Concluye el Sínodo Católico con rechazo a: «matrimonio» homosexual, aborto y anticonceptivos

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Lasvocesdelpueblo/I.C/RM – El Sínodo 2015 de los obispos católicos sobre la vocación y misión de la Familia en la humanidad se ha concluido este sábado 24 de octubre en el Vaticano a las 18:46 horas de la tarde. Más abajo reproducimos el discurso de clausura del Santo Padre Francisco. En relación a los divorciados vueltos a casar, no se da paso a que puedan comulgar. Y respecto a las uniones homosexuales, el texto indica que «no hay fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotamente» con el matrimonio. Igualmente se ratifica la enseñanza de la Humanae Vitae del Beato Pablo VI, Papa. <Fotografía: Los obispos en el hemiciclo del Vaticano durante el Sínodo 2015. Foto/Observatorio de Roma>.

Se ha aprobado el documento final del Sínodo sobre la familia católica; año 2015. Todos los 94 parágrafos del texto han superado los 2/3 de votos. Estas proposiciones servirán al Papa para escribir la Exhortación post sinodal sobre la Vocación y Misión de la Familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo. El mismo Documento final elaborado y votado por los obispos será publicado, dentro de poco, con las respectivas votaciones de cada uno de los 94 parágrafos.

Las parejas católicas unidas tras un divorcio con otras parejas

En relación a los divorciados vueltos a casar, la Relato final indica que: El camino de discernimiento y acompañamiento orienta a estos fieles a tomar conciencia de su situación ante Dios. El coloquio con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la formación de un juicio correcto sobre lo que dificulta la posibilidad de una participación más plena en la vida de Iglesia y los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. Al mismo tiempo, el sínodo rechaza que haya alguna gradualidad en la ley de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio.

Texto Sínodo: «El orden de la redención ilumina y celebra la creación. El matrimonio natural, por lo tanto, se entiende completamente a la luz de su sacramental cumplimiento solamente mirando a Cristo conoce plenamente la verdad de las relaciones humanas. «En realidad, es sólo en el misterio del Verbo encarnado, el misterio del hombre. […] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y hace de su vocación «(GS, 22). Es especialmente conveniente incluir en un Christocentric propiedades naturales claves del matrimonio, que son el bien de los cónyuges (bien de los cónyuges), que incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad. A la luz del Nuevo Testamento que todo fue creado por medio de Cristo y para él (cf. Col 1:16; Jn 1,1ss), el Concilio Vaticano II ha querido expresar su agradecimiento por el matrimonio natural y por artículos positivo presente en otras religiones (cf. LG 16; NA, 2) y en las diferentes culturas, a pesar de sus limitaciones y deficiencias (cf. RM, 55). El discernimiento de la presencia de «semillas del Verbo» en otras culturas (cf. AG, 11) también se puede aplicar a la realidad del matrimonio y la familia. Además de el verdadero matrimonio natural hay elementos positivos presentes en las dobles formas de otras tradiciones religiosas. Estas formas – aún en base a la relación verdadera y estable de un hombre y una mujer -, se les ordena el sacramento. Con la vista puesta en la sabiduría humana de las personas, la Iglesia también reconoce esta familia como la necesidad básica de la convivencia humana y fructífera».

Teniendo en cuenta que la misma ley no hay gradualidad, este discernimiento no podrá nunca prescindir de las exigencias de la verdad y de la caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia. Para que esto suceda, se garantizan las condiciones necesarias de la humildad, la confianza, el amor a la Iglesia y su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y el deseo de lograr una respuesta más perfecta.

Texto Sínodo: «La familia es una escuela del más rico humanismo […] es la base de la sociedad» (GS, 52). El conjunto de parentesco, más allá de la pequeña unidad familiar, ofrece un valioso apoyo en la educación los niños, en la transmisión de valores, en la custodia de los vínculos entre las generaciones, en el enriquecimiento de la vida espiritual. Mientras que en algunas regiones del mundo, esta cifra pertenece a la cultura profundamente generalizada sociales, en otros lugares parece sujetas a desgaste. Seguramente, en una época de mayor fragmentación de las situaciones de la vida, los muchos niveles y facetas de las relaciones entre los miembros de la familia y parientes son a menudo los únicos puntos de conexión con los orígenes y las relaciones familiares. El apoyo de la red familiar es aún más necesario cuando la movilidad laboral, la migración, el desastre y el escape de sus tierras para el núcleo estable de los padres».

conclusiones de la reflexión

Texto Sínodo: «94. En el curso de esta Asamblea nos Padres sinodales, reunidos en torno a Francisco, que experimentaron la ternura y la oración de toda la Iglesia, caminamos como los discípulos de Emaús y reconocimos la presencia de Cristo en la fracción del pan en la mesa eucarística, comunión, intercambio de experiencias pastorales. Esperamos que el resultado de este trabajo, ahora entregado en manos del Sucesor de Pedro, para dar esperanza y alegría a muchas familias en el mundo, la orientación a los pastores y agentes de pastoral y de estímulo a la obra de evangelización. Como conclusión de este informe, pedimos humildemente al Santo Padre a considerar la posibilidad de emitir un documento sobre la familia, porque en ella, la Iglesia doméstica, brilla cada vez más a Cristo, luz del mundo».

Oración a la Sagrada Familia tras la aprobación del texto 

«Jesús, María y José, en contemplas el esplendor de la verdad, nos dirigimos a usted con confianza. Sagrada Familia de Nazaret, hacer que nuestras familias lugares de comunión y oración círculos, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas.

Sagrada Familia de Nazaret, más familias cada vez se enfrentarán experiencia de la violencia, el cierre y la división: cualquiera que haya sido herido u ofendido saber pronto consuelo y curación. Sagrada Familia de Nazaret, reaviva en toda conciencia el carácter sagrado e inviolable de la familia, su belleza en el plan de Dios. Jesús, María y José, escuchar, contestado nuestra oración. Amén».

Al cierre de los trabajos Francisco habló a toda la asamblea de 270 personas, agradeciendo al Señor y a todos. Subrayando la acción del Señor, explicó que el haber puesto las dificultades de las familias delante del Señor es lo más importante. jesuita Guillermo Ortiz, Raúl Cabrera

Texto completo del discurso de Papa Francisco en lengua española, traducido del italiano

«Queridas Beatitudes, eminencias, excelencias, Queridos hermanos y hermanas: Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.

Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón.

Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa. Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo. Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia. Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?

Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho. Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.

Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana. Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.

Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia. Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.

Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás. Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.

Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores. Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.

En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.1

Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado.2 El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».3

La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.4 Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.

Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.

Queridos Hermanos:

La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas, de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).

En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6). El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50).

El beato Pablo VI decía con espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y reinsertarnos en su plan de salvación […]. En Cristo, Dios se revela infinitamente bueno […]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es –digámoslo llorando- bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce, inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».5

También san Juan Pablo II dijo que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia […] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».6 Y el Papa Benedicto XVI decía: «La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios […] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10)».7

En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.8

Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios».