José Luis Pérez (víctima de abusos sexuales de la Iglesia en Navarra): Es difícil hablar de reparación ante un «dolor que no prescribe»

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FOTOGRAFÍA. PAMPLONA (NAVARRA) ESPAÑA, 08.02.2022. José Luis Pérez, uno de los primeros denunciantes de abusos de la Iglesia en Navarra. Efe

Efe.- Pamplona (España), martes 8 de febrero de 2022. José Luis Pérez, uno de los primeros denunciantes de abusos de la Iglesia en Navarra, reconoce que es difícil hablar de reparación ante un «dolor que no prescribe», pero se muestra esperanzado por la creación de una comisión de investigación para que «la Iglesia no tenga otro remedio que abrir archivos y ventanas y se sepa la verdad».

Pérez, en una entrevista con Efe, pide al defensor del pueblo, Ángel Gabilondo, a quien el Gobierno quiere encargar el liderazgo de la investigación sobre los abusos, que lo que se haga sea «transparente de verdad, que no se mezcle la política, por favor. Siempre hemos tratado de no mezclar este tema tan grave con la política, porque eso sería contaminarlo», asevera.

Pérez relata lo que vivieron en el colegio de los padres reparadores de Puente la Reina él y su hermano Javier, quien, antes de suicidarse, dejó escrita una carta «tremenda» en la que le contaba «las violaciones que le hacían, cómo despertaba después de haberle puesto una inyección para dormirlo…».

En la carta, que tiene todavía guardada y de la que cree que nunca podrá deshacerse, «no tuvo ningún tipo de filtros» parar contarle lo que le hacían, y eso le «destrozó».

«Siempre he vivido con esa carta en la mochila pensando en que, si yo hubiese dicho algo, cuánto sufrimiento hubiese podido evitar a mi hermano», comenta emocionado, sin poder reprimir en algunos momentos las lágrimas José Luis, quien con 12 años fue enviado junto con Javier, un año menor, a ese colegio pensando que era lo mejor para ellos tras quedarse su madre viuda y con siete hijos.

Una frase recogida en la misiva, «Tú sabrás qué hacer con esta carta», le convenció de que su hermano quería que hiciese algo, y el detonante llegó un día mientras veía un reportaje en televisión de una reunión de obispos en Roma.

«Fue una explosión en mi cabeza y decidí marcharme al arzobispado», cuenta, aunque no sabía muy bien «a qué». «Me fui un poco buscando ayuda, socorro, lo necesitaba, necesitaba contar qué nos había pasado y qué había sentido» y salió de allí con una invitación a dejar la carta en una urna donde, según le dijeron, «se dejan este tipo de cartas y, una vez que se meten, no vuelven a ver la luz».

Se marchó de allí con su carta y ha continuado denunciando lo sucedido, algo que resulta «muy difícil porque abres las puertas de la privacidad de tu familia, de lo más íntimo y a partir de ahora cualquiera te puede juzgar para bien y para mal». Pese a todo, el resultado ha sido «satisfactorio», porque otras víctimas le han dado las gracias.

Las comisiones creadas por la Iglesia para él no tienen «ninguna credibilidad», ya que la Iglesia en este tema «arrastra los pies, lo ha ocultado toda la vida y lo seguirá haciendo, no tengo ninguna duda, seguirán ocultando y se negarán a abrir archivos».

Tienen noticias de que sus casos han llegado al Vaticano, pero «si la Iglesia española no les da credibilidad, en Roma poco van a hacer más que dejarlos en un cajón guardados», advierte.

Por eso, se muestra esperanzado de que la comisión de investigación liderada por el Defensor del Pueblo «salga adelante y que de una forma u otra obliguen a estos malnacidos a depurar responsabilidades».

Se pregunta «cómo se puede reparar esto», ya que «no hay un abrazo, una palabra que pueda hacer menguar ese dolor, lo primero porque mataron a un niño, que dejó de existir en ese momento», señala en referencia a su propia su infancia y adolescencia.

Esto «no se puede pagar, hablar de dinero sería un dinero manchado de sangre», opina, tras lo que apunta que espera que «fuercen para que la iglesia no tenga otro remedio que abrir archivos y ventanas y se sepa la verdad».