Un profesor destroza al separatismo en Tarragona: «El Catalanismo es una ideología caníbal»

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TARRAGONA (ESPAÑA), 21.03.2018. El intelectual disidente en Cataluña, Francisco Caja López (segunda posición a la derecha), este miércoles durante su intervención a Tarragona. Lasvocesdelpueblo

Redacción – El disidente profesor de Universidad en Cataluña: «Integración, integración y aquí paz y después gloria, la gloria de Cataluña: un único pueblo, una unica llengua, un solo pueblo, repetirán como en un eco los comunistas del PSUC, los inventores de esa monstruosidad que se llama «Inmersión Lingüística», un verdadero rito de paso, pero de paso de frontera, que el charnego [inmigrantes españoles en España (Cataluña)] debe repetir una y otra vez como un exorcismo y un rito de iniciación a la vez». Tarragona (España), domingo 25 de marzo de 2018. Fotografía: TARRAGONA (ESPAÑA), 21.03.2018. El intelectual disidente en Cataluña, Francisco Caja López (segunda posición a la derecha), este miércoles durante su intervención a Tarragona. Lasvocesdelpueblo.

Galería. Bonavista (Tarragona) España, 21.03.2018. Un profesor destroza al separatismo en Tarragona: «El Catalanismo es una ideología caníbal»

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El disidente catalán, profesor de Universidad en Cataluña, Francisco Caja López, destroza el separatismo durante una conferencia en Tarragona. Caja afirma:  «La raza catalana, pues, haberla, hayla». «El catalanismo desde un punto de vista doctrinal debe ser colocado entre las filas de lo que se denomina técnicamente la raciología», dijo el disidente este miércoles 21 de marzo de 2018 durante este coloquio bajo el título de su nuevo libro «La raza catalana: el núcleo doctrinal del catalanismo». 

Añade este patriota español: «Un leitmotiv lo guía: el de la amenaza de extinción de una raza, la catalana, y la necesidad, a toda costa, de preservarla. Este es el núcleo doctrinal del catalanismo» -dice y concreta- «El de antaño y el de hogaño». «El de antes de la Guerra y el de después de la Guerra». «Y lo que nos impide verlo es la eficacia ideológica de la renovación doctrinal y política de lo que debemos denominar con propiedad el pujolismo (Jordi Pujol)», explicó Caja durante la conferencia organizada por la plataforma del club de los empresarios en Cataluña ‘Sociedad Civil Catalana’ (SCC) de José Rosiñol, en el barrio Bonavista de Tarragona.

«Hay que admitirlo: la hegemonía ideológica del pujolismo ha deformado hasta tal punto la verdad que la ha ocultado incluso a sus críticos» -agregó y denunció- «como a los judíos en la España de la Inquisición: aquí no se excluye a nadie: todos no sólo pueden sino que deben convertirse a la religión verdadera. «El que no se integra es porque no quiere». «O sea un anticatalán».

El disidente catalán, que lucha desde siempre contra el adoctrinamiento sectario en la región catalana, apuntó que «El catalanismo es una ideología caníbal. Una tesis atrevida; aún más, provocativa, en sentido literal, que llama, que apela a la contradicción, a su refutación», remachó Caja durante su intervención que reproducimos íntegramente, a continuación.

Las palabras del disidente Francisco Caja López a Tarragona

«La raza catalana: El núcleo doctrinal del catalanismo

Afirmar, como lo hace mi libro, sin ambages que desde un punto de vista doctrinal el catalanismo es una forma de raci(ali)smo parece a todas luces una afirmación excesiva o incluso insensata.

Antes de completar el estudio sistemático de los principales textos de la doctrina catalanista, a mí también me lo parecía. Pero no después. Cuando, movido por un espíritu crítico incoercible, comencé el estudio sistemático de los textos de la doctrina catalanista no podía imaginar lo que iba a encontrar.

Mi percepción del catalanismo era falsa. Y sin duda la falsedad de mi percepción se debía a la eficacia del discurso impuesto por la ideología dominante, a saber, el del pujolismo.

Un discurso que se imponía incluso sobre los que éramos antipojulistas por antinacionalistas. Ese discurso había modificado de tal modo la percepción de lo que era y es la doctrina del catalanismo, que hacía necesario ponerse a escribir. Así surgió el libro que tiene ante ustedes.

Pero empecemos por el principio

El 14 de marzo del año de 1899, al día siguiente de su nombramiento como Alcalde de Barcelona., el Dr. Robert pronunció una conferencia en el Ateneu . ¿Cuál era el título de su famosa conferencia? Respuesta: «La raza catalana».

El Dr. Robert, como hombre de buena fe (yo diría, de buenísima fe) creía en la existencia de la raza catalana. Pero no sólo él. Como en el chiste del que conduce en contra-dirección en la autopista, los que creían en la existencia de la raza catalana no era sólo él, eran todos… los nacionalistas.

Lean, por ejemplo, las actas de la sesión de primer Parlamento de Cataluña, del 16 de marzo de 1933, todos, la mayoría catalanista (ERC), la minoría catalanista (la Liga) y hasta la minoría socialista, puestos en pie, aplaudían con entusiasmo la intervención de Pere Mártir Rossell Vilar, macianista y diputado por ERC, que para entonces había publicado ya, en 1930 para ser precisos, ese texto impagable que se titula La raza.

¿Qué sostenía Rosell en su intervención?

La prioridad de la raza, la raza catalana, sobre todas las cosas. Sobre la lengua, sobre la cultura: la raza era la causa de la catalanidad. Todo el Parlamento catalán puesto en pie celebraba la apoteosis de la raza catalana, cuya Voz, la Voz de la Raza, era su caudillo: Francesc Macià.

Pero el mal no sólo afectaba a los políticos. He tratado de explicarlo en uno de los capítulos del primer volumen mi libro sobre la cuestión.

Estamos en 1937, en la inauguración del curso en la universidad de Valencia. Asiste a esa inauguración el Gobierno de la República en pleno, que se ha trasladado a Valencia ante el riesgo de la caída de Madrid.

Pere Bosch Gimpera, el eminente prehistoriador y Consejero de Justicia es el que dicta la conferencia inaugural ¿Cuál es su contenido? ¡que la guerra civil es una guerra entre razas!

Entre una raza levantina y otra central-meridional, cuyas diferencias se han mantenido en España desde tiempos inmemoriales a pesar de todos los intentos por fusionarlas. No, no es un delirio de una mente extraviada, son las palabras de un académico de prestigio, de un eminente científico social ante el Gobierno de España en la retaguardia de esa guerra que Unamuno llamó incivil.

La doctrina de catalanismo ¿algo más que una simple ideología de clase?

¿Qué esa, la raza catalana, es una noción absurda? Sí… pero por eso creían en su existencia: credo quia absurdum.

Era una cuestión de fe (y de voluntad, como dirá Antoni Rovira Virgili y de esperanza como añadirá Jordi Pujol).

Si un argumento es racional ¿para qué creer en él? Si la causa es racional, no es digna de ser abrazada, carece del mérito de las grandes causas.

Porque se trata de un mito social, ese mito –inmune a toda crítica racional– cuya creación creía Georges Sorel necesaria para mover montañas, o sea, las masas. Por esta razón podemos decir que los nacionalistas son inasequibles no sólo al desaliento sino también al argumento y al documento.

Por esta razón la mejor actitud frente a la raza catalana debe ser como la del el chiste del gallego y las meigas: se pude creer o no creer en ellas, pero haberlas, haylas.

La raza catalana, pues, haberla, hayla. El catalanismo desde un punto de vista doctrinal debe ser colocado entre las filas de lo que se denomina técnicamente la raciología.

Un leitmotiv lo guía: el de la amenaza de extinción de una raza, la catalana, y la necesidad, a toda costa, de preservarla. Este es el núcleo doctrinal del catalanismo. El de antaño y el de hogaño. El de antes de la Guerra y el de después de la Guerra.

Y lo que nos impide verlo es la eficacia ideológica de la renovación doctrinal y política de lo que debemos denominar con propiedad el pujolismo. Hay que admitirlo: la hegemonía ideológica del pujolismo ha deformado hasta tal punto la verdad que la ha ocultado incluso a sus críticos.

Por supuesto que el nacionalismo es, al mismo tiempo, en su origen, una ideología de clase, la ideología de un sector regional de una clase social, la burguesía catalana, enriquecida con el oro de las colonias españolas, con el fin de mantener su hegemonía económica y lograr la hegemonía política. Este es el proyecto político inicial de Prat de la Riba.

Cambó escribe en sus Memorias: «Diversos hechos ayudaron a la rápida difusión del catalanismo y a la ascensión aún más rápida de sus dirigentes/ La pérdida de las colonias, después de una sucesión de desastres, provocó un inmenso desprestigio del Estado, de sus órganos representativos y de los partidos que gobernaban España./ El rápido enriquecimiento de Cataluña , fomentado por el gran número de capitales que se repatriaron de las Colonias perdidas, dio a los catalanes el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que le hizo propicios a la acción de nuestra propaganda dirigida a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y futura». Francesc Cambó: Memorias, 1876-1936. Editorial Alpha, Barcelona, 1981, p. 41

El reverso del imperio español. Barcelona, la metrópolis; el resto de España, las colonias.

Pero esa ideología necesita desde el primer momento un elemento delirante profundamente anti-igualitario para su eficacia, la doctrina de la raza.

Pero pronto se revelará para los catalanistas un elemento, en apariencia problemático, discordante en ese proyecto, de su proyecto hegemónico: la penuria demográfica de Cataluña.

La temprana conciencia de esa circunstancia, lejos de disuadirlos, va a tener entre los nacionalistas el efecto de un suplemento «energético», proporcionándoles una coartada moral de consecuencias devastadoras: somos tan únicos como amenazados, siempre al borde de la extinción.

Y eso quiere decir que estamos obligados a todo para preservarla. Y su reverso: podemos hacer todo sin ningún escrúpulo moral. Como decía Prat de la Riba: «La segunda fase de la nacionalidad no la hizo el amor sino el odio».

Pero, este elemento actúa como el monstruo del Dr. Frankenstein de la célebre novela de Mary Shelley. Se emancipa de su creador y acaba destruyéndolo. Que se lo digan al propio Cambó, que acabó poniendo su fortuna personal en manos de Franco para salvar su pellejo (y sus intereses de clase).

El monstruo que la burguesía catalana creó pronto se les desbocaría. El «mori Cambó, visca Macià!» lo dice sintéticamente. Como el Dolmancé de La Philosophie dans le boudoir el caudillo Macià les gritará a los catalanes: «¡un esfuerzo más si queréis ser republicanos!». Y ese exceso es sin duda de naturaleza racial, es la raza, la raza catalana.

Algunas precisiones metodológicas adicionales

Lo primero que hay que combatir es la identificación de catalán y catalanista, la percepción de que el catalanismo ha existido desde siempre, de siempre ha sido la ideología mayoritaria de los catalanes, un «sentimiento» permanente.

En 1903, año de la publicación en Barcelona de Catalanistas en adobo de Adolfo Marsillach; en 1906, el año de la publicación en Barcelona del libro de un insigne ampurdanés, Francisco Jaume, El separatismo en Cataluña, el catalanismo era todavía una doctrina rechazada por la inmensa mayoría de los catalanes. Adolfo Marsillach narra lo sucedido en San Feliu de Guixols, cuando los «perdigots», los de la ideya, que así se los llamaba popularmente, organizaron una velada del Orfeó Català en aquella población.

Escribe así, trascribiendo lo que a su vez la crónica de un periódico narraba: «Cuando el Orfeó Català entonó Los Segadors, no pudo terminarlo, tal eran los silbidos y protestas de la concurrencia».

Y añade Marsillach: «Y los mismos que silbaron Los Segadors cantaron La Marsellesa. Perfectamente bien. Así procede un pueblo liberal como San Feliu de Guixols. Los Segadors se deben de silbar por cuanto es hoy el himno de los carlistas catalanes, por cuanto es una canción de odio y por cuanto tiende a aislar a Cataluña de las demás regiones españolas, que ningún daño nos han hecho».

Pero la cosa cundió. Y rápidamente. De una manera masiva. No sólo entre políticos. La plaga alcanzó también a los intelectuales. Hasta extremos impensables.

La preservación de la raza catalana era un asunto de todos. Que en mayo de 1934, unos meses antes de la proclamación de la República catalana independiente, uno de los científicos sociales más eminentes de la época, Josep Antoni Vandellós, diera a la publicidad desde el Instituto de Estudios Catalans un manifiesto titulado «Para la preservación de la raza catalana», que el «normalizador» de la lengua catalana, Pompeu Fabra, encabezara la lista de sus firmantes resulta revelador para calcular el alcance del mal.

Pero vayamos por partes. En la percepción de la doctrina del catalanismo existe un antes y un después.

Y les ruego que reparen en una cosa: he dicho en la percepción de la doctrina del catalanismo, no en la doctrina del catalanismo. Allí las cosas siguen siendo igual. Ya saben: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi» (Il gattopardo,

Lampedusa, 1958

La percepción actual del catalanismo ha sido completamente deformada por lo que con todo rigor debemos denominar la reforma doctrinal del catalanismo operada por Pujol.

La intelligentsia catalana era y es –siempre hay honrosas excepciones, pero una golondrina no hace verano– nacional-pujolista hasta la médula.

La versión actual del catalanismo ha embotado hasta tal punto su capacidad crítica que lejos de esclarecer la cuestión sus trabajos han servido dotar a la doctrina catalanista de una especie de racionalización, de elaboración secundaria (sekundäre Bearbeitung), para decirlo en términos freudianos).

Para decirlo con el poeta: aquí no se salva ni Dios. Dos ejemplos bastarán para que el lector comprenda lo que digo.

En 1982, un preclaro historiador patrio, de nombre Josep Termes, en su intervención en un ciclo de conferencias organizado por el Departamento de Cultura de la Generalidad de Cataluña, entonces presidido por el nunca suficientemente ponderado consejero Max Cahner, titulada «La immigració a Cataluña. Política y cultura», afirmaba sin tapujos:

«Con la inmigración, Cataluña ha escogido un camino sin retorno. No hay otra salida que la lucha por la integración de ésta. Todas las demás hipótesis no pueden ser tenidas, razonablemente, en cuenta ni para una especulación doctrinal o académica. Es necesario, pues, obligadamente, trabajar para la integración de los emigrantes, que, por otra parte, tanto han contribuido al crecimiento de Cataluña, y que muchos de ellos –y de sus hijos- quieren más que algunos catalanes, y con más sufrimiento y abnegación. Esta es la vía, y no hay otra. O se produce la integración, o Cataluña se desnacionaliza en una generación. Y, en este campo, no valen diferencias partidistas, políticas sectarias de clientelismo, ensayos sobre retóricos modelos de sociedad (indemostrada su viabilidad), proyectos alternativos de poder, ni camuflajes internacionalistas, que niegan la nación del vecino pero no la propia. O se combate por la integración y la supervivencia de una Cataluña nacional, o se forma parte del ejército imperial de ocupación. No importa la retórica, o aquí o allá».

Al leer estas líneas, la pregunta que hay que hacerse es ésta: ¿qué puede explicar que un catedrático de Historia pueda, con total impunidad y sin que nadie tache esa afirmación de insensata, afirmar tal cosa? Porque, y esto es lo decisivo, esa insensatez, ese disparate, no es insignificante.

Quiero decir, no basta, si la verdad del catalanismo es el objetivo, con denunciar su error, a todas luces evidente.

Es necesario interpretarlo. Y eso quiere decir: ¿por qué ese error? ¿qué es lo que lo sobredetermina? No basta decir que eso es un error, o que es un signo de la subordinación de un intelectual al poder, después de todo cosa habitual. Si Termes está “obligado” a decir eso, ¿cuál es la naturaleza de sea obligación? ¿Simple «ideología» en el sentido marxiano? No lo creo. Y he tratado de demostrarlo en mi libro. La «servidumbre voluntaria» no es tan fácil de explicar.

Otro ejemplo: el trabajo de la demógrafa catalana de mayor prestigio: Anna Cabré. Tras un análisis de gran excelencia técnica Cabré se enfrenta a un arduo problema: cómo explicar la «singularidad demográfica» de Cataluña, a saber, cómo Cataluña, que presenta la tasa de natalidad más baja de Europa, ha triplicado su población en los últimos cien años. Pero, a grandes problemas, grandes soluciones.

No espere el lector, pues, una solución ordinaria. Las soluciones habituales están fuera de lugar. Aquí, en Cataluña, existe una ciencia propia, un Concepte General de la Ciència Catalana, que dicta soluciones patrióticas a cualquier problema.

Y la explicación que a la singularidad demográfica de Cataluña que nuestra demógrafa es, sin duda, muy propia. Los catalanes, en esto de la reproducción, son, mutatis mutandis, como los Mbayá-Guaicurú, una tribu que vive en las orillas del río Paraguay.

El «sistema catalán de reproducción» es el mismo que el de los guaicurú. De estos Mabyá-Guaicurú dice Lévi-Strauss, en quien Cabré se autoriza explícitamente, en su célebre Tristes Trópicos:

«Esta sociedad [los Mbayá-Guaicurú] experimentaba un vivo desagrado por la procreación (…) tanto que la perpetuación del grupo se efectuaba por adopción antes que por generación (…) así se calculaba, a principios de siglo XIX, el 10% a penas del los miembros de un grupo guaicurú le pertenecían por la sangre. Las descripciones antiguas nos los muestran paralizados por la preocupación de conservar el prestigio (garder la face), de no rebajarse (se déroger), y sobre todo no malcasarse (se mésallier). Una tal sociedad se encontraba pues amenazada por la segregación (…) así solamente se explica la paradoja de una sociedad reacia la procreación que, para protegerse de los riesgos de un mal casamiento (mésalliance) interno, acaba practicando este racismo invertido que constituye la adopción sistemática de los enemigos o extranjeros». C. Lévi-Strauss (1955).

Para Cabré, entonces, lo mismo sucede en el caso de los catalanes. Es evidente que existen, no obstante, diferencias: los guacicurus es un pueblo aristocrático y guerrero, los catalanes, menos; los guacicurus limitaban su fecundidad por medio de aborto y el infanticidio y «adoptaban» a sus miembros mediante expediciones guerreras; los catalanes aseguraban el mismo resultado por métodos «más pacíficos para limitar su descendencia y para atraer forasteros que se dejaran ‘adoptar’ más o menos de buen grado».

Pero es una diferencia cuantitativa que no cualitativa:

«Cataluña siempre ha sido un pueblo que ha absorbido corrientes migratorias. De la Península, el que más. Es curioso que, a pesar de esto, conserve una idiosincrasia tan incólume. Y es que a muchos otros pueblos, se puede ir y quedarse un poco al margen, en amistosa observación, con los codos en la barrera. En Cataluña no, o más bien no. En Cataluña no hay más remedio que saltar a la arena. Y como aquello de Hamlet, ser o no ser. No vale limitarse a simpatizar».

Las mismas preguntas que nos formulábamos a propósito de Termes deben ser también planteadas en el caso de Cabré.

Encontrar en lo Mabyá-Guaicurú el secreto del «sistema catalán de reproducción» no es un simple extravío. Ese extravío, por calificarlo cristianamente, está sobredeterminado.

Y desvelar esa sobredeterminación es esencial. Y eso nos es posible sin rectificar la falsa percepción que del catalanismo se ha impuesto desde el “poder” pujolista con la colaboración inestimable de la intelligentsia catalanista.

Para ello, en primer lugar, hay que restaurar los antecedentes doctrinales del catalanismo hurtados sistemáticamente a la comprensión.

A la luz de esos textos podemos afirmar, en primer lugar, que la doctrina catalanista de preguerra es una especie de racialismo. Y esto es incontestable. Basta leer los textos que constituyen su doctrina.

Pero, lo que es lo más importante, una vez recuperados estos antecedentes, estamos en condiciones de descubrir la naturaleza profundamente racialista de la doctrina del catalanismo actual tras la reforma operada por Jordi Pujol.

Pujol hace doctrina

Así pues, el catalanismo desde sus orígenes hasta la guerra civil es una doctrina política que se construye con materiales ideológicos diversos, entre los que predomina, desempeñando en ella un papel nuclear, la doctrina racial.

Todavía en 1944 los muchachos de Quaderns del exilio, siguiendo a Bosch Gimpera, explicaban la guerra civil española como una guerra entre razas, «su» derrota como una derrota de la raza catalana.

¿Es menos raciólogico el catalanismo posterior a la guerra? En absoluto. La doctrina catalanista debe afrontar no sólo la gran «ensulasiada» (la victoria de Franco) sino también una paradoja doctrinal, la paradoja doctrinal, señalada por J. A. Vandellòs en sus libros, el más conocido Cataluña pueblo decadente y el no menos importante La immigració a Cataluña, ambos de 1935, a saber:

Su penuria demográfica, incompatible con sus necesidades económicas, tanto para conservar tanto su hegemonía cuanto su integridad racial. Como consecuencia de su penuria demográfica, de su ínfima tasa de natalidad, Cataluña necesita la mano de obra que sólo puede proceder de la «inmigración».

Pero, y aquí reside la paradoja, esta «inmigración» (del resto de España) implica necesariamente (dada la imposibilidad de su control político) la «desnaturalización» de la raza catalana. Que nadie crea que esto son palabras mías. Así lo escribe literalmente Vandellós.

A ello hay que añadir el descrédito del racialismo como consecuencia de la derrota nazi y las campañas posteriores de la UNESCO.

Es aquí donde interviene Pujol: renovando la doctrina del catalanismo para superar la paradoja y conservar íntegramente los fundamentos raciales de la doctrina mediante su reelaboración, una verdadera metamorfosis debería decirse, en términos aparentemente no raciológicos.

El dispone de una «doctrina de la inmigración», que deriva de su singular «doctrina del pueblo».

Si el mérito de Prat de la Riba (estoy sólo parcialmente de acuerdo con la interpretación de Enric Ucelay-da Cal en su monumental El imperialismo catalán) había consistido en la elaboración de una metáfora poderosa (habría que decir con mayor propiedad no una metáfora sino un relato que tiene todas las características de un mito social a lo Sorel) capaz de movilizar a una gran parte de la sociedad catalana, la inspiración de Pujol procede no de Walter Scott sino de las películas de invasores del Hollywood de los años de la guerra fría, o con mayor precisión, de la inversión de ese relato.

De aquí surge su libro «La inmigración, problema y esperanza de Cataluña». Su libro y su obra política. Del relato de Prat, La nacionalitat catalana, la Mancomunitat, a La inmigración, problema y esperanza de Cataluña, la Generalidad.

Para que luego se niegue la importancia política de la «teoría». Pujol imagina que el planeta Cataluña, culpable de un pecado nefando (son ideas que proceden de uno de sus maîtres a penser, Raimon Galí) está condenada a la extinción.

Y se pone a los mandos de la nave exploradora que busca un planeta para invadir y trasladar allí la civilización que se extingue. Con su amigo Nualart explora el planeta elegido: murcianos, andaluces…

Los indígenas son estudiados in situ para asegurar que la solución final era posible. Son las excursiones antropológicas del joven Pujol. Pero él no está interesado en sus tierras sino en sus cuerpos. Porque tienen cuerpo, pero no tienen alma.

Se trata de invadir al invasor. Dejadlos venir. Cataluña se apoderará de ellos, los hará suyos, y les donará un alma. Y Cataluña renacerá en sus cuerpos.

Carne de cañón para el alma catalana. Como decía una folklórica en una invención poética prodigiosa: a los invasores franquistas les saldría el culo por la tirata. La gran Cataluña los «incorporaría».

La reforma doctrinal del catalanismo operada por Pujol se articula, pues, principalmente en el concepto de «integración». Se debe, en consecuencia analizar con detalle la noción de integración que Pujol construye para determinar su verdadera naturaleza. Y lo primero que se descubre es el hecho de que el sentido de la «integración» pujoliana nada tiene que ver con el sentido ordinario del término.

Nada tiene que ver con la noción que forjaran las sociologías francesa y americana como instrumento para hacer frente a la discriminación de los inmigrantes en su respectivos países. Aquí, en Pujol, el término de asimilación/integración se concibe con un objetivo preciso: «defender la unidad del pueblo» amenazado de desnaturalización, y no «con el fin de ‘defender’ la causa de los inmigrantes».

Tenemos, pues, aquí la primera constatación de la resignificación del término «asimilación/integración» operada por la doctrina pujolista: el proceso de integración es un proceso ordenado teleológicamente a un fin preciso: conjurar la amenaza de «desnaturalización» de lo propio, de la propia comunidad, que representa la «invasión» del inmigrante.

La «amenaza», por el contrario, en la doctrina de la asimilación/integración original no proviene del «inmigrado», sino del «autóctono».

La comprensión de la naturaleza (racialista o no) de la doctrina de Pujol, y por ende del catalanismo actual, depende sin lugar a dudas, como he insistido, del conocimiento de sus antecedentes.

Y para comprender el significado de la noción de «integración» que constituye el articulador mayor de esa doctrina debemos haber comprendido la paradoja demográfica que Josep Antoni Vandellós señala en sus textos. La resolución de esta paradoja es la que explica la eficacia política de la doctrina pujolista.

La «inmigración» es a la vez un problema, el problema político de Cataluña, y al mismo tiempo una “esperanza”, la esperanza de la «construcción» de Cataluña.

Se integrarán, no cabe duda, y además voluntariamente. Pujol lo afirma una y otra vez, después de haberlo oído el mensaje de la boca del Otro, de ese integrado ejemplar que es Franciso Candel, en forma invertida: al «inmigrante» le falta algo que los catalanes tienen y por eso se integrarán, voluntariamente. Les falta la impronta, la marca con la que un pueblo, un verdadero pueblo, convierte al individuo, que no es res sin ella, en un home quadrat, un hombre formado. Porque Castilla no ha sido capaz de ello.

Ellos, los «inmigrantes» (els andalusos), son, por tanto, nada, sólo cuerpo en busca del alma que sólo un pueblo, un verdadero pueblo, puede otorgarles, un alma que es colectiva, Cataluña.

Para que la integración sea posible hay que hacer del «inmigrante» un desalmado, un huérfano.

Y esto no es metáfora. O si lo es, es una metáfora que «construye» la realidad social hasta el punto de que, lo hemos visto, una científica social tan eminente como la Dra. Cabré debe recurrir a ella para explicar la singularidad demográfica de Cataluña.

Los inmigrantes, lo quieran o no, viene a Cataluña para ser «adoptados». Para Cabré el «sistema catalán de reproducción» consiste en esto: la adopción.

Como los Mbaya-Guaicurú, que mediante el aborto y el infanticidio evitan la descendencia directa, de sangre, y aseguran su supervivencia como «pueblo» adoptando los niños de las tribus vecinas a los que raptan.

Que se diga esto sin que el que lo sostiene no sea ingresado en las urgencias de un frenopático nos da la medida de la gravedad de la situación.

Quien lo dice es una eminente demógrafa, catedrática, galardonada y aplaudida. ¿Cómo se explica que nadie –y cuando digo nadie, digo nadie– haya siquiera señalado el carácter delirante de esta caracterización de la demografía catalana? Pero no debemos confundirnos: todo este lenguaje, el lenguaje de la ciencia catalana, es el lenguaje del racialismo, de ese delirio que es la doctrina de la raza.

Pero para asegurarlo debemos manejar un concepto de racialismo que tenga en cuenta sus formas actuales, las sucesivas transformaciones que ha experimentado históricamente la doctrina racial.

La doctrina pujolista de la integración es un caso ejemplar. Simplificando: la «integración» es una astucia racial. No se trata aquí, por otro lado, de una simple asimilación. Aquí, en la integración, la asimilación, obligatoria, ha de ser… aceptada voluntariamente, sin reservas mentales.

Puede leerse literalmente esta fórmula en los textos del catalanismo. Y este nos proporciona la vía para acceder a una cuestión esencial: si en un primer nivel la integración es una suerte de abducción, ese primer estrato es completado con un elemento religioso de una importancia crucial: la conversión.

Pero es preciso resistir a los encantos de la música nacionalista. Aquí no se excluye a nadie, nos dice la doctrina del catalanismo: la lengua se puede aprender. Para decirlo crudamente: xarnego, pero que parli català. Pujol lo dice claramente: en este asunto, el de la inmigración, ni cofoisme ni rebentisme.

Hay que integrar; la opción es clara: o se combate por la integración o se forma parte del ejército imperial de ocupación, como repite Termes.

Pero, esta es una vieja canción y, además, también, españolísima, tristemente españolísima. Si la expulsión no es posible por carecer de los instrumentos políticos para ello, tal como planteaba Vandellós, la solución era otra. Judío sí, pero converso. Una triste canción que todos conocemos. Esa es una mancha original que se puede lavar.

Y para asegurar que no quede reserva mental alguna se les somete a la ordalía de comulgar con piedras… de tocino. Este es el esquema de la inmersión lingüística. Xarnego sí, pero si parla català y, consecuentemente, «piensa en catalán» (o sea, es catalanista) podrá incluso llegar a ser Presidente de la Generalidad.

Integración, integración y aquí paz y después gloria, la gloria de Cataluña: un único pueblo, una unica llengua, un sol poble, repetirán como en un eco los comunistas del PSUC, los inventores de esa monstruosidad que se llama inmersión lingüística, un verdadero rito de paso, pero de paso de frontera, que el charnego debe repetir una y otra vez como un exorcismo y un rito de iniciación a la vez.

Como a los judíos en la España de la Inquisición: aquí no se excluye a nadie: todos no sólo pueden sino que deben convertirse a la religión verdadera. «El que no se integra es porque no quiere». O sea un anticatalán.

El componente «católico» (en realidad veterotestamentario) de la doctrina de la inmigración es decisivo. Los antecedentes del obispo de Vic, Torras y Bages, del Pare Miquel d’Esplugues, del Dr. Cardó y el nacionalismo catolicista (según la expresión del primero), que llegan al joven Pujol a través de Montserrat y de Raimon Galí, son aquí imprescindibles para una comprensión adecuada de la doctrina pujolista.

La combinación del elemento demográfico con el religioso (redentorio) define la doctrina de la integración. Para expresarlo de forma algebraica: integración es abducción + conversión.

La necesidad de la conversión/redención de los xarnegos, se debe a motivos demográficos. Pero la naturaleza racialista del motivo se encubre maravillosamente en Pujol tras un motivo religioso.

Redimiendo a los charnegos se redime Cataluña. Porque Cataluña ha pecado. Y sin pecado no hay redención. El celo mesiánico de Pujol encuentra aquí su razón. Que nadie piense ni por un momento que estas palabras proceden de mi propio caletre. Son palabras textuales no sólo del Dr. Cardó sino del propio Jordi Pujol. Yes que el pecado de Cataluña no es peccata minuta.

Y este motivo, aparentemente menor, es decisivo y el que nos permite seguir hablando del pujolismo como una ideología racialista. De no recuperar los antecedentes del discurso pujolista (que alcanzan su fórmula más acabada en J.A. Vandellós) este extremo no alcanza su verdadera importancia.

Permítanme una sencilla metáfora. Nadie diría que la oruga, la larva, pertenece a la misma especie que la mariposa. Pero así es; les separa lo que los naturalistas llaman una metamorfosis.

Así sucede con el catalanismo de Pujol: es la imago, la forma adulta de una especie que comienza su desarrollo en una fase larvada.

Y recuerde el lector lo que larva significa en latín: literalmente, máscara. Larva e imago son estructuralmente lo mismo; la una larva a la otra. El catalanismo es una ideología política que pertenece estructuralmente a la raciología, una ideología política raciológica.

Por la misma razón, la lengua de los catalanistas, su función, su naturaleza, no puede ser separada de la cuestión de la «inmigración».

O sea, de la temprana consciencia entre los catalanistas de la penuria demográfica de Cataluña. Problema que estalla con toda su fuerza en un texto de vital importancia para la comprensión del catalanismo: el del Dr. Puig Sais, El Problema de la natalidad, de 1915 y que culmina en los textos de Josep Antoni Vandellós.

El «lingüalismo» en el que se vierte hoy la doctrina catalanista es sin lugar a dudas una doctrina de la raza. Lo dicen los textos del catalanismo, a condición de leerlos.

El catalanismo es una ideología caníbal

Si me permiten expresarlo en términos irónicos (y no voy aquí a detenerme en analizar la noción de ironía): el nacionalismo es la espiritualización del canibalismo.

El catalanismo es una ideología caníbal. Una tesis atrevida; aún más, provocativa, en sentido literal, que llama, que apela a la contradicción, a su refutación.

Pero si les parece inadmisible, lean Uds. a la Doctora Cabré y encontrarán la confirmación de esta tesis. Como la nación Mbayá- Guaicurú, esos primitivos prácticos, Cataluña no se come a sus vecinos, los adopta. La nación del nacionalismo nos llama, ordena imperativamente, es un Superyó ávido de un cuerpo.

Desde esta perspectiva la nación de los nacionalistas es un mandato de los antepasados y la tierra (de la tierra y los muertos como dirá Maurice Barrès, cuya decisiva influencia sobre los catalanistas, obiter dicta, ha sido cuidadosamente silenciada) o en su versión nazi: Blubo, Blut und Boden, la sangre y la tierra. Con una diferencia: en ese proceso de espiritualización la inspiración de Montserrat ha resultado decisiva.

La doctrina de la raza es, y este es el segundo rasgo que nos permite el tránsito de la raza a la lengua, parte integrante de lo que podemos llamar una fisiognómica general.

Esto explica la continuidad entre el positivismo (y aquí hay que citar al insigne Pompeu Gener, hiperpositivista como él se denomina y el introductor en España de las doctrinas raciales) y la metafísica.

Sólo lo observable, lo positivo, dicen los positivistas. Sí, pero lo no visible, lo espiritual, tiene siempre «expresión», correspondencia, en lo visible.

El espíritu se encarna siempre. La «diferencia» espiritual, de alma (el Volkgeist, la Volkseele) se «expresa» en formas visibles, sea ésta el color de la piel, el cabello, el ángulo facial, el tamaño del cerebro, el RH o el ADN, pero también la lengua y la cultura.

Un núcleo resistente, inmodificable, permanente, y por tanto, sin historia. Fuera del tiempo. Nación, lengua, raza, son diferentes nombres para una misma cosa. Un núcleo duro, oscuro, informe que se impone obligatoriamente como una deuda imprescriptible, insoluble, impagable.

Dos referencias nos bastarán para demostrarlo.

La primera

En sus famosas «Conversaciones con Hitler», Boorman transcribe las siguientes palabras de la boca de Hitler:

«El judío es por definición el extranjero inasimilable y que rehúsa asimilarse. Esto es lo que distingue al Judío del resto de los extranjeros. […] Nuestro orgullo racial no es agresivo sino respecto a la raza judía. Hablamos de raza judía por comodidad de lenguaje, puesto que no existe, propiamente hablando, y desde el punto de vista de la genética, una raza judía. Sin embargo, existe una realidad de hecho a la que, sin la menor duda, se puede otorgar esta calificación que es incluso admitida por los mismos judíos. Es la existencia de un grupo humano espiritualmente homogéneo del que todos los judíos de todas las partes del mundo tiene consciencia de pertenecer. […] La raza judía es ante todo una raza mental. […] una raza mental es algo más sólido, más duradero que una simple raza, Trasplantad a un Alemán a los Estados Unidos, y haréis de él un Americano. El Judío, vaya a donde vaya, seguirá siendo un Judío. Es un ser inasimilable por naturaleza. Y es este mismo carácter el que lo vuelve impropio para la asimilación, el que define su raza. He aquí una prueba de la superioridad del espíritu sobre la carne».

La segunda

En 1933 la Deutsche Stundentenschaft, la corporación nazi de estudiantes, edita un pasquín con la intención de promover la «regeneración» de la universidad alemana como parte del movimiento general de la Gleichschaltung (homogeneización, sincronización) con la que los nacional-socialistas intentan consumar su proyecto totalitario, que titulan:

«Contra el espíritu no alemán (Wider den undeutschen geist)

El lenguaje y la escritura están enraizados en el pueblo. El pueblo alemán soporta la responsabilidad de que la lengua y su escritura sean la expresión pura y no falsificada de su ser-pueblo (Volkstum).

Hoy la contradicción entre lo escrito y el ser-pueblo se ha vuelto abismal. ¡Esta situación es una vergüenza!
¡De ti depende la pureza de la lengua y de la escritura! Tu pueblo te ha confiado la lengua para que la conserves fielmente.

Nuestro principal antagonista es el judío, y el que le sirve.

El judío sólo puede pensar de manera judía. Si escribe en alemán, miente. ¡El alemán que escribe en alemán, pero que piensa en judío, es un traidor! Por otra parte, el estudiante que habla y escribe de manera no alemana no piensa y se vuelve infiel a su tarea.

Queremos extirpar la mentira, queremos estigmatizar al traidor, no queremos para el estudiante espacios ausentes de pensamiento, sino de formación (Zucht) y de educación política.

Queremos considerar a los estudiantes judíos como extranjeros y queremos tomarnos en serio el ser-pueblo. Por esto exigimos la censura:

que las obras judías sean publicadas en lengua hebrea. Si se publican en alemán , deben contener la mención ‘traducción’.

La intervención más firme contra el mal uso de la escritura alemana.

La escritura alemana ya está disponible para el alemán.

El espíritu no alemán será eliminado de las bibliotecas.

Exigimos del estudiante alemán que tenga voluntad y la capacidad de conocer y decidir de manera autónoma.

Exigimos del estudiante alemán que tenga la voluntad y la capacidad de mantener en toda su pureza la lengua alemana.

Exigimos del estudiante alemán que tenga la voluntad y la capacidad de superar el intelectualismo judío y los signos de decadentismo liberal en la vida espiritual alemana.

Exigimos la selección de estudiantes y profesores en función de la garantía de pensar de acuerdo al espíritu alemán.
Exigimos que la universidad alemana sea el refugio del ser-pueblo alemán y el campo de batalla de la fuerza del espíritu alemán.

La Corporación de los Estudiantes Alemanes».

Pregúntenle a un representante de ERC quién era Pere Mártir Rossell Vilar

Así podemos empezar a entender que la raza y la lengua sean distintos nombres de una misma cosa. Porque la lengua de los nacionalistas no es la lengua de los lingüistas, es otra cosa.

Tenemos en los textos del catalanismo las evidencias. La «lengua» es la prueba de la posesión de la herencia racial. Pero no hay que olvidar que la raza es ya una construcción metafórica, no un «dato» biológico. No basta decir a lo Herder (habitualmente mal leído… cuando se lo lee) que la lengua es expresión del Volkgeist.

La lengua de los nacionalistas es algo más; es un devorador de cuerpos, un superorganismo, que tiene derechos imprescriptibles, que impone deberes, que exige fidelidad absoluta, una lealtad inexcusable, que toma posesión de los cuerpos. Qui perd la seva llegua, perd la seva identitat, o sea, el ser.

La lengua es el símbolo del legado de la tierra y los muertos, o sea, la raza. Dejarla morir (una fantasía verbalizada a diario por los catalanistas) es un pecado contra ellos. Un pecado original, scilicet: contra los orígenes. Las consecuencias políticas de tal apotegma son devastadoras.

El catalanismo es mercancía política averiada. Debemos formular aquí la misma pregunta que formulábamos a propósito de la afirmación de Termes: ¿de dónde procede esa «obligatoriedad» del catalán? ¿cuál es la fuente, de dónde procede, cual es la naturaleza de esa fuerza de obligación?

El origen de ese poder no es otro que el de la raza. Es un imperativo de la raza. No hay otra explicación. Lean los textos del catalanismo y lo comprobarán. Pero quiero deshacer un malentendido: esos textos ni siquiera los propios catalanistas los conocen.

Pregúntenle a un representante de ERC quién era Pere Mártir Rossell Vilar y comprobarán su absoluta ignorancia. Ellos prefieren a otro «mártir», al Presidente Lluís Companys Jover, un inocente mártir que entre otras obras pías fue el cooperador necesario del asesinato de los hermanos Badía, por un asunto de «faldilles», como confesaría Tarradellas a Ucelay-da Cal, el único historiador del catalanismo que se ha atrevido a escribirlo.

El rey está desnudo. Saben el cuento, pero habitualmente el cuento se cuenta sólo a medias. En su versión original castellana, el famoso traje sólo podía ser visto por «aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo» escribe don Juan Manuel en su Conde Lucanor.

No era, pues, por respeto, que los súbditos no decían la verdad. Era por temor a descubrirse. Apliquen el cuento a esto del catalanismo y la verdad sobre el mismo. El palafrenero y, además, negro, el único que no dudó en decir la verdad pues no temía perder su honra.

¿Quién querría pasar por ello? La verdad se halla más allá de la honra. Y a mí sólo me honra su presencia, la de Uds., aquí esta mañana.

Muchas gracias

Debemos aquí introducir algunas reflexiones «metodológicas». Porque mi libro parece así separarse radicalmente del las tesis del materialismo histórico.

Ni tanto ni tan calvo. Creo que el materialismo histórico sigue siendo imprescindible, pero no suficiente. Después de todo Marx no fue lo suficientemente marxista.

Es lo que yo llamo –no puedo explicarlo, al menos con la obligada brevedad, de otra manera– la «reculada» de Marx ante su propio descubrimiento. No es éste el lugar para detenernos en tan importante cuestión. Pero es necesario ser absolument dialectique.

Si las cosas, (scilicet, los intereses de clase) determinan las ideas, éstas, a su vez, determinan las cosas. El propio Marx lo sabía: fue él quién inventó la idea de fetichismo de la mercancía. O sea, lo que Lukács llamó cosificación: que las ideas, una vez creadas, se independizan de sus creadores, haciéndose cosas, y, además, por lo general terribles. Como el monstruo de Frankenstein. El nacionalismo catalán es un caso extremo de esta «dialéctica», El catalanismo es el monstruo del Doctor Cambó (del Dr. Prat, si lo prefieren).

Algo de esto intuyó Albert Boadella en su espléndida Doctor Floyd y Mr. Pla. La historia del catalanismo es la historia de cómo una clase social se suicida, víctima del mito que sus intereses de clase fabrican, independizándose de ellos y gobernándoles.

El referido gesto final de Cambó poniendo su fortuna personal a disposición de Franco no hace sino redoblar contrafóbicamente la estructura.

El maleta indulgencias (Adolfo Marsillach): Catalanistas en adobo. Antonio López, Editor, Librería española, Barcelona, 1903, pp. 33-4.

El lector encontrará el texto del manifiesto en el capítulo correspondiente al citado Josep Antoni Vandellós de este mismo volumen.

La percepción actual del catalanismo en su dimensión académica, de inspiración izquierdista, está construida premeditadamente a partir de las consignas y el paradigma elaborados por Josep Termes y otros en el Coloquio de Historiadores celebrado en Barcelona los días 3 y 4 de mayo de 1974.

Se trata de un paradigma inspirado en la doctrina de las tres fases o etapas del nacionalismo de Joaquín Maurín.

La adhesión a ese relato oficial de la historia del catalanismo ha sido y sigue siendo conditio sine qua non entre los historiadores para formar parte de las instituciones u obtener una plaza en las universidades catalanas, o formar parte de un mercado intervenido y clientelizado hasta límites inconcebibles.

El gobierno de Pujol ha «empleado» a esos intelectuales, principalmente de izquierdas, para asegurar la transversalidad del nacionalismo en Cataluña.

Ni que decir tiene que el sectarismo de esa izquierda (basado en una falsa superioridad moral sobre la derecha) ha servido de incentivo y coartada para la imposición de ese relato único y tergiversador.

Pero otro lado, la incompetencia y extravío de los historiadores «españoles» (salvo honrosísimas excepciones), cargados de prejuicios izquierdistas y más interesados en imponer un relato de la Segunda República y de la guerra civil legitimador del gobierno del PSOE que en el esclarecimiento de la verdad de nuestra historia reciente, ha permitido a los nacionalistas imponer su propio relato sin contradictores, ejerciendo un cómodo monopolio sobre la materia.

Contrasta esta situación –y el hecho es muy relevante– con la del nacionalismo vasco: en Cataluña la intelligentsia ha sido y es casi en su totalidad nacionalista, a diferencia de lo que sucede en el País Vasco, donde sus mejores intelectuales se han mantenido y se mantiene fuera del nacionalismo y críticos con él.

Se trata de la «inmigración» de trabajadores procedentes del resto de España de los años 50 a 70.

Josep Termes: «La inmigración a Cataluña. Política i cultura», en Pierre Vilar et alii: Reflexions crítiques sobre la cultura catalana. Departament de Cultura. Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1983, pág. 287.

Cf. el último capítulo de este volumen dedicado al análisis de su principal libro: El sistema catalán de reproducción (1993)
[8] El título corresponde al un singular libro del «filósofo» catalán Francesc Pujols, apodado por el insigne Salvador Dalí como el «Emperador Trajà de la Flosofia» (El Emperador Trajano de la Filosofía), en el que pueden leerse lindezas como la siguiente:

«Si es muy cierto que quizás nosotros no lo veamos, porque estaremos ya muertos y enterrados, no es menos cierto que los que vengan después de nosotros verán que los reyes de la tierra o los que gobiernan las naciones, se arrodillarán ante Cataluña y entonces será cuando los que hayan leído este libro, si todavía queda algún ejemplar, comprenderán la razón que tenía su autor, que riendo decía las cosas más serias que se pueden decir, porque estamos persuadidos de que en el porvenir, si las cosas no cambian y discurren por el camino que discurren, a los catalanes se les llamará los compatriotas de la verdad y todos los extranjeros nos mirarán como si mirasen la sangre de la verdad, y cuando le den la mano a un hermano nuestro, además del respeto y la veneración que le profesarán, les parecerá que tocan la verdad con las manos, y como que habrá muchos que se podrán a llorar de alegría, les habrán de enjugar las lágrimas con su pañuelo y ser catalán equivaldrá a tener los gastos [en castellano en el original] pagados en cualquier sitio a donde vaya, porque bastará y sobrará que sea catalán para que la gente los alojen en su casa o les paguen la fonda, que es el mejor obsequio que se puede hacer a los catalanes cuando viajamos por el mundo, y, en resumidas cuentas, valdrá más ser catalán que millonario y como las apariencias engañan, a pesar de que sea más ignorante que un asno, cuando los extranjeros vean a un catalán creerán que es un sabio y que les trae la verdad en la mano, y eso hará que Cataluña se vea reina y señora del mundo, tanta será nuestra fama y la admiración que se nos profesará en todas partes, que habrá muchos catalanes que por modestia no se atreverán a decir que lo son y se harán pasar por extranjeros».

Francesc Pujols: Concepte general de la ciència catalana [1918]. Editorial Pòrtic, Barcelona, 1983, pp. 434-5.

C. Lévi-Strauss: Tristes tropiques , Paris: Plon, 1955. La cita, transcrita en francés en el libro de Cabré, corresponde a las págs. 208 y 244 del texto original.

A. Cabré: El sistema català de reproducció. Cents anys de singularitat demogràfica, Barcelona, Proa, Institut Català de la Mediterrània d’Estudis i Cooperació, 1999, p. 210.

Cofoisme: actitud satisfecha y envanecida hacia una situación propia determinada (en oposición a rebentisme)

La naturaleza racialista de la integración se confirma adicionalmente mediante un simple razonamiento. Aquí no se excluye a nadie, sólo a los que se excluyen ellos mismos. Pero queda un resto. ¿Qué pasa con los que no se quieren integrar?

Y, lo más revelador: suy7ólo se puede integrar a los que previamente se ha desintegrado, es decir, excluido. ¿Por qué razón debe llamarse «inmigrante» a un señor de Murcia? Quinientos quilómetros lo separan de Barcelona, los mismos que de Madrid. Y allí no se le llama «inmigrante».

El lector encontrará en este mismo volumen un análisis detallado del elemento religioso del catalanismo.

La «energía» a la que Pujol apela para la construcción de Cataluña, término que rescata de Charles Péguy, es sin lugar a dudas de inspiración religiosa. Analizamos la influencia de Raimon Galí y a través de éste de Charles Péguy en el capítulo dedicado a Jordi Pujol.

La metáfora, que es menos sencilla de lo que parece, es de origen cristológico, pero en rigor podría ser sustituida por la remisión al proceso de la represión (Verdrängung) freudiana : el afecto se conserva, el significante cambia (desplazamiento, condensación).

La «energía» (encarnizamiento) con la que se defiende la imposición de la lengua es racial. El éxito político de Pujol se explica por su éxito doctrinal: su pericia en ocultar la naturaleza racial de su doctrina conservándola: Ud. puede ser un perfecto racista sin que lo pueda o tenga que saber.

Pero no hay que confundirse al respecto: la raza, el concepto de raza, es ya una máscara, una forma de ocultar (lo que no tiene expresión).

Lo que cambia en Pujol es la máscara, pues la máscara de la raza es ya ineficaz para producir efecto.

Esta cuestión ha sido abordada extensamente en el volumen I de este libro al que me remito expresamente.