Pedro J: España buscaba «un hombre globo» para salir de la «ciénaga» pero se halló en hombre corcho flotando»

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Pedro J España buscaba un hombre globo para salir de la ciénaga pero se halló en hombre corcho flotando - copia - copia

El profesional y exdirector del periódico ‘El Mundo’, Pedro J. Ramírez, lamenta en su carta de este fin de semana, del 2 de mayo 2015, que el hundimiento del Partido Popular y la humillación de España por separatistas con el Partido Popular de Mariano Rajoy Brey al poder era previsible. «Fue mi actitud durante los dos primeros años de mandato de Rajoy, antes de tropezar con sus SMS a Bárcenas. Lo que ocurría era decepcionante pero quedaba la esperanza de que llegara la anhelada enmienda y la legislatura remontara el vuelo». -afirma y recuerda- «Tras un hombre sólido como Aznar y un hombre líquido como Zapatero, hace ya casi cuatro años que llegó al poder, con la llave de oro de la mayoría absoluta al cinto, quien pretendía ser un hombre gas y en todo resultó gaseoso. Buscábamos un hombre globo que nos sacara de la ciénaga y sólo hemos hallado un hombre corcho flotando indolente entre lo más rahez de sus miasmas. Por mucho que alardee de una engañosa recuperación económica, fruto de efectos externos probablemente efímeros, su aerostato político está tan vacío como su imaginación. Ya decía Voltaire que los perezosos siempre resultan mediocres. Allá los del PP sí, ignorando que, como advirtió Quevedo, «ascender a rodar es desatino», siguen confiando en un piloto tan estólido en su estrago. Cuando el helicóptero vuelva a caer a plomo, saldrán todos con él a cuatro patas», manifiesta el exdirector de ‘El Mundo’ en su carta que publica el diario ‘El Blog De El Español’ con el siguiente título:Pedro J Su error garrafal fue pretender aunar ese delirio lucrativo, en 'La maza De Mariano En La Nuca De Rodrigo Rato...

El hombre globo

A las 8 de la tarde del 1 de mayo de 1915 una modesta manifestación obrera recorrió algunas calles de Madrid hasta desembocar en la Casa del Pueblo. Seguidamente una comisión entregó al jefe del Gobierno Eduardo Dato una serie de reivindicaciones. Las dos primeras eran: «Jornada de ocho horas, como punto principal de la legislación protectora del trabajo» y «Apertura de trabajos en la proporción necesaria para dar ocupación a los obreros parados».

Escuchando el énfasis que pone Pedro Sánchez en que los contratos a tiempo parcial no enmascaren jornadas más prolongadas y sus crecientes exigencias de inversión pública, cualquiera diría que la «salida a la española» de la crisis nos retrotrae a los problemas laborales de hace cien años. En cambio se han perdido costumbres complementarias tan saludables como la ceremonia que 48 horas después, o sea el 3 de mayo de 1915, tal día como este domingo, celebró la Diputación de la Grandeza para demostrar su sensibilidad social, entregando cartillas del Monte de Piedad con 500 pesetas por barba a «diez servidores de casas aristocráticas que por su lealtad durante muchos años de servicio se habían hecho acreedores a ello».

Ilustración / Javier Muñoz
Ilustración / Javier Muñoz

La cobertura conformista que los principales medios informativos han dado esta semana a episodios como el desmayado desayuno-coloquio con Rajoy, el escrito de la fiscalía cambiando de criterio para exonerar al PP del delito fiscal perpetrado a través de su caja B o los escándalos varios que, de Pujalte a Rús, siguen corroyendo al partido gubernamental, acredita que muchos de sus muñidores, pendientes de licencias u otros favores administrativos, han hecho ya méritos más que suficientes para recibir un premio similar. Y qué decir de algunos tertulianos empotrados en franjas de máxima audiencia con licencia para matar a los enemigos del Gobierno, empezando a ser posible por Aznar, a cuenta de una sofisticada versión del fondo de reptiles.

Si Ferrán Soldevilla describía a esos «criados leales» con una insignia en el ojal, «vistiendo sencillamente de negro y con sus cabezas cubiertas de canas» en el momento en que derramaban lágrimas de emoción al recibir, arrodillados, su recompensa, dejo al criterio de cada lector, espectador u oyente la designación del elenco de sus émulos. Propongo, eso sí, que ya que reparte, María Pico mediante, vetos y presencias en las televisiones , sea Soraya quien se empine para imponerles las insignias y algún representante del Consejo de la Competitividad quien les entregue las cartillas. Ceremonias idénticas deberían celebrarse en la Andalucía susanista y la Cataluña convergente.

Para compensar tanta mediocridad sumisa recuperemos hoy la trilogía de Larra sobre los sucesivos fracasos de las publicitadas ascensiones aerostáticas que, junto con otros artículos memorables, le valió convertirse, en enero de 1836, en el primer gran fichaje de El Español. Será difícil encontrar en ninguna antología del periodismo mejores metáforas de esa larga serie de actos fallidos de nuestros mandamases a la que acaba de incorporarse el pretendido relanzamiento del liderazgo de Rajoy en los salones del Villamagna.

Cuando en las postrimerías de Fernando VII la llegada al poder de Cea Bermúdez suscitó expectativas aperturistas, pronto defraudadas por su inmovilismo, Larra describió en abril de 1833 en La Revista Española el fiasco del aeronauta gaditano Manuel García Rozo: «Una especie de fatalidad se opone a que el pueblo de Madrid vea este asombroso espectáculo… En vano esperó el público ansioso la prometida ascensión. Rozo ponía en ejecución todos los medios posibles. El globo sin embargo no llegó nunca a henchirse».

Llovía sobre mojado. Desde el retorno del absolutismo en 1814, nadie -ni siquiera los gobernantes del Trienio- había sido capaz de remontar el vuelo. «¿A qué atribuir esta rara coincidencia de desaires en un punto solo del orbe?», se preguntaba Larra, esbozando lo que luego llamaríamos «el problema de España».

A Larra le dolía que España se quedara anclada en sus miserias mientras otros países europeos ganaban los cielos del progreso y lo achacaba -embozadamente para sortear a la censura- a la incompetencia del Gobierno. Sin dejar de darle, eso sí, una nueva oportunidad al final: «Una ascensión aerostática, una complicada operación física, no es una función de volatines. Mil circunstancias desgraciadas pueden atravesarse a malograrla: la ineptitud de los operarios, la insuficiencia o mala calidad de los ingredientes, la menor malicia acaso puede traer los resultados más funestos. Mucho habrá sufrido el público desairado; más creemos, sin embargo, que habrá sufrido el desventurado aeronauta. Compadezcamos, pues, su desgracia y esperemos que será más feliz en otra ocasión».

Esa fue mi actitud durante los dos primeros años de mandato de Rajoy, antes de tropezar con sus SMS a Bárcenas. Lo que ocurría era decepcionante pero quedaba la esperanza de que llegara la anhelada enmienda y la legislatura remontara el vuelo. Larra observaba con desesperación la esclerosis gubernamental y en julio de ese mismo 1833 volvió a fustigarla con genial sutileza en un suelto publicado en el protofeminista Correo de las Damas. Merece la pena reproducir sus cuatro párrafos, plenamente correlativos a los coitus interruptus del actual líder del PP con sus estafados electores.

Ya el título, «Ascensión aeronáutica», daba pie a la primera rechifla: «Perdónesenos la libertad que nos tomamos de dar este nombre a lo que pasó, por mejor decir, a lo que no pasó en la plaza de Oriente el domingo 14 de este mes. ¿Quieren nuestras lectoras saber a qué se reduce una ascensión aerostática como aquí las suelen hacer? Todo ello es tan poca cosa que no las ocupará largo tiempo su relación».

«Es circunstancia precisa en toda ascensión que el globo no ha de subir. En un punto dado se pone un globo bien sujeto, no sea que se escape antes de tiempo… A cosa de las cuatro se hace como que se hincha pero eso es una mera formalidad. A las cinco vienen los espectadores que, como dice Victor Hugo, constituyen en las más de las funciones el espectáculo. A las seis se impacienta el pueblo. A las seis y cuarto suben varios batidores a anunciar sin duda a los cielos que se aparten, que va el aeronauta. A las siete se lanza el atrevido mortal en la frágil barquilla. El globo entonces padece un rapto, una feliz inspiración, y por medio de un proceder horizontal hace un pinito o dos; y como una persona obesa que ha subido el primer tramo de una escalera, se vuelve fatigado a su posición donde le atan de nuevo por atrevido».

No es difícil imaginar a Hernández y Floriández asistiendo a María Dolores de las Mentiras en todo ese cacareo previo y al Estafermo Volador, embebido en su alcornocamiento existencial, defraudando con la noluntad de su trotecillo de burdégano las expectativas de quienes acudieron a verle galopar. Llegó, vino, habló el orate del sudoku -«Confíen en mí, les irá bien»-, fuese y no hubo nada, salvo los aplausos enlatados de los muertos vivientes que le rodeaban. Doña Política llegó en ayunas y en ayunas se marchó.

A Larra le dolía España pero le dolía aún más la abulia de los españoles ante el mal Gobierno: «A las siete y media da el reloj la hora que es; a las ocho anochece, empieza el globo a cabecear como quien se duerme y el pueblo a dormirse como quien cabecea. Y a las nueve se concluye la ascensión por lo regular, advirtiendo que en las ascensiones que hemos visto hasta ahora el aeronauta no baja porque no sube».

Veinte meses después María Cristina de Nápoles ocupaba la Regencia en nombre de su hija Isabel, Cea Bermúdez había dado paso a Martínez de la Rosa y el régimen absolutista al modelo semiliberal del Estatuto Real. Nuevas expectativas -esta vez sí parecía que algo cambiaba-, nuevas decepciones. Fue entonces cuando Larra desarrolló su teoría del «hombre globo» u «hombre gas», contraponiéndolo al «hombre sólido que empuja casi hacia abajo el suelo que le sostiene» y al “hombre líquido que remeda al momento la forma del vaso donde está». Lo que, según él, caracterizaba al hombre globo -«su frente es altiva, sus ojos de águila, su fuerza irresistible, su movimiento el del tapón de una botella de champagne»- era su capacidad de elevarse por encima de la mediocridad «hasta la altura que su intensidad le permite». Larra ponía como ejemplos a Washington y Napoleón y lamentaba la «casi total ausencia de hombres globo» en España como una «desgracia del país mismo».

¿Qué había ocurrido con Martínez de la Rosa? Pues que había hecho honor al remoquete de Rosita la Pastelera con que El Zurriago le había definido durante el Trienio y, tratando de conciliar lo inconciliable, había traicionado todas las premisas y promesas del liberalismo del que procedía. Larra aprovechaba su símil al máximo para describir el batacazo:

«¡Qué ruido antes! ¡La ascensión! ¡Va a subir! ¡Ahora sí, ahora sí va a subir! Gran fama, gran prestigio. Se les arma el globo; se les confía; ved cómo se hinchan. ¿Quién dudará de su suficiencia? Pero como casi todos nuestros globos, mientras están abajo entre nosotros asombra su grandeza y su aparato y su fama pero, conforme se van elevando, se les va viendo más pequeños; a la altura apenas de Palacio que no es grande altura -Larra aludía así a la limitada mollera de la Reina Gobernadora- ya se les ve tamaños como avellanas, ya el hombre globo no es nada; un poco de humo, una gran tela pero vacía, y por supuesto en llegando arriba no hay dirección».

Tras un hombre sólido como Aznar y un hombre líquido como Zapatero, hace ya casi cuatro años que llegó al poder, con la llave de oro de la mayoría absoluta al cinto, quien pretendía ser un hombre gas y en todo resultó gaseoso. Buscábamos un hombre globo que nos sacara de la ciénaga y sólo hemos hallado un hombre corcho flotando indolente entre lo más rahez de sus miasmas. Por mucho que alardee de una engañosa recuperación económica, fruto de efectos externos probablemente efímeros, su aerostato político está tan vacío como su imaginación. Ya decía Voltaire que los perezosos siempre resultan mediocres. Allá los del PP sí, ignorando que, como advirtió Quevedo, «ascender a rodar es desatino», siguen confiando en un piloto tan estólido en su estrago. Cuando el helicóptero vuelva a caer a plomo, saldrán todos con él a cuatro patas. La calle ya tiene claro que seguirá el consejo con el que Larra cerraba ese memorable artículo: «¡Otros al puesto, experimentos nuevos! Si por el camino trillado nada se ha hecho, camino nuevo».

Pedro J. Ramírez