ICV en llamas por cambiar de bando y defender la unidad de España, dimite el ultra separatista Raül Romeva Rueda

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FOTOGRAFÍA. BARCELONA (ESPAÑA), MARZO DE 2015. Vista del alto cargo (diputado europeo) de ERC, Raúl Romeva, en Ruerda de prensa en la sede de su formación en Barcelona. Efe

ICV en llamas por cambiar de bando y defender la unidad de España, dimite el ultra separatista Raül Romeva Rueda..

El Partido catalán liderado por Joan Herrera Torres, Iniciativa por Cataluña y Verdes (ICV) estás desde la pasada semana en llamas por cambiarse de bando y defender la Unidad de España reclamando, únicamente «una España plurinacional» y rechazando frontalmente, ahora, la independencia de Cataluña que venía apoyando junto a CIU, ERC, CUP, etc., tal como defendió rechazó la militancia de ICV, este fin de semana con un 87% votos. La respuesta del brazo ultraseparatista de la formación ha sido contundente.

El exdiputado europeo de (ICV), Raül Romeva Rueda, ha abandonado la militancia por discrepancia con el comité ejecutivo de Iniciativa por Cataluña y Verdes por desmarcase de la independencia de la comunidad autónoma española de Cataluña [Leer la crónica del rechazo de la independencia aquí] en una carta abierta a sus «amigos y amigas» separatistas en(ICV), publicada ayer, 02 de marzo 2015, en su Blogger personal.

A continuación, les reproducimos íntegramente la carta renuncia a la militancia en ICV del ultra separatista catalán antiespañol, Raül Romeva Rueda, en la que sostiene: «Por muchos motivos hace tiempo que he llegado a la conclusión de que si queremos salir del callejón sin salida político, social, económico y ecológico en el que nos encontramos desde hace tiempo, necesitamos estados nuevos, modernos del siglo XXI, con relatos y estructuras renovadas, y adaptadas a las necesidades y los retos mundiales actuales. Y entre estos estados tiene todo el sentido del mundo que Cataluña sea uno más, y que, en términos de igualdad con los demás, pueda ayudar a construir respuestas a las necesidades globales y colectivas que nos las reclaman. Así pues, tenemos que hacer, creo, un paso determinante -que Cataluña se convierta Estado- y, como no será nada fácil, necesitamos hacerlo con firmeza, claridad y determinación», fragmento de una larga carta de dimisión de Rueda, exmiembro de (ICV) que se ha comprometido este martes, 03 de febrero 2015, «trabajar» con todo sus fuerzas junto a «formaciones» separatistas catalanes para destruir España, en declaraciones al programa ‘Las Mañanas de Cataluña Radio’.

 
Carta a las amigas y amigos de ICV (el apunte más difícil que jamás haya escrito)

Este es, sin duda, uno de los apuntes más difíciles que jamás haya escrito y, probablemente, que nunca escribiré a lo largo de toda mi vida. Las trayectorias personales están a menudo sujetos a circunstancias diversas, vicisitudes inesperadas y accidentes del tiempo que no siempre se pueden prever, y menos prevenir. Es cierto que algunas veces podemos planificar los tránsitos entre etapas, la mayoría de veces, sin embargo, no podemos. Simplemente suceden, sin más. Y entonces, nos vemos en la obligación de afrontar la situación y aceptarla tal como viene.

Hace ocho meses di por terminada una etapa importantísima de mi vida, la de diputado al Parlamento Europeo. Fueron diez años de grandes satisfacciones y alegrías, ya la vez de frustraciones y decepciones diversas. Sea como sea (lo he dicho infinidad de veces, pero nunca serán suficientes): haberlo podido hacer representa un honor inconmensurable. Así pues, muchas gracias a toda la gente que me ha permitido vivirlo. Sólo confío haber estado a la altura, y que los aciertos compensen los errores que, sin embargo, haya podido cometer.

Asimismo, a lo largo de estos diez años también han pasado muchas cosas que, de manera incuestionable, marcarán el devenir de la historia personal y colectiva de mucha gente. Personalmente me siento afectado y partícipe a partes iguales.

Hablo de sueños. De cómo algunos decaen como mitos desnudos (el europeo) y de cómo, a pesar de todo, todavía hay quien mantenemos dentro de nosotros, incandescente, una chispa de luz, de esperanza, en que este sueño tal vez algún día se convierta en una realidad. No me he escondido, soy de los que piensa que el proyecto europeo sigue siendo, sin embargo, una buena idea, aunque ésta está indudablemente, y terriblemente, mal ejecutada.

Pero también hablo de otros sueños, y concretamente de uno que se encuentra en fase expansiva: el de que Cataluña se convierta en un Estado. Los hechos vividos los últimos años en Cataluña, y en relación a Cataluña, han actuado de acicate a una movilización colectiva sin precedentes. Han generado unas expectativas, pero sobre todo unas ilusiones, como hacía tiempo que ningún otro tema despertaba. Yo me siento parte viva y activa, y como tal he procurado actuar desde los diferentes ámbitos donde me ha tocado hacerlo.

Por muchos motivos hace tiempo que he llegado a la conclusión de que si queremos salir del callejón sin salida político, social, económico y ecológico en el que nos encontramos desde hace tiempo, necesitamos estados nuevos, modernos del siglo XXI, con relatos y estructuras renovadas, y adaptadas a las necesidades y los retos mundiales actuales. Y entre estos estados tiene todo el sentido del mundo que Cataluña sea uno más, y que, en términos de igualdad con los demás, pueda ayudar a construir respuestas a las necesidades globales y colectivas que nos las reclaman. Así pues, tenemos que hacer, creo, un paso determinante -que Cataluña se convierta Estado- y, como no será nada fácil, necesitamos hacerlo con firmeza, claridad y determinación.

Hasta ahora he defendido este posicionamiento dentro de ICV. No ha sido sencillo. No siempre he sabido hacerlo de la forma en que algunas compañeras y compañeros hubieran querido que lo hiciera, ciertamente. No siempre he acertado los tonos y los momentos, probablemente. Pero siempre lo he hecho desde el respeto y la honestidad.

Cuando dejé mis responsabilidades representativas manifesté también mi voluntad de no seguir formando parte de ningún órgano de dirección. Hice, literalmente, un paso atrás. Desde entonces me he dedicado a explicarme, en público y en privado, utilizando un texto que escribí precisamente para rendir cuentas de mi trabajo durante diez años, pero también para explicar cómo veo yo el momento actual, y las perspectivas de futuro. Hablo de ‘Somos una nación europea (y una carpeta incómoda). Cataluña vista desde Europa ‘(Rosa de los Vientos).

Este fin de semana, en Sabadell, en el marco de una Convención masiva, y por tanto ciertamente representativa de lo que significa ICV, se ha tomado una decisión que respeto profundamente, pero que, tal y como he argumentado repetidas veces, no comparto .

Quien me conoce sabe que no me cuesta nada involucrarme en todo tipo de proyectos, por difíciles y aparentemente utópicos que parezcan. Sólo necesito creer. Creérmelo. A partir de aquí, la implicación es total. Y este es, precisamente, el problema con el acuerdo que este fin de semana se ha adoptado en Sabadell. Sencillamente no creo que sea posible, y de hecho a estas alturas ni siquiera deseable, una Cataluña soberana dentro de una España plurinacional. Se ha intentado. Lo hemos intentado. Mucho. Quizá demasiado. Y no lo hemos conseguido. Creo mucho más, en cambio, en la voluntad colectiva de construir, por la vía democrática, un nuevo marco de relaciones entre Cataluña y España que nos permita transitar hacia una nueva etapa, una nueva era, un nuevo estadio en el que podamos abordar los problemas comunes y las necesidades compartidas en condición de iguales, y no de manera subordinada. Se llama soberanía. Soberanía compartida, si se quiere, pero soberanía al fin y al cabo. La misma que en Grecia reclama el nuevo gobierno ante los mercados y las instituciones europeas. La misma que reclama mucha gente delante de unas estructuras que considera a-democráticas y que en cambio condicionan de manera impune presentes y futuros diversos.

Carte campaña elecciones europeas de Raül Romeva Rueda
Cartel campaña elecciones europeas de Raül Romeva Rueda

Hace años tuve el honor de presidir la Asamblea de ICV. Acababa de ser elegido diputado al Parlamento Europeo. Entonces dije, sin complejos, que si ICV no existiera habría que inventarla. Sigo creyéndolo. ICV no son sólo unas siglas, es sobre todo su gente. Mi respeto y reconocimiento al trabajo realizado, en la que se está haciendo en infinidad de barrios, pueblos y ciudades, y en la que seguro se seguirá haciendo, es total, al igual que lo es mi simpatía personal hacia la gente que se ha dejado la piel, a lo largo de la ya larga historia de ICV, para hacer que el mundo en que vivimos sea un lugar más justo, más solidario y más igualitario.

Como todo movimiento y colectivo que aspira a cambiar las cosas, es evidente que no siempre lo hemos hecho bien, y asumo mi parte de responsabilidad, pero quien crea que se puede acabar con las injusticias sin asumir riesgos yerra de pleno . Equivocarse forma parte del camino. Siento, por tanto, mucho respeto y admiración por aquella gente que, a pesar de este riesgo, se arremanga y se compromete, y que en ningún caso se parapeta detrás del nihilismo paralizador, el conformismo cómplice o el negativismo acusador hacia quien sí hace cosas para cambiar las condiciones de vida de quien está siendo tratado de manera injusta. Haber estado en política para querer hacer del mundo un lugar mejor, por tanto, no es para mí un demérito, al contrario, es un valor que hay que reconocer y tener en cuenta.

Sin embargo, pienso que nos encontramos en un momento crucial, uno de esos en los que toca detenernos, valorar el camino recorrido, y decidir hacia dónde seguimos. La Convención de ICV ha puesto rumbo hacia una Cataluña dentro de España. Mi compás náutico hace tiempo que marca otro. Respeto el posicionamiento mayoritario dentro de ICV. Conozco las muchas reticencias que la simple cuestión suscita en muchas compañeras y compañeros de viaje -algunas de ellas personas amigas desde hace muchos años-, y conozco las dificultades y las contradicciones que este debate ha comportado (y comporta) dentro de un proyecto en el que, hasta hace muy poco, este tema no era ni mucho menos prioritario. Pero ahora lo es. Y mucho.

Soy muy consciente de que dentro de ICV mucha gente se ha sentido incómoda con mis manifestaciones y posicionamientos al respecto (aunque compartimos visiones y objetivos en muchas otras cuestiones, la inmensa mayoría, diría). Sin embargo también me consta que mucha otra gente las comparte, en mayor o menor grado. No me ha sido fácil, pues, tomar la decisión que he tomado, pero creo que, dadas todas las circunstancias mencionadas, el más coherente y honesto, es que dé por terminada mi etapa de militancia en ICV.

No es tan un cambio de embarcación como un cambio de rumbo. Digamos que creo ICV ha incorporado en su hoja de ruta algunas escalas técnicas que personalmente creo que ya no se necesitan. En otras palabras, pienso que ahora ya toca subir el destino, poner proa, y prepararnos para soportar en las mejores condiciones posibles un viaje que preveo que será duro y lleno de vicisitudes y de inclemencias.

Me consta que nos seguiremos encontrando, amigas y amigos, veremos los mismos paisajes, sufriremos las mismas tempestades y nos frustrarán las mismas encalmadas. Estoy convencido de que el futuro, también el más inmediato, nos deparará enormes retos y contratiempos que reclamarán de una gran capacidad de entendimiento y de suma. En este sentido, siempre me encontrará a su lado.

Es una decisión que llevo tiempo meditando y que alguna gente conocía de manera privada, pero que hasta ahora no he osado explicitar públicamente. Entendía que una decisión como ésta no se puede tomar sin dejarla madurar un tiempo, y sin dar al menos opción a ver si se podían conciliar las diferentes comprensiones de la realidad y de los retos futuros. Pasado este tiempo, y vistos los resultados de la Convención, no veo otra opción que ésta que expreso. Entiendo que la fórmula encuentro busca ser un compromiso, pero en este que se ha adoptado no me siento representado.

A quien haya leído ‘Somos una nación europea (y una carpeta incómoda)’, un relato que hace ya unos meses que estoy compartiendo con mucha otra gente, no le sorprenderá este paso. A quien no lo haya leído, tampoco debería sorprender, teniendo en cuenta lo que llevo tiempo manifestando, pero si quiere comprender mejor las razones a las que apelo le invito a dar un vistazo, ya que un libro permite un nivel de explicación, de matiz y de argumentación que un texto necesariamente corto como este no permite.

En síntesis, el caso es que ahora entiendo que si no resolvemos de manera urgente y satisfactoria la situación paralizadora que supone el debate nacional, poco podremos hacer en todas las demás cuestiones que tanto nos preocupan a tanta gente, ya sea en el ámbito social, ecológico o no discriminatorio (y que para mí, que nadie lo dude, son cruciales, mucho más que banderas, himnos o identidades). Tengo la impresión de que seguir posponiendo la cuestión sólo contribuirá a hacer cada vez más difícil la resolución del tema. Sé que muchas y muchos de vosotros, amigas y amigos de ICV, no lo ve igual. Lo respeto, lo sabéis bien. Sólo pido, en retorno, comprensión por mi forma de verlo.

Vivimos unos tiempos en que más que trincheras, creo que lo que necesitamos es diseñar y construir estructuras sólidas, así como construir cimientos, que permitan hacer el tránsito de época con garantías. Y esto exige tender puentes. No siempre es fácil, soy plenamente consciente -lo he sufrido en carne propia muchos veces-. Hacer de puente, no lo olvidemos, también significa aceptar que te pasen por encima, que te pisen. Sin embargo, siempre he hecho bandera de la construcción de sinergias, y seguiré haciéndolo, especialmente en momentos tan trascendentes como el actual.

Ciertamente, los momentos que vivimos son complejos, y es comprensible que haya quien los viva con dificultad, incomodidad e incluso aversión. Desde mi punto de vista, la construcción de un nuevo país, por ser un proceso traumático (por definición), exige una gran dosis de convicción y de firmeza, pero también de empatía y de respeto por las trayectorias, los dudas y las expectativas de todos. Todo el mundo debe encontrar su lugar. Y creo firmemente que es posible encontrarlo sin necesidad de recurrir a ataques, insultos y chantajes morales. Me conoce bastante bien para saber que los rechazo de pleno, ya pesar de que yo también tengo que encontrar mi, de lugar, no me oiréis nunca criticar a nadie ni reprocharle el no verlo de igual manera.

Escribir este texto no ha sido sencillo, tal y como decía al inicio. La relación de amistad y el afecto personal que tengo por tanta gente de ICV es profunda y sincera, y perdurará mucho más allá de esta circunstancia temporal. De hecho, es precisamente este el motivo que me ha impulsado a dar explicaciones abiertas y transparentes: el respeto total y absoluto que siento hacia ustedes.

Es por eso que no quiero terminar este escrito sin expresar, una vez más, mi agradecimiento, reconocimiento y total complicidad con tantas y tantas personas dentro y fuera de ICV, por su entrega a causas, luchas y sueños colectivos en los que seguiré vertiendo toda mi ilusión y esperanzas de cambio. No abandono el barrio, sólo el piso compartido. Considere me, simplemente, el compañero que se va para iniciar nuevos proyectos, pero con quien puede seguir contando siempre que lo desee. ICV (es decir, su gente) formará para siempre parte de mi ADN, y estoy seguro de que seguiremos construyendo, sumando y transformando, de forma conjunta, sea cual sea el escenario futuro que las circunstancias nos deparen. Yo, al menos, así lo espero.

Recibid, pues, un abrazo sincero y afectuoso de alguien que os ha querido, os ama, y ​​os amará siempre.