Torrijos: hay que «redactar una nueva ley electoral que facilite el valor del voto individual»

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las marcas conocidas.
Ana maría Torrijos: «Reforzar la presencia de los ciudadanos en la vida pública, rescatando competencias que el Estado ha ido arrebatando a la sociedad, también quitar a la clase política el poder que no les corresponde y que ha deteriorado la función de la Administración y por último redactar una nueva ley electoral que facilite el valor del voto individual, sería un avance en el proceso democrático. Con este propósito no se pretende calificar a todos los que se dicen «servidores de los ciudadanos» de deshonestos porque entre ellos hay quienes son dignos de admiración, aunque se les puede increpar por no denunciar las anomalías detectadas en sus partidos», reclama la licenciada en filosofía clásica, en su nuevo artículo:

«Las marcas mas conocidas

Muchas veces al decidir nuestras compras, nos dejamos llevar por las marcas mas conocidas y hasta exhibimos la etiqueta de diseño o manifestamos de palabra haberla adquirido. En una sociedad en la que prima la producción, los mercados, las ventas, los balances económicos, el marketing… tendemos a olvidar qué o quiénes se encuentran detrás de cada uno de los productos que adquirimos: materias primas, abonos, trabajadores, supervisores, transportistas; pero están ahí y si uno de esos eslabones falla, la compra es un fraude.

Intentemos ahora salir de este espacio e internémonos en el político para hallar paralelismos, entonces nos encontramos con una situación insólita y poco favorable; uno de los elementos que intervienen en el funcionamiento de la actividad democràtica son los partidos, organizaciones que se nutren de personas deseosas de participar en un proyecto social y que lo exponen a la opinión pública para recoger, si los ciudadanos así lo desean, su apoyo a través del voto libre. La organización interna de estas agrupaciones están constituidas por afiliados, militantes activos, cuadros de dirección –el servicio al ciudadano- .

Sorprende darse cuenta que en estos años de funcionamiento del Estado de Derecho, los partidos se han ido transformando pero no para ajustarse a lo que requiere la sociedad sino para marcar distancias con ella, al mismo tiempo que han ido anquilosando su estructura interna; esta rigidez les ha hecho perder el lubricante que facilitaba su vitalidad democràtica y les ha llevado a ser instrumentos de poder. Un poder que no responde a la facultad o capacidad de tomar decisiones justas,todo lo contrario un poder que se ejerce sin limitación, no sujeto a las pautas de la legalidad, o sea un camino hacia la corrupción. Una de las claves de la paulatina desintegración de los partidos ,ha sido el vaciar sus idearios de los valores fundamentales que asientan a cualquier sociedad, y también el redactar leyes, verdaderos torpedos contra la soberanía nacionál, e incumplir las vigentes con sólo el pretexto de contentar a los grupos minoritarios, hostiles a la estabilidad de la Nación.

Campañas electorales durante todo el año y frente a nosotros marcas establecidas que han abogado y abogarán por el voto enarbolando la experiencia de gobierno y la amplia estructura territorial, que según ellos da estabilidad al sistema, no importándoles si el producto está alterado con ingredientes tóxicos, incorporados legislatura tras legislatura; otras marcas más o menos recientes con el propósito de regeneración, les falta juntas sectoriales, representantes territoriales o han incorporado a algunos muy cuestionados, y sobre todo con una oratoria entre arenga u homilía adaptada al máximo número de votantes… y luego las marcas a las que vetan o ningunean los que tienen el poder, imposibilitadas a acceder a las encuentas por no ser visibles en los medios públicos, pero con candidatos y programas con derecho a ser escuchados y valorados. Las siglas políticas no deben aplastarnos, hay que estar dispuestos a buscar salidas, las que cada uno considere adecuadas.

Estadios del sistema están distorsionados y corrompidos lo que nos obliga a poner el acento en que la democracia es libertad y justicia, por eso en un alarde de revisión de todas las anteriores legislaturas incluida la actual, vemos que no gozamos las mismas cotas de esos valores que disfrutamos en el principio de la democracia, y los ejemplos los encontramos en las muchas transferencias a las Comunidades Autonómicas que entorpecen el bienestar y el trabajo de los españoles: dificultades de movilidad territorial por cuestión de lengua, diferentes servicios médicos, distintos gravámenes impositivos, las mil y una leyes legisladas en cada uno de los parlamentos locales hasta llegar a la fatídica ley electoral que impide que el voto valga lo mismo en las grandes ciudades que en los pequeños municipios, en unas provincias que en otras… funcionamiento que nos ha llevado a marcar distancias entre la ciudadanía y a debilitar el sentido Nacional.

Reforzar la presencia de los ciudadanos en la vida pública, rescatando competencias que el Estado ha ido arrebatando a la sociedad, también quitar a la clase política el poder que no les corresponde y que ha deteriorado la función de la Administración y por último redactar una nueva ley electoral que facilite el valor del voto individual, sería un avance en el proceso democrático. Con este propósito no se pretende calificar a todos los que se dicen «servidores de los ciudadanos» de deshonestos porque entre ellos hay quienes son dignos de admiración, aunque se les puede increpar por no denunciar las anomalías detectadas en sus partidos. Cuando una acción hace opaca la vida social, causantes de ello no sólo son los que con premeditación la llevan a cabo sino también los que conociendo los hechos no los denuncian ni colaboran firmemente en la enmienda necesaria.

El término «demócrata» ha perdido la fuerza y el respeto que merece, por ser los partidos políticos los que han dictado a su gusto, qué es serlo, qué oratoria hay que utilizar para seguir siéndolo o qué causa se ha de apoyar en el mensaje político para no perder el calificativo, como si ellos tuvieran la exclusividad de ser expertos para repartir certificados de democracia. Alardear de ser demócrata, es más que simplemente decirlo, es esforzarse por la libertad, romper estereotipos y volver a recuperar con el lenguaje las formas.

Ana María Torrijos»