a la niña activista globalista, Greta Thunberg, quien pretende con la edad que tiene dar lección a los intelectuales y ancianos sobre la planeta. Esta niña Greta Thunberg criticó duramente este miércoles la nueva «Ley Climática Europea» que ha presentado la Comisión Europea. Efe

Ya no se educa, porque ambos padres tienen que pasar doce horas fuera de casa trabajando para poder comer. Si no eres educado, no puedes ser enseñado en el colegio. Un profesor no puede hacer su trabajo y además el de los padres, éste es sagrado e insustituible. El respeto y la cadena de mando se aprenden en casa, como el orden, la disciplina, y el trabajo duro. No se educa en estos valores, por lo tanto en el colegio no es posible enseñar nada. 

En ausencia doméstica de los padres, los niños pasan sus años formativos frente a la pantalla, que les nutre de mensajes esperpénticos, hipersexuales, y epítome de la banalidad. La televisión está infestada de vulgaridad e informalidad (porque cuanto más bajo, mejor), y los espectadores, como miembros de una secta con el cerebro lavado, hipnotizados, carentes de criterio, trasladan esos males a la vida real, pudriendo la sociedad. Las pantallas transmiten así mismo la idea de que todo ha de ser fácil, rápido y divertido. Circense. Y a todo lo que se aleje de ese pensamiento único, se le lanza el insulto modelo: facha.

Los colegios e institutos siempre han sido latas de sardinas, hoy son además centros de menores y guarderías. A causa del salvajismo general de la población, parece que uno ha de posar un cuchillo sobre el pupitre para generar miedo y lograr así no ser asaltado. Nunca antes se ha incluido con tanta frecuencia la palabra respeto en los murales de los colegios, y nunca se han producido en ellos tantos ataques, verbales y físicos. Los gánsteres se forjan en las aulas. La escolaridad obligatoria nunca ha sido tan alta, y nunca ha habido tantos analfabetos funcionales.

Quince años de centro educativo son estériles, en tiempo y dinero, porque los requisitos para enseñar no se cumplen, y porque magisterio (los problemas de la secundaria se originan en primaria) sigue siendo una carrera maría; cuando su acceso y estudio sean igual de exigentes que Medicina, la situación comenzará a cambiar. Cuando el número de alumnos por clase sea de doce en lugar de treinta (doce es el límite de la eficiencia), cuando el maestro pueda dedicar a cada niño el tiempo que merece y necesita, la situación comenzará a cambiar. Cuando los alumnos vayan a clase a aprender, no a realizar exámenes o ejercicios, o a charlar, ligar y desfilar ropa; cuando los profesores vuelvan a ser figuras de autoridad, cuando los padres permitan a enseñantes exigir, en comportamiento y contenido académico, la situación comenzará a cambiar.

La sociedad tendrá una oportunidad cuando padres y profesores vuelvan a inculcar el valor del esfuerzo. Sin sudor no se consigue nada valioso. Desafortunadamente, parece que reconocer al que quiere lograr algo para sí y la sociedad que habita, explícitamente celebrar la inteligencia y el esfuerzo en el aula, supone un agravio para los tontos y los vagos. Esa mentalidad, así como la falta de medios, formación y ganas de trabajar por parte de algunos enseñantes, es la causa por la que muchos alumnos con altas capacidades son abandonados, porque en España destacar no está bien visto. Y la envidia es el deporte nacional.

Se permite que analfabetos cuenten con título bajo el brazo, porque los colegios públicos y concertados mantienen el chiringuito abierto gracias a los ingresos que cada alumno en curso nuevo supone. Pasas de curso aunque no sepas hacer la o con un canuto. La ley, la dirección y los padres no dejan a los profesores hacer su trabajo, formar, y no permitir que llegue a ningún lugar de la sociedad una persona sin forjar, un tonto o un vago. Pero todos somos iguales. Por eso hoy en el supermercado he escuchado a un hombre español preguntar a otro qué significa cincuenta por ciento. Ese conjunto de constantes vitales se reproduce. Y vota.

Hasta los años 90, para terminar la educación secundaria uno debía trabajar arduamente, cultivar el valor del es formar parte de la institución. También aprender a respetar la autoridad, porque de lo contrario eran expulsados. Hoy la figura de autoridad, en este caso el profesor, es similar a un monigote, un tontaina a quien tomar el pelo y vapulear, jóvenes y padres. Porque los nenes y los papis tienen derecho a expresarse, porque es inaceptable que se pida al «alumno» abrir un libro a cambio de un aprobado: todo ha de regalarse, calentar la silla ha de premiarse.

Con diez años se enseña a los niños economía (mientras muchos no dominan la tabla de multiplicar), informática y LGTB (cuando la mayoría ni siquiera sabe qué significa que otra persona te guste). Tras quince años de clases públicas y privadas de inglés, aún no son capaces de mantener una conversación, si bien dominan los tacos y el léxico sexual. Por eso algunos proponen que las clases de inglés empiecen en la guardería en lugar de en el parvulario. Seguro que ésa es la solución.

Se llega a la universidad siendo analfabeto funcional, año tras año los catedráticos denuncian que los «alumnos» (abonar tasas de matrícula no te convierte en tal) no comprenden su propia lengua ni saben escribir, y hay que explicarles despacio, con detalle y léxico simple lo más fundamental, como a deficientes mentales. Se llega a la universidad ridículamente infantilizado, sin saber vestir como un adulto digno, sentarse con la espalda recta y tratar a un catedrático con el respeto que merece. Yo entro en clase cuando quiero, por supuesto sin llamar a la puerta, que he pagado y tú a mí no me puedes decir lo que tengo que hacer. Vamos, hombre.

Una persona con dos doctorados en medio ambiente y treinta años de investigación, no es recibida formalmente ni por su madre, aunque en sus manos esté el evitar la putrefacción de los pulmones del planeta entero. Aparece una mocosa que no tiene aprobada la Biología de 4º de ESO, y la recibe la ONU, porque… ¡nos va a salvar de la destrucción! Los jóvenes, más aún las jóvenes, tienen el poder. Cómo podemos ser una sociedad tan gilipollas… Si la contaminación no nos mata, lo hará nuestro desprecio por el saber y la experiencia, y la obsesión por la superficie y la carne fresca. Parece que los sabios sólo son viejos aburridos que hablan raro. Mejor ofrecer medios, dinero, y protagonismo a donnadies que quedan bien en la fotografía.

Carlos Rodríguez es el joven que en selectividad obtuvo la calificación más alta de España en 2019, 14 sobre 14 (y va a estudiar Dramaturgia, no informática ni economía). Debería haber abierto los telediarios, pero eso en España no se hace porque los mediocres se ofenden. Nos estamos pudriendo desde dentro, debilitando de manera irreversible. El mayor enemigo de España no son los ilegales ni la contaminación: son los españoles. Deberíamos ser seguidores o admiradores de Carlos Rodríguez, en su lugar, nuestras hormonas escogen aleatoriamente aquella imagen que nos cause una reacción emocional, que nos haga sentir. Porque vivir como un adicto, esclavo de las bajas pasiones, cuesta menos que trascender, que ser racionales. Pensar cansa, mejor ver el enésimo vídeo.

Productos prefabricados ocupan ahora el palco de honor. Mientras hablamos de igualdad, perfeccionamos la reverencia y la idolatría, generalmente hacia fantoches de pantalla. Deberíamos tomar como modelo a seguir no a un golpeador de pelotas profesional sino a la estadounidense Helen Keller, que llegó a la universidad siendo ciega y sorda. O al doctor español Bonaventura Clotet, cabeza de la investigación contra el sida en España. Él es una excepción, los grandes cerebros dejan España atrás, porque están cansados del desprecio, de ser ignorados, y se acercan a quien bien les trata. Iberia ingrata…

Libros escolares

Si hablamos de libros escolares (absurdamente llamados «de texto»): ¿quién ordena que se redacten así? Menguan cada año y parecen destinados a chimpancés: son un compendio de oraciones cortas inconexas, que no forman un texto, un corpus de conocimiento. No se requiere hacer esfuerzo de comprensión lectora, porque el escrito ya está trabajado, todas las palabras clave resaltadas, y esquemas adjuntados. El léxico utilizado en libros de bachillerato es tan básico y limitado que parece destinado a primaria. Por supuesto, todo acompañado de muchos dibujos, de trazado infantil, para que el «alumno» no se asuste y no vaya a pensar que acceder al saber requiere esfuerzo.

En los libros escolares existen mentiras manifiestas. En otros casos indirectas, se incurre en ellas cuando el párrafo se simplifica; una vez superada la primaria, no existen verdades absolutas ni simples, y son los libros escolares los primeros que han de enseñarlo. Pero como todo ha de ser fácil y divertido, se generaliza y se utiliza vocabulario elemental, lo cual hace desaparecer la posibilidad de aprendizaje, porque el texto es tan simple y aséptico que no dice nada. En libros de no ficción para adultos también se cae en estas simplificaciones, como en esa insultante colección de materias varias «para tontos» (dummies). El colmo ha sido incluir el adjetivo fácil en la portada de más de un libro para adultos que pretende transmitir conocimiento. En un libro que cayó en mis manos, de naturaleza y público parecidos editado en los años 60, en la contraportada se indicaba que el contenido que albergaba era «para todas las inteligencias». Ciertamente, no todos somos iguales.

¿Qué tiene que ocurrir para que se produzca un giro radical, cuándo despertaremos del buenismo, del borreguismo, dejaremos de tener miedo de la inquisición progre y empezaremos a defendernos con uñas y dientes, con orgullosa mano dura, sin paños calientes, de los ataques extranjeros, de todo aquello que obstaculice la unión, fortaleza y crecimiento de la patria?

Éste es mi pensamiento y corazón hechos tinta. Los progres censurarán mis palabras y me condenarán al infierno en el que no creen, porque no se puede consentir que alguien se aleje de la dictadura moderna.

España, 02 de julio de 2020

Amaya Guerra